Periquismo. Marcos Pereda
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Periquismo
Crónica de una pasión
Marcos Pereda
ISBN: 978-84-16876-20-4
© Marcos Pereda, 2017
© De esta edición, Punto de Vista Editores, S. L., 2017
Todos los derechos reservados.
Publicado por Punto de Vista Editores
@puntodevistaed
Corrección: Gabriela Torregrosa
Diseño de cubierta: Joaquín Gallego
Fotografía de cubierta: Dmytro Aksonov. Ciclista profesional road
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Sobre el autor
Marcos Pereda (Torrelavega, Cantabria, 1981) es escritor y profesor en la Universidad de Cantabria y en la UNED. Habitual colaborador en la prensa nacional (CTXT, Eldiario.es, Fiat Lux, Volata Magazine, Drugstore Magazine) e internacional (Simpson Magazine, The Ride Journal, Cycling Mag) mantiene un espacio en Onda Cero. Sus textos se mueven entre la litera tura, el deporte o las tradiciones. Recientemente ha publicado Arriva Italia. Gloria y tragedia del país que soñó ciclismo (Cantabria, 2015).
ÍNDICE
Cinq… quatre… trois… deux… un… top
Dominación. Tour de Francia de 1988
Cinq… quatre… trois… deux… un… top
Termina la cuenta atrás. La que nunca se ha llegado a realizar del todo, porque no hay a quien hacérsela. Los jueces muestran expresión de sorpresa. Uno de ellos se vuelve a las cámaras de televisión que retransmiten el evento para todo el mundo y hace un gesto claro con los brazos, cruzándolos en horizontal como si fueran tijeras. Se acabó. El crono empieza a contar. Pero él, Él, no está.
Él es Pedro Delgado. Perico para todos los españoles, aquellos que le han encumbrado como el gran héroe deportivo y casi social de un país. Perico, el actual vencedor del Tour de Francia, el de los ataques fulminantes, el de las remontadas imposibles. Perico, el máximo favorito de esta nueva edición de la Ronda Gala.
Él.
Y no está.
España se estremece. El ídolo está ausente. En aquel momento, se le odió más que nunca. En aquel instante, en aquel tiempo en que no aparecía, en que nadie sabía exactamente qué estaba ocurriendo, también se le quiso como a nadie antes. El Deseado, igual que el Fernando que luego no fue tan deseable. Perico Delgado. Allí, al fondo. Un relámpago amarillo. Llega, se acerca. Sobre su bicicleta. Con cierta tranquilidad. Un enigma…
A muchos kilómetros de allí alguien se frota los ojos, preocupado, y deja escapar un suspiro. Por qué, por qué se dejaría embarcar en esta aventura loca, él, que no era aficionado siquiera al deporte. A tantos kilómetros de allí el banquero de moda, el que sale en las revistas del corazón, el que se codea con los ricos y los poderosos, se estremece. Aquel día, por vez primera, el logo de su exitoso banco, ese símbolo de modernidad de una España que cambia de forma definitiva, aparece en un maillot ciclista. Su salto al reconocimiento popular de la mano del deportista más querido por todo un país. Y ahora esto. La debacle. El ridículo. Su ceño se frunce, airado. Quién le mandaría a él entrar en estos negocios tan etéreos donde no es posible manejar todas las variables.
Y el hombre de amarillo baja la rampa como una exhalación, con un personaje bramándole al oído, gritándole ánimos y reproches, alguien de camisa blanca que es enigma, que es esfinge. Y el hombre de amarillo pedalea como si le fuera la vida en ello, y el respirar de toda una nación se ha detenido, y donde fue, ahora ya no es. Pero, donde pudo haber sido, sin duda, será.
Es el primer día de julio de 1989, y el reloj de Pedro Delgado, de Perico, ha parado el corazón de los ciudadanos. Lo que llega en las tres semanas siguientes es la mayor demostración de locura popular por un deportista en la España contemporánea.
Periquismo. Crónica de una pasión.
Destello. Los primeros años
Así comienza el espacio, solamente con palabras,
con signos trazados sobre la página blanca.
Georges Perec
Levantarte a las seis de la mañana es duro,
pero subiendo un puerto de primera también
te duelen las piernas.
Hay que entrenar la agonía.
Roger de Vlaeminck
Cinco imágenes. Cinco iconos. Cinco estatuas esculpidas en la mente de quienes lo recuerdan. Lo que fue antes de ser. Lo que fue y acabó siendo.
El simbolismo del gesto, de la situación. El millar de momentos contenidos en uno solo, las largas horas que se reducen a un parpadeo. Tantos poemas para sólo cinco versos. Tantas vidas para sólo cinco instantes. Pero qué instantes, claro.
Porque desde el principio se vio que era algo distinto, especial. Quizá fue la espectacularidad, o el fondo de las gestas, el sol abrasador francés, la nube de algodón que empenacha los puertos cercanos a Madrid. Quizá fue eso. O algo más. El magnetismo, el carisma. Se tiene o no se tiene. Y él tiene, tenía, a raudales.
Cinco imágenes. Una nueva era. En segundo plano, un parisino con gafitas, o un rodador vestido de blanco y verde. Al fondo, siempre al fondo, un pretil ensangrentado, la magnificencia de los Alpes, un colombiano de poderosa patada devorando metros como el malo de una película. Al fondo, el origen, que lo es todo, que lo fue todo. Y varios maillots, y bicicletas, y portadas de prensa con su rostro. Por supuesto, el nombre olvidado por el apelativo engarzado para siempre en el subconsciente colectivo. Quien fue pasó a ser, y siempre será.
Y un país que cambia, que se despierta oscuro, aún grisáceo el cabello por cuarenta años de pesadilla. Que se yergue orgulloso, que empieza a mirar más allá, a encontrarse en los ojos de los otros, que abraza fronteras que no son, necesariamente, la suya. Un país al que le crece el pelo, que se pone gafas de sol, que riega de recuerdos los recuerdos de tantos, que emborrona titulares con problemas propios.
Ambos cambian, ambos medran, ambos mutan.
Cinco imágenes. Eso fueron los primeros años de Pedro Delgado antes de convertirse en leyenda.