La urgencia de ser santos. José Rivera Ramírez
Читать онлайн книгу.¡si no tiene importancia contradecir al Espíritu Santo! no sé qué es lo que tiene importancia en este mundo ni en el otro.
La gente procura no hablar de pecado. Yo me acuerdo –y hace muchos años ya, porque era en Salamanca en el colegio hispanoamericano– una noche di una plática sobre esto... “Bueno... ¿entonces eso es pecado?...” Me quieres decir qué más te da el nombre... Lo que es tremendo es que tú hayas contrariado al Espíritu Santo... El que le llames pecado o le llames falta me da igual... Sabía que os ibais a dar más cuenta si le llamaba yo pecado... Pero que lo que hacéis son pecados... Otro ejemplo que he puesto otras veces: después que uno se acusa de sesenta pecados veniales, dice: “... y para que haya materia...” Pues ¡vaya con los pecados de la vida pasada!, ni que los pongas ni que los quites... si materia hay de sobra..., lo que no hay es arrepentimiento ni conciencia ni nada; por lo cual, la confesión esta me temo que no sirve para nada, menos mal que no sirve para hacer un pecado más porque no tiene usted mala voluntad... Una de las razones del poco fruto y del poco adelanto y, probablemente del abandono de la confesión, en la práctica, es cabalmente que se ha sacado poco fruto y se ha sacado poco fruto por el dado poco arrepentimiento sencillamente.
La gravedad para uno mismo y para los demás
Ya podéis examinar un poco: ¿tengo esta conciencia de la gravedad del pecado? La gravedad del pecado en tres aspectos: primero en sí mismo; lo que estoy diciendo: decirle que no a Dios. En segundo lugar, la gravedad que tiene en cuanto a mí mismo; pensar que nos pasamos la vida trabajando para desvivirnos...Ya os comenté esta idea de Sartre: que ser ateo idealmente, intelectualmente, es muy fácil, o sea, negar la idea de Dios, expresamente, reflejamente, pero que, en cambio, ser ateo materialmente, realmente, es muy difícil y que a él le costó mucho trabajo... ¡lástima de trabajo! De manera que, desde los once o doce años que tuvo la intuición de que Dios no existía –y no ha vuelto a tener dudas, según él– ya tuvo que ir trabajando toda su vida para elaborar el ateísmo, porque la sociedad no es atea, está el mundo lleno de la conciencia de la divinidad todavía... “y hay que trabajar para ver esto cómo lo quitamos porque es un desastre”14. Y uno piensa: “y que este pobre hombre estuviera venga trabaja y trabaja para hacerse ateo... también es pena...” En rigor es lo que estamos haciendo todos... Lo que pasa es que, por la misericordia de Dios no lo conseguimos. ¡El trabajo que nos tomamos para pecar! Yo creo que la experiencia de todos nos dice que, cuando no nos dejamos mover por Dios, sufrimos inevitablemente porque estamos distorsionándonos a nosotros mismos; es como el individuo que trabajara para torcerse los brazos y las piernas... ¡y luego a ver cómo se las colocan! “No sabe usted el trabajo que me ha costado dislocarme los brazos ¡he tenido que hacer unos esfuerzos!” ¡Ese hombre está completamente loco! Pues ¡completamente locos estamos, claro!
En tercer lugar, la gravedad para los demás. ¡Pensad la cantidad de gente que estaría mejor si yo hubiera respondido a la gracia de Dios! Todos podéis tener experiencia –todavía podéis tener alguna– de que hay personas que están mejor (no es una declaración de fe, porque no se definen estas cosas), de que hay gente que está mejor porque nos ha tratado; la persona está mejor porque se ha encontrado conmigo y hemos hablado y yo, con un poco de idea de la vida espiritual, y un poco de ayuda, le he ayudado a que esté mejor... Y uno piensa: ¿y si me hubiera dejado llevar de la gracia de Dios y hubiera atendido a otras muchas personas...? No las he atendido... ¿Ha sido por mala idea...? (“no voy a atenderlas para que se condenen...”) Conste que a esto se llega... Recuerdo cuando la guerra precisamente, una prima mía le dice a uno: “pero bueno ¿y cuando fusiláis gente procuráis, en fin, que mueran bien?...” Contesta: “si... ¡para que se salven encima!”... Si no es con esa mala idea, pero simplemente con esta falta de visión...
Necesitamos una apertura al Espíritu Santo amplísima porque si no nos embarullamos y no recibimos su luz y no podemos ayudar a los demás tampoco. El aspecto positivo: que nuestra respuesta a la gracia va permitiendo que el Espíritu Santo, con nuestra colaboración, vaya santificando a mucha gente. Y es al revés cuando nosotros no funcionamos... “El día que tú no ardas mucha gente morirá de frío...” dice Mauriac, y recuerdo la frase del Papa: “misterio verdaderamente tremendo que la salvación de muchos depende de la oración y voluntarias mortificaciones de los miembros del cuerpo místico”. Pero si uno piensa: ¿y cuántas oraciones habría hecho y cuántas voluntarias mortificaciones, cuántos testimonios habría dado si hubiera sido fiel a la gracia desde los siete años en que tengo uso de razón? ¡Esto es una responsabilidad, tengo que responder por toda esa gente!
El estremecimiento y los sufrimientos por el pecado
Por eso uno entiende perfectamente que los santos se estremezcan; por lo menos a ratos; un cura de Ars, un san Juan de Sahagún, casi todos los santos... han tenido momentos de auténtico terror... ¡Porque tengo que dar cuenta de multitud de personas! Lo que ya no sé si estaba muy bien la solución: “me voy de la parroquia...” Me voy de la parroquia y me voy a un monasterio... que es lo que decía el cura de Ars... Tampoco me salvo así... ¡Cómo si la gente no tuvieras que salvarla de todas las maneras! Examinar pues la gravedad del pecado desde estos tres puntos de vista y qué visión tengo yo de esta gravedad del pecado. La gravedad del pecado con las consecuencias y si me doy cuenta que las consecuencias del pecado son todos los males que hay en la tierra; la expresión del Génesis es bastante clara y es realísima... Y no porque cada uno de los sufrimientos de la tierra venga del pecado inmediatamente hablando, que a veces viene de la caridad. Pero si viene de la caridad el sufrimiento es porque hay que redimir el pecado y es porque el otro te está haciendo sufrir con un sufrimiento que no tenía que ser, por el pecado que él tiene; el pecado del otro puede no ser un pecado formal, simplemente es que no ve más allá, no ve otra cosa. Pero aun en lo que viene del pecado inmediatamente, las posturas meramente egoístas, lo que se sufre por amor propio, por codicia, por lujuria... ¡la gente sufre horrores, por ejemplo, porque los han humillado sencillamente! La cosa es completamente idiota en los niveles naturales... ¡pero sufren! ¿esto de dónde viene? Pues del pecado, está claro... Me decía un psiquiatra: ¿no cree usted que si la gente fuera más virtuosa tendría menos problemas psicológicos? Pues es cierto: muchos sufrimientos en los niveles psicológicos, en resumidas cuentas, vienen de que la persona esa no tiene bastante virtud... Y otros vienen de que a personas con muy poca virtud, o simplemente con una actitud total de pecado, les han hecho sufrir por falta de caridad. Al ver todo este mar tremebundo de sufrimiento se da uno cuenta que todo esto viene del pecado... Pero ¿nos lo creemos?
He contado muchas veces esta anécdota. Yo ya era sacerdote, cuando empecé a caer enfermo. Una tía mía me dijo que dijera sencillamente una cosa que era mentira a los médicos y le contesté: “pero tú crees que soy tonto... ¿voy a hacer un pecado para sufrir más...? ¡Ni hablar! Digo la verdad y si les molesta que les moleste, ¡qué le vamos a hacer!”. Pero vamos, tanto como hacer un pecado para quitarme un dolor, no se me ocurre, porque tendría más sufrimiento todavía; esto no ya sólo porque el pecado es mucho peor que el sufrimiento, sino porque tendría más [sufrimiento]. ¿Nos vamos dando cuenta? ¿Vamos sintiendo el horror del pecado del mundo? No ya para nosotros mismos, ¿sino del pecado del mundo? ¿Vamos sintiendo a la gente, experimentando a la gente el peligro, y no sólo el peligro de pecar mortalmente –por supuesto tenemos motivos continuos para experimentarlo– sino del pecado venial? ¿Nos va dando cada vez más horror, cada vez más pena?
La vida de los santos como testimonio
Horror me refiero, sobre todo, a un movimiento instintivo de espanto, pero que nos impulsa a funcionar. Por eso uno coge la vida de los santos... Lo he dicho muchas veces: los santos no es que tengan más dosis de lo que sea, es que su vida es de una calidad –caridad– distinta; cualquiera de los santos que he leído últimamente, no es [sólo] que tuvieran más fortaleza para aguantar malos ratos, más que yo, es que es otra fortaleza; varía tanto la cantidad que hay un cambio cualitativo; es otra manera de funcionar. Y que aguantan sufrimientos impresionantes; nosotros enseguida tenemos que descansar... Si no tenemos más capacidad ¡qué le vamos a hacer! Pero la vida de la mayor parte de los santos tiene un tono completamente distinto. Y no digo que sólo por esto, sino por lo otro: ¡este horror al pecado es por el amor a Cristo!, por el amor a la gente, por el amor a sí mismos, por la caridad –el aspecto positivo–; pero ahora estoy hablando de