No Hagas Soñar A Tu Maestro. Stephen Goldin

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No Hagas Soñar A Tu Maestro - Stephen  Goldin


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está despierta la Bella Durmiente?” preguntó.

      Wayne sonrió, haciendo un gran esfuerzo pues sus músculos faciales todavía estaban tiesos.

      “Creo que necesitas la visita de alguien”.

      “Si la necesito, me encargaré de hacértelo saber”. Aquel rostro blanco como el marfil desapareció detrás de aquel oscuro pasillo.

      Gritando por el esfuerzo, poco a poco Wayne logró levantarse. Su cabeza casi rozó con el techo del cubículo, el cual no había sido construido para estar sentado o de pie. Se sacó el Casco del Sueño, su particular casco, de la cabeza y lo colocó sobre el sofá junto a él antes de dirigirse hacia la puerta.

      Las luces de la habitación de afuera irritaron sus ojos tras estar en el cubículo. A Wayne se le cayeron las lágrimas al salir de su nido y mirar a su izquierda, donde White estaba ayudando a Janet Meyers a salir de su propia habitación. Janet también sentía molestias por la luz de la misma manera que Wayne, pero Wayne se recuperó más rápidamente. Aprovechó la ventaja de aquel momento de ceguera para observarla en detalle.

      Desde un punto de vista puramente técnico, Janet Meyers no era una belleza. Era un poco demasiado alta y sus huesos un poco demasiado finos. Su cara era redonda, y tenía demasiadas pecas en sus mejillas. Su pelo marrón era seco y nunca en su lugar; y tenía algunas marcas en su frente. Estaba bien proporcionada; cualquier hombre con un razonable gusto destinaría cierto tiempo a contemplarla, aunque no se daría la vuelta ni un segundo si pasara por su lado.

      No había nada de especial sobre ella que no pudiera encontrarse en otras mujeres. ¿Por qué actúo como un condenado adolescente virgen cuando estoy cerca de ella? Se preguntó Wayne enfadado.

      Ella estaba acostumbrado a la luz y lo miró. Wayne rápidamente apartó la mirada hacia el reloj que había en la pared, enfadándose consigo mismo y sintiéndose culpable por haberla estado mirando. Jueguecitos de niñato, pensó. Debería haber crecido.

      “¿Algún problema? Les preguntó White. “Pensaba que había visto saltar las agujas del reloj”.

      Aquello hizo recordar a Wayne sobre lo ocurrido con el guardia en el pasillo.

      “Tan sólo un pequeño problema coordinando la imagen” dijo. “Estamos posicionandolo de una manera diferente, por lo puede saltar un poco hasta que logremos controlarlo”.

      “Fue por mi culpa” dijo Janet. “Era cosa tuya, tu debías encargarte de ello. Debería haberle dado más control desde que apareció. No había pensado en ello. Perdón”.

      “No es tu culpa” insistió Wayne, sintiéndose su protector. “¿Cómo podían esperar cierta perfección cuando cambiaron el guión en el último momento? No tuvimos tiempo de echarle un vistazo, y mucho menos practicar con él“

      “Tan sólo fue un pequeño fallo de salto, solamente un segundo o dos” añadió Janet. “Probablemente fue algo puntual, nadie en el público se dio cuenta. Si hubiera un público.”

      “Veintidós mil, según el ordenador” dijo White.

      Wayne frunció el cejo. Mort Schulberg no estará contento con una audiencia tan baja, aunque raramente lo está.

      “Y Janet estuvo trabajando en ello hace dos días” continuó en su defensa. “No tenemos que darle las culpas. Es ese tipo de cosas que pueden ocurrir a cualquiera.

      “Oye, no tienes que pedirme perdón” contestó el ingeniero. “Tan sólo estaba jugueteando con los diales, ¿recuerdas?”

      “Teníamos diez minutos” interrumpió Janet, mirando al reloj. “Ese fallo ya es historia, pero si queremos evitar otros deberíamos coordinarnos mejor”.

      Ella y Wayne entraron a la Habitación de Preparación, donde un esquema de su set fue dibujado rápidamente para que lo pudieran estudiar antes de empezar.

      “El pasillo hace veinte metros” dijo casi mecánicamente. “Los hombres permanecieron aquí, aquí y aquí. La puerta metalizada, como las que usan las tiendas cuando cierran por la noche, justo aquí, accionada por aquel botón. Dos hombres saldrán por la puerta. ¿Crees que puedes desactivar la bomba por ti mismo?”

      La pregunta hizo que Wayne se sintiera inseguro al instante. Aunque él fuera el Soñador recién llegado de todo el equipo, había tenido experiencia en otra parte. Intentó esconder sus sentimientos como el mejor.

      “Tendré que hacerlo, ¿no? Ya es demasiado tarde para cambiar el guión. Además, estarás demasiado ocupado con todos esos guardias.”

      “Eso seguro. Tendré que pedir a Bill cómo hace para que siempre le de tiempo. ¡Me terminará convirtiendo en un jodido Amazonas!”

      “Quizás si le sonrieras, la próxima vez la cosa cambiaría”.

      “¡Espero que no!” la vehemencia en su voz sorprendió a Wayne. “Si hay algo que yo no quiero es un montón de basura para amas de casa frustradas. Antes lucharía contra las hordas mongoles con una sola mano”.

      Ella levantó la mirada y vio una extraña expresión en el rostro de Wayne.

      “¿Qué pasa contigo?” preguntó.

      Wayne apartó la mirada rápidamente.

      “Nada” dijo. Su reacción dejó al descubierto lo que sentía en aquel momento.

      “Deberíamos decidir que hacer con las partes de la escena para que no nos lleve más confusión. Odio arruinar el fin.”

      Pasaron los siguientes minutos repasando la escena paso a paso, discutiendo cual de ellas sería la responsable de visualizar que partes y con que personajes. Ernie White al final entró en la discusión, ordenándoles que regresaran a su cubículo si querían empezar a tiempo. Cuando se subieron a sus habitaciones separadas, Janet le mostró a Wayne una sonrisa y el signo de la victoria. Ayudó a desprenderse de la depresión que tenía, tranquilizándole dentro del cubículo.

      Sentándose en el sofá, se puso el Casco del Sueño y permaneció unos instantes sentado, para luego darse la vuelta. No había mucho que ver: dos arcos de plástico con un borde circular que formaba una especie de casquete con todo de cables saliendo de la parte de atrás hasta el suelo. Los cuadrantes del casco estaban llenos con cables prácticamente invisibles formando un conglomerado de cables que se unían en veinticuatro puntos correspondiendo con las áreas del cerebro. Aquel simple dispositivo había creado industrias completamente nuevas y una revolucionaria forma de entretenimiento personal.

      Las primeras exploraciones reales en los adentros del cerebro empezaron décadas atrás.

      Electroencefalogramas controlaban el curso de las ondas cerebrales para poder ser catalogadas e identificadas.

      Los investigadores descubrieron qué diferentes áreas dentro del cerebro eran responsables de varias funciones del cuerpo. Se supo que porciones del cerebro podían ser estimuladas externamente para modificar el comportamiento. El mejor ejemplo fue el clásico experimento con ratas con electrodos implantados en los llamados centros de placer de sus cerebros. Aquellas ratas decidieron atravesar una zona con numerosos y fuertes shocks eléctricos con tan sólo pulsar una barra que estimulaba aquellos centros de placer. Las ratas hambrientas no decidían cruzar el lugar para obtener comida, y solamente las ratas sanas arriesgaron la vida tan solo por placer.

      Los experimentos para mapear las áreas del cerebro fueron mejoradas con el tiempo, hasta el punto que psicólogos y neurólogos podían acceder con detalle el lugar donde las funciones más comunes del cerebro estaban almacenadas. En sí aquello era una enorme ventaja para la ciencia médica. Muchas enfermedades parecían ser causadas por disfunciones en el cerebro; en muchos casos, la microcirugía correccionaría o aliviaría esos dolores salvando a millones de personas.

      Las áreas en las que los psicólogos estaban más interesados, en cambio, eran aquellas que controlaban las funciones del cerebro de alto nivel: el aprendizaje, la retención, la memoria, los procesos de pensamiento,


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