Periquismo. Marcos Pereda

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Periquismo - Marcos Pereda


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quinta imagen son las lágrimas.

      Después, el futuro.

      En busca del tiempo perdido

      De espaldas, mirando a un punto

      pero alejándonos de él,

      en línea recta hacia lo desconocido.

      Roberto Bolaño

      Es algo triste, pero la memoria

       se va difuminando.

      Laurent Fignon

      El país que existe cuando Pedro Delgado pasa al profesionalismo muy poco tiene que ver con el de la actualidad. Era una España casi aislada, que salía lentamente de cuarenta años de dictadura, que apenas se ha incorporado a los mecanismos internacionales y a las economías modernas. Era algo distinto, diferente. Más primitivo, más atrasado.

      Por de pronto, en aquel 1983 en el cual Perico empieza a destacar en el Tour de Francia España acaba de concluir lo que algunos autores han dado en llamar la tercera ola de democratización europea, que afecta, sobre todo, a tres países meridionales (Portugal, Grecia y España) que han tenido dictaduras totalitaristas relativamente extensas en el tiempo (cada una con sus propias particularidades) y que cuentan con una incorporación en el proceso democrático amparado de alguna forma por la comunidad internacional (con la integración europea en el horizonte) y con transiciones auspiciadas de forma general por elementos afines a los anteriores regímenes.

      El caso paradigmático es especialmente simbólico en este sentido, con un guía desde el poder (Suárez) que provenía del Movimiento y un partido político, Unión de Centro Democrático (UCD), que acabaría siendo mayoritario en el país, que había sido fundado (y estaba compuesto en gran parte) por jerarcas del régimen antidemocrático anterior.

      La fecha es también importante por otras muchas razones. Por de pronto, en octubre de 1982 se habían celebrado en el país las elecciones anticipadas (que hubieran debido llevarse a cabo en abril de 1983) que darían el poder al Partido Socialista Obrero Español, y la presidencia del Gobierno del país a Felipe González. Se abría así un período de gobiernos socialistas que duraría trece años, y se cerraba, de la misma forma, el proceso de la Transición. Esa es, al menos, la opinión de autores como el historiador Juan Pablo Fusi, que no duda en plantear la victoria del PSOE como el punto final de esta Transición, al desalojar del Ejecutivo a un partido, apenas agregación orgánica de diferentes intereses, que estaba comandado por quienes habían sido protagonistas en el mismo proceso de cambio. En pocas palabras, algunos consideraban la UCD como heredera del tardofranquismo o, al menos, como heredera de quienes ayudaron a desmontarlo en el aspecto institucional, siendo la llegada del PSOE, para estas voces, el inicio de la auténtica política de partidos que debía regir en una democracia como la prevista por la Constitución de 1978.

      Ascenso al poder que, por cierto, llegó con retraso, ya que el PSOE pensaba alcanzarlo ya en las elecciones de 1979, donde las encuestas eran, en principio, favorables. Pero los sondeos fallaron (curiosamente, se achacaba el error a la «juventud» de las empresas demoscópicas… y décadas después se sigue errando) y la Transición, a juicio de estos autores, duró tres años más, golpe de Estado incluido.

      En el ámbito internacional, España comenzaba a salir del aislamiento que había supuesto el régimen de Franco. Un aislamiento que, por cierto, se había visto bastante atenuado en los últimos años, pero que aún arrastraba el último punto que habría de superarse: la incorporación del país a las Comunidades Europeas.

      Digamos que dicha incorporación era algo anhelado y propiciado por ambas partes. De un lado, España la había solicitado ya en el año 1962, apenas cinco años después de crearse la Comunidad Económica Europea. En aquel entonces, la misma esencia de la dictadura hacía imposible tal adhesión, por supuesto, pero merece la pena decir que aquella no fue una negativa radical, sino que se abría la puerta a colaboraciones puntuales entre las Comunidades Europeas y España. En el fondo, claro, latía la esperanza de una futura integración de pleno derecho a la muerte del dictador, siempre y cuando se estableciera en el país un entramado institucional de corte democrático.

      Esta idea la tuvieron muy presente los ideólogos de la Constitución española, que previeron en su articulado la posibilidad de que el país se integrase en una organización de carácter supranacional con capacidad decisoria sobre ciertos aspectos internos. El artículo 93 contenía la posibilidad de celebrar tratados internacionales en los que se cedieran competencias propias a organizaciones internacionales. La diferenciación entre institución internacional e institución supranacional, que tanto daría que hablar con la creación definitiva de la Unión Europea, apenas se contemplaba aún.

      Lo que estaba claro es que la presencia de dicho artículo venía a plantear la ambición que tenía España de pertenecer al club de la Comunidad Económica Europea. Y, dado el carácter «occidental» del país, las conversaciones anteriores y la propia predisposición de las Comunidades a plantear dicha incorporación, las negociaciones se llevaron a cabo con rapidez y eficiencia.

      Así las cosas, ese Tratado de Adhesión se firmará el 12 de junio de 1985, y será efectivo a partir del 1 de enero del año siguiente. Es decir, la Vuelta a España que gane Pedro a Robert Millar será la última en la que España se encontraba fuera del círculo de países europeos…

      Internamente, el país se enfrentaba a una década de nubes y claros. Iba a ser la del sostenimiento en el crecimiento demográfico, la del gran despegue económico, la de la renovación de muchas infraestructuras estatales que habían quedado obsoletas. Además, la llegada de fondos provenientes de la Comunidad Económica Europea ayudaría a colocar en pocos años a España, si no a la altura, sí equiparada de alguna forma a sus vecinos. Iba a ser, además, la década en la que España quede integrada definitivamente en el concierto internacional a muchos niveles, con organizaciones como las de la Copa del Mundo de Fútbol o la concesión a Barcelona de los Juegos de la XXV Olimpiada.

      Porque los años ochenta fueron también los de la (fallida) reconversión industrial. Los de las protestas en los astilleros, los altercados en Reinosa, los problemas con mineros, trabajadores del metal, fundidores. El momento en el cual la economía española hubiera debido dar un paso adelante, transformando las viejas estructuras en modernas posibilidades. Pero no se hizo, o no se hizo bien. Lo único que trajo este momento fue un cierre paulatino de empresas, un descenso brutal en el número de personas empleadas en el sector secundario y un campo de juego cuyas consecuencias aún se pueden apreciar en la actualidad, con los servicios y, muy especialmente, el turismo como base de una economía que poco tiene de sostenible…

      Porque otros sectores, como la pesca o el agropecuario, también sufrieron las secuelas de esta «acelerada entrada en la modernidad». La incorporación a lo que acabará siendo la Unión Europea trajo aparejadas sus cuotas e imposiciones, lo que terminó con la actividad pesquera en lugares donde era tradicional, dejando prácticamente la flota gallega y parte de la andaluza como elementos reconocibles de lo que antaño había sido motor económico (y forma de mantenimiento personal) en amplias zonas de, sobre todo, el norte del país. Algo parecido ocurrió con el sector pecuario, agravado, además, porque en toda la cornisa cantábrica se venía practicando, desde décadas atrás, la llamada doble ocupación, es decir, el trabajo diurno en alguna industria unido al mantenimiento de una reducida cabaña ganadera, especialmente vacuno orientado a la producción láctea. La reconversión industrial y la crisis pecuaria atacaron con virulencia esos lugares, minando ambas actividades y planteando una problemática que aún hoy sigue sin resolverse.

      En el concierto internacional, la Guerra Fría estaba, durante los primeros años ochenta, en uno de sus momentos de máximo apogeo. Visto desde la perspectiva actual, podemos pensar que quedaban apenas unos años para el desmoronamiento de la Unión Soviética, donde, en realidad, se estaban ya dando los primeros pasos que habrían de cristalizar en lo que dio en llamarse la Perestroika. Cierto… pero inexacto. O, más bien, falaz, ya que hacemos uso de un análisis a posteriori que no nos permite contextualizar la realidad de aquel momento.

      Y esa nos habla, incluso, de un


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