Ser y educar. Enrique Martínez García

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Ser y educar - Enrique Martínez García


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de Dios15.

      Un momento precioso de este magisterio divino para con Tomás lo hallamos en su preparación para la promoción como maestro regente en teología en la Universidad de París. La preocupación por la responsabilidad que le iba a ser encomendada le condujo a la oración. Cuenta Bernardo Gui lo que sucedió:

      1.2. El maestro Tomás

      Si es muy rica la vivencia del Aquinate en la docilidad del aprendizaje, mucho más, sin duda, en la fecundidad de su actividad docente, que ha trascendido con creces su época perdurando su magisterio hasta nuestros días. Nos centraremos ahora en la siembra que hizo en su paso por las aulas y en sus escritos, y a la que consagró su vida entera.

      El primer momento en que descubrimos a Tomás moviendo a otro a la virtud es durante su confinación en Roccasseca. Su hermana Marotta intentó persuadirle de que obedeciera a su madre y renunciara a ser dominico, mas fue ella la que acabó convencida de obedecer a Dios y renunciar al mundo; ingresó como benedictina, llegando con el tiempo a ser priora de Santa María de Capua.

      Más tarde, mientras se hallaba en Colonia bajo la dirección de san Alberto, un fraile se ofreció a fray Tomás para ayudarle a estudiar el De divinis nominibus del Pseudo-Dionisio. Poco tardó en reconocer que era él quien debía ser instruido por el Aquinate; éste accedió a auxiliarle, no sin rogarle antes que no se lo dijese a nadie.

      Su primera misión docente oficial parece ser que la recibió, precisamente, de Alberto en Colonia; fue la de cursor o baccalaureus biblicus -bachiller bíblico-, que consistía en hacer una lectura de la Escritura, con breves paráfrasis, a fin de familiarizar a los estudiantes -y al mismo bachiller- con los textos sagrados.

      Por recomendación de Alberto Magno, fue enviado por el maestro general de la Orden a París como baccalaureus sententiarum, esto es, como bachiller comentador de las Sentencias de Pedro Lombardo. Aun siguiendo en mucho a su maestro Alberto, el magisterio del Aquinate ya mostraba su particular fisonomía: claridad de pensamiento, brevedad de expresión y precisión a la hora de dirigirse al núcleo mismo de la cuestión. Mas su rasgo definitorio era la solicitud por el bien de su prójimo; precisamente a instancias de los frailes escribió entonces dos opúsculos, el célebre De ente et essentia y el no menos importante De principiis naturae.

      Tras abandonar la ciudad del Sena, y antes de regresar a ella en su segunda regencia como maestro en teología, le fueron encomendadas varias responsabilidades, todas ellas vinculadas con la docencia. Así, antes de regresar a Italia Tomás fue requerido por el maestro general Humberto de Romanos para integrarse en una comisión creada a fin de organizar los estudios de la Orden. En Nápoles se le nombró predicador general. Fue designado lector del convento de Santo Domingo de Orvieto, en donde leyó el libro de Job a la comunidad. Trabó allí amistad con el papa Urbano IV, quien le pidió la redacción de su comentario continuo a los cuatro evangelios (Catena Aurea). También le fue solicitado el opúsculo De rationibus fidei, en este caso por el chantre de Antioquía, con la intención apostólica de convertir a sarracenos, griegos y armenios a la Iglesia de Roma. De esta época es su admirable composición litúrgica para la fiesta del Corpus Christi, redactada con esmero no sólo para honrar con los mejores versos al Santísimo Sacramento, sino también para educar a los fieles en su devoción.

      Fue después destinado a Roma a fin de que abriese un studium provincial en el convento de santa Sabina. Redactó allí su tratado De regno -o De regimine principum- compuesto, al parecer, para el rey Hugo II de Chipre; no quiso Tomás dejar de lado la enseñanza política, mostrando sus reflexiones acerca de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. El de Roma no era un studium generale, por lo que no se encontraba ante estudiantes ya formados, como en París, sino ante principiantes; esto le llevó a concebir una obra más asequible que las Sentencias, y así se gestó la Summa Theologiae, de la que él mismo afirma en su prólogo:

      Y tras enumerar las dificultades propias de los principiantes, termina:

      Siete años le llevó escribirla, hasta la súbita conmoción que sufrió el 6 de diciembre de 1273. La justificación de su obra, y de todo su magisterio, la encontramos en el primer artículo de la primera cuestión:


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