Orantes. De la barraca al podio. Félix Sentmenat

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Orantes. De la barraca al podio - Félix Sentmenat


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Manuel era la de un hombre recio, fuerte, que a base de esfuerzo y determinación había sido capaz de dejar atrás un pasado de penurias económicas. Había crecido en una familia muy pobre y, quizás por ello, mostraba una humildad congénita en todo cuanto hacía. Humildad para esforzarse, tanto en el exigente régimen de entrenos como en el transcurso de la batalla mental y física de los partidos. Y humildad para valorar los méritos del contrario y reconocerlos deportivamente con gestos amables durante los encuentros. Ese espíritu deportivo, esa caballerosidad, también estaba expuesta a los ojos de medio planeta.

      De modo que aquel septiembre de 1975, en los partidos decisivos del US Open disputado en “la ciudad que nunca duerme”, como bautizó a Nueva York Frank Sinatra, Manuel Orantes proyectaba ante los ojos de millones de espectadores de todo el mundo, a su pequeña escala, una imagen de España mucho más agradable, ética y evolucionada que la que sugería el decadente régimen dictatorial de Franco.

      La gran actuación de Orantes en aquel US Open de 1975 se fundamentó en dos aspectos determinantes: el físico y el psicológico. Vamos a por el primero: el físico. A lo largo de toda su carrera, Orantes disputó un total de 68 finales, de las cuales ganó 33, menos de la mitad. El dato refleja la enorme incidencia que las molestias físicas tuvieron en su trayectoria. “Los médicos me decían que yo tenía una buena estructura porque había trabajado mucho la musculatura. Pero decían que eso era como una casa, que puede estar muy bien decorada, pero que si los cimientos son malos…”. Esos malos cimientos se forjaron durante su infancia, cuando creció entre barracones en el modesto barrio barcelonés del Carmel, en un entorno familiar muy pobre. “Incluso de pequeño había llegado a tener un poco de tuberculosis… y decían que la mala alimentación durante mi infancia había provocado que mi estructura fuera bastante flojita, y que por eso pasé bastantes lesiones”.

      Manuel lamenta las dificultades físicas que marcaron su carrera. Y lo hace sin reprimir una cierta nostalgia, tanto por los éxitos cosechados como por los que se le escaparon. Es decir por lo que pudo haber sido y no fue: “A lo largo de mi carrera, lo que me fastidió un poco es que siempre que estaba jugando mi mejor tenis tuve episodios de lesiones que me frenaron. Para mí como deportista lo importante era salir a la pista y pasarlo bien. Puedes perder o ganar, pero que veas que puedes jugar al cien por cien. Y no que pierdes porque te duele aquí, que no llegas bien a la bola, que cada vez te cuesta más… porque además eso psicológicamente te va minando”.

      A finales de los años cincuenta en Cataluña, donde se concentraba un 90% del tenis en España, no había una estructura para forjar tenistas profesionales. De hecho, Orantes entró en la primera escuela que se fundó: “Fuimos seis jugadores, dos del Salut, dos del Tenis Barcelona y dos del Polo, y no había una teoría o unos programas que se hubieran llevado a cabo durante tiempo. Uno de los problemas que tuve es que, cuando entré en la Residencia Joaquim Blume con José Guerrero, una gran promesa del Tenis Barcelona, el preparador físico que teníamos, que era el propio director de la Blume, nos hacía realizar una gimnasia que, como me advirtieron luego, no era la más adecuada para mí. Porque yo de piernas siempre había sido fuerte. Nos hacían correr mucho, subir mucho al Tibidabo, bajar…”.

      Esa mala planificación física tuvo consecuencias nefastas cuando Orantes empezó a competir. “Debido a una malformación congénita en la espalda, cuando jugaba partidos duros y llegaba al cuarto o quinto set tenía unos calambres y unos problemas en las piernas increíbles. El dolor se concentraba en la zona lumbar y afectaba a la movilidad de la cadera y a la musculatura superior de las piernas. Siempre en los partidos a cinco sets tenía que abandonar, o acababa muy mermado, porque no podía”. Primero fue la espalda, pero conforme avanzó su carrera las molestias se centraron, sucesivamente, en el codo, los meniscos y el hombro. “Entonces siempre me pasaba eso, que disfrutaba del tenis pero cuando podía ganar, cuando veía que estaba jugando muy bien y me faltaba un paso para ganar, los problemas físicos siempre me frenaban. Me pasó en 1972, en 1974, al inicio de 1976, tras ganar hasta nueve torneos en el año 1975, y en los últimos años de mi carrera”.

      Pero vayamos al principio. Orantes alcanzó la élite del tenis mundial siendo aún un muchacho. Con 17 años, todavía en categoría júnior, ganó dos de los torneos internacionales más prestigiosos: Wimbledon y la Orange Bowl. Y en 1969, con 20 años, se adjudicó el primero de sus 33 títulos oficiales, el Trofeo Conde de Godó, derrotando en la final a Manolo Santana. Siguió su progresión meteórica, hasta el punto de que a finales del verano de 1973, cuando se impuso en el torneo de Indianapolis ante el francés Georges Goven, había sumado 11 títulos y disputado otras 10 finales. De este modo, a los 24 años ascendió a la segunda posición del ranking mundial, solamente por detrás de un por entonces jovencísimo Jimmy Connors.

      A partir de aquel momento, sin embargo, las molestias físicas se concentraron en la espalda, su principal talón de Aquiles, y empezaron a perjudicar su rendimiento. Entre aquellos últimos meses de 1973 y a lo largo de todo el año 1974, concatenó hasta siete finales perdidas. Dos en los últimos compases de 1973, una de ellas ante Nastase en el Trofeo Conde de Godó. Y otras cinco en 1974, la más sonada de las cuales fue la de Roland Garros, en la que después de adelantarse por dos sets a cero acabó claudicando ante el sueco Björn Borg, víctima de sus dolores de espalda. Aquel fue, precisamente, el primero de los 11 Grand Slams (seis Roland Garros y cinco Wimbledon) que ganó Borg en su fulgurante carrera (se retiró a los 26). El sueco, que por entonces lucía ya su inconfundible melena, acababa de cumplir 18 años.

      El resultado de aquella final de Roland Garros del año 1974, 3-6 6-7 (5) 6-0 6-1 6-1, desconcertó a propios y extraños. Los dos primeros parciales correspondieron a un excelente partido de tenis. En los otros tres no hubo contienda. Aquello, con un título como Roland Garros en juego, fue la prueba más evidente de la gravedad de esas molestias. Se hallaba a un solo set de alcanzar la gloria en París, donde jamás pudo vencer pese a ser uno de los grandes dominadores de la tierra batida en los setenta, y solo pudo anotarse dos juegos en los últimos tres parciales.

      • Orantes tenía 20 años cuando derrotó a Santana en la final del Trofeo Conde de Godó de 1969 para adjudicarse el primero de sus 33 títulos. | Archivo histórico RCTB

      En realidad, los primeros episodios de dolor en la espalda se remontaron a finales de 1972. Ese año alcanzó su tercera final del Trofeo Conde de Godó, tras haberse impuesto en las dos anteriores, la de 1969 ante Manolo Santana, y la de 1971 ante el norteamericano Bob Lutz. En aquella ocasión cayó por un claro 3-6 2-6 3-6 ante Jan Kodes. “Llegué muy cansado tras un durísimo partido en semifinales ante Stan Smith”. Además, la semana siguiente perdió la final del Campeonato de España ante Andrés Gimeno, cosechando un resultado que sonó a precedente de lo que ocurriría dos años después en la mencionada final de Roland Garros ante Borg. En esta ocasión el marcador reflejó otro estrambótico 4-6 4-6 7-5 6-0 6-0. “Y no abandoné porque era Andrés, pero estaba mal, ya no podía más”.

      A raíz de esa derrota tan clara con Gimeno, decidió ver al primer médico, un especialista en la espalda que estaba muy bien considerado. “Esa fue una primera experiencia mala porque me pusieron una faja que estuve llevando durante tres meses. Me prohibió mover la espalda para no empeorar la dolencia, no me dejaba trabajarla físicamente, me dijeron que no cogiera el teléfono para evitar esfuerzos...”. La prueba de que el tratamiento no logró atajar de raíz el problema fue la cantidad de finales que perdió los años 1973 y 1974. “En las finales, cuando me enfrentaba a los rivales más duros, contra los que tenía que estar al cien por cien, no aguantaba. Me faltaba ese pequeño paso para poder competir con los mejores”.

      Además, como el médico de la espalda le había prohibido forzar, los entrenamientos eran muy limitados. “Llevaba ya dos años en esa situación y a nivel mental me sentía un poco bloqueado.” Así, cuando a finales de noviembre de 1974 volvió a Barcelona después de disputar el Masters en Australia, empezó a buscar a alguien que le pudiera ayudar. El recuerdo de la final de Roland Garros ante Borg, sumado a las otras cuatro finales perdidas desde entonces, pesaba lo suyo. Pidió consejo y le hablaron muy bien del doctor Carles Bestit, el


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