A Salvo en el Paraíso. Barbara Cartland

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A Salvo en el Paraíso - Barbara Cartland


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el ceño antes de continuar diciendo:

      –Es más, creo que estoy en lo cierto al decir que tiene cinco o seis hijas, pero ningún hijo.

      –A mí no me preocupa lo que tenga o deje de tener– manifestó Zarina–, y sería un grave error si tú trataras de animarlo, Tío Alexander. ¡No me casaría con el Duque, así fuera el último hombre sobre la tierra!

      –¡Dios mío! ¿Estás loca?– exclamó al General muy enojado–. La mayoría de las jovencitas londinenses darían algo por una sola mirada del Duque de Malnesbury.

      Casi atropelló las palabras, mas prosiguió:

      –¡Él desea que tú seas su esposa! ¡Su esposa, niñita tonta! Eso quiere decir que serías Duquesa y ocuparías un puesto como Dama de Honor de la Reina.

      Zarina entrelazó los dedos.

      –Lo único que te puedo decir, Tío Alexander, es que te equivocas si crees que puedo pensar en aceptar al Duque como esposo. Ya te he dicho que no me casaría con él así fuera el último hombre sobre la tierra.

      –Ahí es donde estás equivocada, muy equivocada dijo el General muy lentamente–. Ya le he dicho al Duque que veo con buenos ojos su idea y que lo recibo con gusto como tu futuro esposo.

      Zarina respiró hondo.

      Sabía, por la forma en que le estaba hablando que su tío pretendía imponerle su voluntad. Tendría que luchar contra él para evitar que se cumpliesen sus deseos.

      –Quizá te sea difícil comprender... esto– dijo la muchacha–, mas yo no deseo ser Duquesa, ni... casarme con un hombre a quien... no ame. ¿Cómo podría yo amar a un hombre que puede ser... mi padre?

      –Esa es una aseveración tonta...– comenzó a decir el General.

      –Tonta o no– le interrumpió Zarina–, y si lo has aceptado como mi pretendiente, tendrás que decirle que cometiste un error.

      Por un momento se hizo el silencio. Luego, el General le dijo a Zarina, con el mismo tono de voz que hubiera podido utilizar con un recluta:

      –¡Me obedecerás, porque no tienes otra alternativa!

      –¿Qué quieres decir?– preguntó Zarina.

      –Quiero decir que soy tu Tutor y hasta que cumplas los ventiún años tienes que obedecerme, pues esa es la ley en el país.

      –¡No puedes obligarme a que me case con alguien con quien no deseo hacerlo!

      –¡Te casarás con él, así tenga yo que arrastrarte a golpes por la iglesia para que lo hagas!

      De pronto, la voz del General cambió de tono:

      –¿Quién te crees tú que eres para rechazar a un hombre tan notable como el Duque? Tú tienes mucho dinero, y no digo que el Duque no encuentre ese detalle como algo de agradecer, pero, al mismo tiempo, él se ha enamorado de ti.

      La miró con furia antes de continuar:

      –Está fascinado con tu belleza y tu encanto. Mientras lo escuchaba, pensé que no hay una mujer más afortunada en todo el país.

      –¿Afortunada?– gritó Zarina–. ¿Por tenerme que casar con un viejo a quien no amo, cuando puedo escoger entre muchos jóvenes encantadores?

      –¿Quiénes han sido ellos hasta ahora?– preguntó el General–. Un montón de vividores que no tienen otra cosa que ofrecerte que una buena colección de deudas.

      –Eso no es totalmente cierto– protestó Zarina–. Cuando me case, lo haré con un hombre a quien yo ame y que me ame por mí misma.

      El General emitió una risa muy desagradable.

      –¿Crees que con todo tu dinero es posible que algún hombre te ame exclusivamente por tu persona? Si lo piensas así, vives en un mundo de sueños. La mayoría de los hombres son prácticos. Se casan por la sangre azul, por las propiedades o por el dinero.

      Hizo una pausa antes de continuar.

      –Tú tienes lo último y, aunque procedes de una familia decente y respetable del campo, jamás podrías pretender equipararte al Duque de Malnesbury.

      Respiró ansiosamente y prosiguió:

      –Lo que tienes que hacer es caer de rodillas y darle gracias a Dios por que alguien tan distinguido e importante te quiera por esposa.

      –Digas lo que digas, no voy a casarme con él– insistió Zarina.

      Estaba muy pálida y las manos le temblaban. Pero estaba decidida a no ceder.

      –Puedes hablar y hablar– continuó diciéndole a su tío–, pero no te voy a hacer caso.

      –Te digo ahora y por última vez que no voy a casarme con el Duque.

      –Pues te equivocas si crees que puedes desafiarme– replicó el General muy enojado–. Como fuiste hija única, estás muy malcriada, y ya es hora de que alguien te dé unos golpes para domarte.

      Su expresión se volvió aún más seria cuando añadió:

      –No hablo a la ligera cuando digo que eso es lo que haré si tratas de desobedecerme. Supongo que, cuando regresemos a Londres, te habrás dado cuenta de que hago lo que es mejor para ti y para la familia. No voy a discutir nada más. ¡Te casarás con Malnesbury!

      –¡No lo haré!– casi chilló Zarina.

      Y se levantó del sofá de un salto.

      Su tío se mostraba tan amenazador, que corrió hacia la puerta. La abrió violentamente. Entonces, miró hacia atrás, observando que su tío no se había movido.

      –¡Te odio!– gritó–. ¡Si Papá estuviera vivo, no permitiría que... me amenazaras!

      Con estas palabras, salió del salón, dando un portazo. Y corrió hacia su habitación como si fuera el único santuario en el que pudiera refugiarse.

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