Comprometida . Морган Райс

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Comprometida  - Морган Райс


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y a la derecha.

      "¿Por dónde?", ella preguntó.

      Caleb parecía tan abrumado como ella. Finalmente dijo, "Mi instinto me dice de permanecer cerca del río y tomar el camino de la derecha."

      Ella cerró los ojos y trató de sentirlo también. "Estoy de acuerdo", dijo, y añadió, "¿Tienes alguna idea de qué es exactamente lo que estamos buscando?"

      Él negó con la cabeza. “Sé tanto como tú.”

      Ella miró su anillo y leyó, una vez más, el acertijo en voz alta.

      Al otro lado del puente, Más allá del oso,

      Con los vientos o el sol, cruzamos Londres.

      No le sonaba familiar y a Caleb tampoco.

      "Bueno, menciona a Londres", ella dijo, "siento que que estamos en el camino correcto. Mi instinto me dice que tenemos que seguir adelante, hacia el interior de la ciudad, y que lo sabremos cuando lo veamos."

      Él estuvo de acuerdo y ella le agarró la mano, y tomaron por el camino de la derecha paralelo al río siguiendo un cartel que decía "El Strande."

      Esta nueva calle estaba más densamente poblada, había más casas construidas una cerca de la otra a ambos lados de la calle. Se sentía como si se estuvieran acercando al centro de la ciudad. Las calles  también se llenaban con más y más gente. El clima era perfecto -se sentía como un día de otoño y el sol brillaba sin parar. Se preguntó qué mes podría ser. Le sorprendió cómo había perdido la noción del tiempo.

      Por lo menos no hacía demasiado calor. Pero a medida que las calles estaban más llenas de gente, empezó a sentirse un poco claustrofóbica. Sin duda, se estaban acercando el centro de una gran ciudad metropolitana, incluso si no era tan sofisticada como la de hoy en día. Estaba sorprendida: siempre había imaginado que en la antigüedad habría menos gente y los lugares estarían menos concurridos. Pero, en realidad, era cierto lo contrario: mientras las calles se llenaban más y más, no podía creer cuanta gente había. Le pareció que estaba de vuelta en la ciudad de Nueva York en el siglo 21. La gente daba codazos y empujones y ni siquiera miraba hacia atrás para disculparse. También apestaban.

      Además, en cada esquina había vendedores ambulantes tratando con ahínco de vender sus mercancías. Por todos lados, la gente gritaba con los más divertidos acentos británicos.

      Y cuando las voces de los vendedores ambulantes se apagaban, otras voces dominaban el aire: los predicadores. En todas partes, Caitlin vio improvisadas plataformas, tarimas, cajones, púlpitos, sobre los que los predicadores se paraban para predicar sus sermones a las masas, gritaban para hacerse oír.

      “¡Jesús dice ARREPIÉNTANSE!” gritaba un ministro de pie con un sombrero de copa y una divertida mirada severa, mirando a la multitud con una mirada arrebatadora. “¡Yo exijo que TODOS LOS TEATROS deben cerrarse! ¡Se debe PROHIBIR el ocio! ¡Regresen a los templos!”

      Le recordó a Caitlin las personas que predicaban en las esquinas de la ciudad de Nueva York. De alguna manera, nada había cambiado.

      Llegaron a otra puerta ubicada justo en el medio de la calle con un cartel que decía "Templo Barre, Puerta de la Ciudad." A Caitlin le asombró de que las ciudades tuvieran puertas. Esta puerta grande e imponente estaba abierta para que las personas pasaran, Caitlin se preguntó si las cerrarían por la noche. A cada lado había más guardias.

      Pero esta puerta era diferente: también parecía ser un lugar de reunión. Una gran multitud se amontonaba a su alrededor y muy arriba, encima de una pequeña plataforma, un guardia sostenía un látigo. Caitlin se sorprendió al ver que un hombre, encadenado y apenas vestido, estaba atado a un poste de flagelación. El guardia lo azotaba una y otra vez mientras toda la multitud vitoreaba y lanzaba gritos de exclamación.

      Caitlin examinó los rostros de la multitud y no podía creer lo indiferentes que se veían, como si se tratara de un hecho cotidiano ordinario, como si fuera una forma popular de entretenimiento. Le enfureció la barbarie de esta sociedad y le dio un codazo a Caleb. También la escena lo tenía impactado, y lo tomó de la mano y corrió a través de la puerta para evitar mirar más. Temía que si se quedaba por más tiempo, no podría contenerse de atacar a los guardias.

      "Este lugar es una barbaridad", dijo, a medida que se alejaban de la vista grizzly y los sonidos del látigo se hacían más débiles.

      "Es terrible", él coincidió con ella.

      Mientras seguían adelante, ella trató de sacar la imagen de su mente. Se obligó a enfocar su atención en otra cosa. Miró un cartel y notó que el nombre de la calle por donde iban había cambiado a "la calle Fleet". Las calles se llenaron aún más de gente, había menos lugar para caminar, y los edificios y las numerosas filas de casas de madera estaban  construidas aún más cerca una de la otra. Esta calle también estaba llena de tiendas. Un cartel decía: “Rasurada por un centavo.” Delante de otra tienda colgaba el letrero de un herrero, con una herradura enfrente. Otro cartel en letras grandes decía “Monturas.”

      “¿Necesita una nueva herradura, señorita?" un comerciante local preguntó a Caitlin mientras pasaba.

      La sorprendió con la guardia baja. "Um … no, gracias", dijo.

      "¿Y usted, señor?" insistió el hombre. "¿Quiere rasurarse? Tengo las hojas más limpias en Fleet Street."

      Caleb sonrió el hombre. "Gracias, pero estoy bien."

      Caitlin miró a Caleb, y se dio cuenta de lo bien afeitado que siempre se veía. Su rostro era tan suave que parecía de porcelana.

      Mientras seguían por la calle Fleet, Caitlin no pudo evitar notar cómo la multitud había cambiado. Era más sórdida aquí, varias personas bebían abiertamente de frascos y botellas de vidrio, tropezando, riendo en voz demasiado alta, y mirando impúdicamente a las mujeres.

      “¡GINEBRA AQUÍ! ¡GINEBRA AQUÍ!" gritaba un muchacho de poco más de diez años mientras sostenía una caja llena de pequeñas botellas de color verde con ginebra. “¡COMPRE SU BOTELLA! ¡COMPRE SU BOTELLA!"

      Caitlin sentía que la empujaban nuevamente a medida que la multitud crecía y se hacía cada vez más espesa. Vio a un grupo de mujeres con demasiado maquillaje, vestidas con ropa gruesa y toneladas de tela mientras que llevaban sus camisas abiertas revelando la mayor parte de sus pechos.

      "¿Quieres pasarla bien?" una de las mujeres le gritó, estaba borracha y se tambaleaba  sobre sus pies. Se acercó a un transeúnte quien la empujó.

      A Caitlin le sorprendió lo rústica que era esta parte de la ciudad. Instintivamente, Caleb se le acercó más poniendo sus manos alrededor de su cintura, ella sintió su actitud protectora. Retomaron su paso y continuaron rápidamente a través de la multitud, y Caitlin miró hacia abajo, Ruth seguía a su lado.

      La calle pronto terminó en un pequeño puente peatonal, mientras caminaban sobre el puente, Caitlin miró hacia abajo. Leyó en un gran cartel "Fleet Ditch," y se maravilló de la vista. Debajo había lo que parecía un pequeño canal, quizás de diez pies de ancho, que fluía con agua turbia. En el agua, nadaba todo tipo de basura y desperdicios. Al mirar hacia arriba, vio gente orinando en él, y otros lanzaban botes de excrementos, huesos de pollo, residuos domésticos y todo tipo de basura. Era una inmensa cloaca que transportaba todos los residuos de la ciudad aguas abajo.

      Ella buscó ver a dónde conducía y vio que a lo lejos desembocaba en un río. Volvió la cabeza por el olor. Probablemente era lo peor que jamás había olido en su vida. Los gases tóxicos se elevaban haciendo que en comparación el horrible olor en las calles pareciera de  rosas.

      Se apresuraron por el puente.

      Al cruzar al otro lado de la calle Fleet, Caitlin se sintió aliviada al ver que la calle finalmente se abría y estaba un poco menos congestionada. El olor también se desvaneció. Después del horrible olor de Fleet Ditch, el olor de la calle ya no le molestó. Se dio cuenta de que así era como la gente vivía felizmente: era todo cuestión de  acostumbrarse a la época en que se estaba.

      Mientras caminaban, el barrio se hizo más agradable. Pasaron


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