Arriva Italia. Marcos Pereda

Читать онлайн книгу.

Arriva Italia - Marcos Pereda


Скачать книгу
pero no se atreven a decirle nada. Su rostro está concentrado. Más aún, airado. Nadie quiere escuchar aquel vozarrón volviéndose contra él…

      Así que, en esas condiciones, Gino Bartali corona el Aspin.

      Bajando el puerto en dirección a Arreau un espectador invade la carretera. Gino frena en seco, sale despedido por encima de su bici, huesos en suelo, piel despellejada contra el camino. Se levanta, se mira, mueve las piernas, los brazos, parece que no hay nada. Es un milagro, otro. Furioso, sudando copiosamente, se dirige a la máquina, solo para comprobar que la rueda está rota. Tiene que esperar durante largos minutos hasta que llega el coche de equipo. En aquellos instantes eternos, sentado en la cuneta desierta del Aspin, apenas un punto en la inmensidad pirenaica, Gino Bartali pierde la etapa y gana el Tour.

      Porque, efectivamente, sus rivales belgas lo alcanzarán y lo dejarán atrás en el Peyresourde, pero tan solo cede un minuto en la meta, nada importante en cualquier caso. Y en aquel tiempo parado, en aquel interregno de reflexión y descanso impuesto, Gino consigue calmar sus nervios, logra que su respiración torne cadenciosa, alcanza un espacio de relajación. Su pecho ya no duele. Su mente vuelve a estar clara y casi ríe recordando lo de minutos antes, cuando hablaba solo, qué habrán pensado los periodistas, pero qué habrán pensado, creerían que estoy loco… Allí alcanza, de nuevo, la comunión perdida entre cuerpo y espíritu. Allí, mientras Girardengo se acerca con la rueda nueva, gana el Tour de Francia.

      ¿Fueron las anfetaminas culpables de aquella locura? La respuesta no es clara. Anfetaminas y otras sustancias que buscan aumentar el rendimiento del deportista se utilizaban en aquellos tiempos de forma casi libre y pública, con un desenfado que hoy en día nos llamaría la atención, y Bartali no fue ajeno en modo alguno a esta práctica generalizada. Pero la verdadera «época dorada» de las anfetas en el deporte profesional fue la posguerra, debido al enorme remanente de producción de estas pastillas generado durante el conflicto, cuando se usaban para ayudar a pilotos y centinelas a mantenerse despiertos, pleno rendimiento, durante muchas horas. Es casi seguro que Gino corriera esa etapa «cargado» pero resulta menos claro que los productos que corrieran por su organismo provocasen el comportamiento errático…

      No importa, Bartali es el más fuerte. Por eso ni siquiera se inmuta cuando llega a la etapa de Briançon, aquella donde el año pasado casi se deja la vida («piensa en el Destino», dirá Gino al respecto), a nueve minutos del líder. Pasará en cabeza los tres grandes puertos del día (Allos, Vars e Izoard, al fin el puerto fetiche de Bartali, de Coppi, de todos los italianos, le era favorable) y desencadenará la tormenta final a unos diez kilómetros de la Casse Dèserte, cuando las piernas pesaban, cuando las fuerzas luchaban por irse. Nadie más verá a Bartali aquel día hasta la meta, donde se viste de un amarillo que ya no deja en todo el Tour. «El deporte del ciclismo jamás ha visto un escalador como este, un caso único», escribe Félix Levitan, el que acabará siendo patrón del Tour.

      El día del Izoard prensa y directivos fascistas están por igual exultantes, sabedores de que tienen la carrera en el bolsillo. Los periódicos no dudan en utilizar retórica militar para definir la actuación de Gino, «sin inmutarse, de forma simple, Bartali disparó entre los ojos de sus últimas víctimas. En plena Casse Dèserte, en una curva que se abre sobre el valle, Gino saludó a su compatriota Vicini, que venía persiguiéndole, en un gesto que podía parecer de osadía pero en realidad revelaba su inmensa satisfacción». Y más tarde, en el hotel, un general del ejército, desplazado para acompañar a la selección durante la prueba, intentaba calmar a la muchedumbre de aficionados que esperaban a Bartali con estas palabras: «No le toquéis, es un dios».

      El recibimiento en París, al final del Tour, es apoteósico. Gino vestía su tradicional maillot amarillo de lana (aunque la organización le había ofrecido uno especial de seda para ese último parcial) y lucía fantástico en el Parque de los Príncipes ante más de 30 000 espectadores. Todo es felicidad, misión cumplida, al fin un italiano, un italiano de bien, un hijo del fascismo, había logrado vencer en el Tour de Francia. El Duce ha conseguido de Gino Bartali todo lo que Gino Bartali podía ofrecerle. Y después, de nuevo, desamor, casi desprecio. Bartali no es de los nuestros, es el mejor pero no es de los nuestros. Recordad su discurso final en París tras ganar el Tour… ¿acaso se acordó en algún momento del Duce, o del Fascio? No, no lo hizo, se limitó a agradecer a todo el mundo su apoyo, a dedicar la victoria a todos, todos, y remarcó el todos, los italianos. Sí, aquello fue una provocación. ¿Qué le hubiera costado hablar un poco, unas palabras, de Mussolini? Al no nombrarle lo hizo más presente. Tuvimos que introducir ligeras variaciones en Il Popolo d´Italia al otro día para reproducir su discurso, aquello de los colores del deporte fascista. Sí, quedó bonito, pero él no lo dijo, maldito meapilas. No le hagamos más popular de lo que ya lo es.

      La tibieza de los medios italianos contrastaba con el exultante entusiasmo francés, que no había pasado por alto el extraño seguimiento mediático a la carrera de Bartali. L´Auto, nada menos que el diario organizador del Tour, decía que una victoria tan fascinante no había levantado demasiadas reacciones en su país, que no hubo recibimiento en la estación a la vuelta ni recepción oficial con las autoridades. Quizá fue, continuaban, porque Gino era católico. Y concluían con una pregunta maliciosa que no tenía nada que ver (o sí) con el deporte: ¿Acaso es esta la relación armoniosa entre el Vaticano y el Estado italiano que quieren hacernos creer a la opinión internacional?.

      El mismo Gino se mostraba, a veces, apesadumbrado al percibir la falta de espontaneidad a su alrededor. En el Velódromo de Turín, durante una exhibición para celebrar su victoria francesa, la atmósfera era reservada. Aquello parecía, más que recinto deportivo, un teatro. Su propia madre, que se había comprado un vestido azul para la ocasión, lloraba con mezcla de felicidad y rabia, entre la admiración al hijo exitoso y la frustración de ver cómo no era lo reconocido que debiera.

      Según avanzaba el verano la situación se iba enquistando más y más. El régimen seguía esperando unas palabras conciliadoras de Bartali, aunque solo fuera una declaración protocolaria, y al no llegar estas el encono hacia su figura crecía. El 9 de agosto de 1938 la Ufficio Stampa, la oficina de prensa del Gobierno, enviaba un boletín secreto a todos los medios de comunicación de Italia, de facto una orden oficial que provenía de las alturas. En ella se decía que, de ahí en adelante, los periódicos solamente podrían hablar de Bartali en su faceta deportiva, sin ninguna otra referencia a su vida como ciudadano.

      El fascismo, que jamás había podido domeñar la férrea voluntad de Gino Bartali, estaba decidido a convertirlo en un proscrito…

       ARRIVA COPPI

      Él era bueno

      su voluntad era buena,

      pero su naturaleza

      tenía un destino triste.

       Antonio Tabucchi.

      Es alto, demasiado delgado. Sus piernas, más largas de lo habitual, dibujan una imagen de un ave zancuda. Fino, fibroso, con esa fuerza que se les pone a veces a los niños que han pasado hambre en su infancia y más tarde consiguen buen tono muscular. El pecho hundido, casi como de tísico. Rostro muy moreno, cetrino, sin conseguir ocultar orígenes humildes, casta de campesinos. La nariz aguileña, apéndice majestuoso y contundente que hará las delicias de todos los caricaturistas. Pómulos marcados, mejillas chupadas como las de los chavales que iban a pedir limosna al final de misa. El pelo negro, untoso siempre por la brillantina, con ondas que se empeñan en ponerse nihilistas cuando llegan a la frente y revelan años de carencia, dandismo impostado. La sonrisa tímida, huidiza, franca cuando surge pequeña, apenas esbozada; maquillada cuando resulta más amplia. Los ojos del color de las avellanas en otoño, tristes de recuerdos, de su Serse, de los años en África. Las manos grandes. La leyenda, inmensa.

      Un hombre a medio hacer. Una figura frágil, quebradiza como junco mecido por el viento de finales de enero. Alguien de quien compadecerse.

      Eso cuando estaba en tierra firme, cuando caminaba, cuando no le habían salido alas en los pies.

      Sobre la bicicleta… sobre


Скачать книгу