Nelson Mandela. Javier Fariñas Martín
Читать онлайн книгу.como un valor añadido en relación a las universidades públicas, en las que la segregación era ya algo más que una posibilidad futura. Muchos de los que de allí salían ocupaban puestos relevantes, con un salario y unas condiciones laborales muy interesantes para los jóvenes de entonces. En aquel momento, eso era suficiente para ellos. Con el tiempo, Nelson Mandela entendió que, aunque importante, la formación en Fort Hare no les preparó para derribar el muro de la injusticia que se interponía entre ellos y la igualdad entre las razas: «Sin embargo, mi experiencia fue bastante distinta. Me movía en círculos en los que eran importantes el sentido común y la experiencia práctica, y en los que no era necesariamente determinante tener altas calificaciones académicas. Casi nada de lo que me habían enseñado en la universidad parecía directamente relevante en mi nuevo entorno –reconocería Mandela–. Los profesores, por lo general, habían eludido temas como la opresión racial, la falta de oportunidades para los negros y los numerosos ultrajes a los que se enfrentaban en su vida diaria. Nadie me había enseñado cómo acabaríamos finalmente con los males de los prejuicios raciales, los libros que debería leer al respecto y las organizaciones políticas a las que tenía que afiliarme si quería formar parte de un movimiento por la libertad disciplinado. Tuve que aprender todo eso por pura casualidad y por el método de ensayo y error»9.
Casi como cualquier estudiante, el aprendizaje que se produce fuera de las aulas, el que se recibe a través de las amistades, fue fundamental. Ahí Mandela no sería diferente.
Lo que sí adquirió en Fort Hare fue mayor disciplina y diligencia en los deportes. Destacó en la carrera campo a través, no porque fuera un gran atleta, sino porque siempre gozó del empecinamiento de los constantes. También se aficionó al teatro y llegó a interpretar a John Wilkes Booth, el asesino de Lincoln, en una representación organizada por estudiantes, aunque en realidad le hubiera gustado asumir el papel del Presidente norteamericano. Richard Stengel explicó que, «Mandela era consciente de que Lincoln había nombrado miembros de su gabinete a algunos de sus más encarnizados rivales; y, de la misma manera, Mandela introdujo a miembros de la oposición en su primer gabinete. Le impresionaba la forma en que Lincoln usó la persuasión en lugar de la fuerza para dirigir su Gobierno»10. Pero, en Fort Hare, se trataba de una simple representación teatral, en la que era el malo de la película.
La llegada de Nelson Mandela a la universidad coincidió con el inicio de la II Guerra mundial, durante la que se convirtió en acérrimo defensor de la posición británica. En ese contexto, se organizó en el campus una conferencia del que posteriormente se convertiría en primer ministro sudafricano, Jan Smuts. Más allá de las palabras de Smuts a aquel alumnado probritánico que escuchaba de noche, a través de la BBC, los discursos encendidos de Winston Churchill, sería el debate posterior el que enriquecería aquella presencia relevante. En ese contexto, destacó Nyathi Khongisa. Hasta ese momento no dejaba de ser un alumno más, uno de los 150 compañeros de Mandela en Fort Hare. Sin embargo, su particularidad radicaba en su afiliación política. Era miembro del Congreso Nacional Africano, el CNA, el partido al que Nelson entregaría su vida y también la de su familia. Pero en este momento, cuando el único deseo que tenía era ser funcionario y no era capaz de ver discriminación en el hecho de tener que comer en la cocina de un restaurante, o en no poder cursar sus estudios en una universidad con jóvenes blancos, o en no percibir que el Gobierno de su país ya apuntaba maneras autoritarias y discriminatorias, tomó la palabra Khongisa y comenzó a disparar por igual contra las dos comunidades europeas que pugnaban por hacerse con el control del país. Aquella alocución eclipsó al propio Smuts. Se trataba, sencillamente, de un discurso transgresor en boca de un joven negro.
Casualidad o no, el CNA se iría adhiriendo poco a poco a la piel de Mandela. Casi sin darse cuenta. Como por azar. Así, de un modo aleatorio y sutil. Otro de sus amigos en Fort Hare, Paul Mahabane, tenía un vínculo familiar con el histórico movimiento de liberación. Su padre, Zaccheus Mahabane, había presidido en dos períodos el CNA. Y su hijo, en Fort Hare, compartía aulas con Nelson. Como ambos hicieron buenas migas, este invitó a Paul a pasar unos días de vacaciones en el Transkei.
Un día, en Umtata, el comisario local, un hombre blanco con una edad cercana a los 60 años, pidió –casi exigió– a Paul que le comprara unos sellos. En aquellos tiempos, los jóvenes negros eran casi de facto los recaderos de los blancos. Estos tenían un derecho implícito, pero no consensuado, para pedir algún favor o algún pequeño trabajo a cualquier negro con el que se cruzaran por la calle. Estos, aunque podían negarse, solían agachar la cabeza, aceptar y cumplir con el deseo de los dueños del país. Pero Paul no actuó así. Se negó y acusó de holgazanería a aquel hombre, que representaba a la autoridad en la ciudad. «La conducta de Paul me hacía sentir sumamente incómodo. Si bien respetaba su coraje, también me resultaba inquietante. El comisario residente sabía muy bien quién era yo, y que si me hubiera pedido a mí que le hiciera el encargo en vez de a Paul lo habría hecho sin más y me habría olvidado del asunto. Pero admiraba a Paul por lo que acababa de hacer, aunque yo aún no estuviera listo para seguir su ejemplo. Empezaba a comprender que un hombre negro no tenía por qué tolerar las docenas de pequeñas indignidades a las que se ve sometido día tras día»11.
Se sintió falto de valor, como cuando calló esos segundos eternos que fueron desde la circuncisión hasta que pronunció el grito con el que abandonaba la pubertad y pasaba a la edad adulta, pero la contestación de Mahabane no fue estéril. El coraje de su amigo y compañero se unió a la semilla de mostaza que otros habían plantado en él y que, paradójicamente, en la única universidad para negros de todo el país no se habían preocupado de regar.
En Fort Hare no se abordaba el problema de la discriminación que sufría la población negra en el país. Ni dentro de las aulas, ni en los diferentes ambientes que rodeaban el campus se podía debatir sobre el germen de aquella forma concreta de injusticia. Fort Hare era un espacio de formación para adquirir determinados hábitos profesionales; era un semillero de las élites negras. Si hubiera sido un espacio en el que se pudiera debatir sobre la opresión racial, si se hubiera orientado a los alumnos sobre qué lecturas completar, sobre qué camino seguir para acabar con la incipiente discriminación, probablemente Fort Hare no habría existido jamás. Era, a fin de cuentas, y de forma indirecta, una institución al servicio de la minoría blanca.
En su segundo año en la universidad, con las expectativas de la graduación, Nelson entendió que recuperaría para la familia el prestigio que nunca debió perder por aquella lejana discusión de su padre. También el nivel económico. En aquel tiempo, el hecho de que un sudafricano negro alcanzase una graduación, y con ella un puesto funcionarial en algún departamento estatal o local, era lo máximo a lo que se podía aspirar. Nelson Mandela comenzó a escribir su propio cuento de la lechera: junto a la reputación personal y a la vanidad del reconocimiento ajeno, contaba con comprar una casa en Qunu a su madre, los muebles, la decoración y el atrezo que la vivienda de su madre precisara.
Pero toda aquella secuencia se descabaló cuando fue nominado para formar parte del Consejo de representación de estudiantes en medio de una protesta de los alumnos, que reclamaban a la universidad una mejora en el rancho diario. La forma de boicotear aquella elección era, precisamente, no elegir a nadie, no votar. La inmensa mayoría de los universitarios secundaron la iniciativa, pero cerca de 25 sí depositaron sus papeletas. Y entre los seis representantes estaba Mandela. Como querían seguir adelante con la protesta, los elegidos presentaron la dimisión. El responsable de Fort Hare la aceptó y acordó unilateralmente que habría una segunda votación la noche siguiente durante la cena, para garantizar el quorum necesario que hiciera válida la elección. Salió elegido, aunque con los votos del mismo número de alumnos. Nelson no se veía legitimado para ser representante de todos sus compañeros, por lo que dimitió por segunda vez. El rector le emplazó a abandonar las aulas hasta el próximo curso. Le expulsó de Fort Hare. Eso sí, si decidía reincorporarse a las aulas, debía hacerlo también al Consejo de representación de los estudiantes. Fue el doctor Kerr quien le comunicó la decisión y quien le emplazó a tomarse un verano de reflexión antes de valorar si se reintegraba a la vida universitaria con ese único requisito. En la toma de aquella decisión, Mandela compartió sus inquietudes con su amigo y compañero K. D. Matanzima, quien le advirtió de que los principios estaban por encima del beneficio