La urgencia de ser santos. José Rivera Ramírez
Читать онлайн книгу.me extiendo un poquito y voy a hablar todavía, antes de entrar en la consideración de nuestra manera de ser, lo que es el pecado, la gravedad del pecado y las consecuencias del pecado. ¿Qué actitud tenemos frente al mal? Porque una de las cosas que más nos cuesta es asimilar la existencia del mal. Yo no voy a revelar un misterio porque no lo sé explicar. Pero el pecado es el colmo del mal. No estaría mal que mirarais un poco: ¿de verdad para mí el mal es el pecado y lo demás –no voy a decir que no se sufre, lo contrario sería mentir– me parece que no tiene importancia? ¿Y me parece que, en cambio, tiene muchísima importancia el pecado venial? Y no si me parece durante el rato que estoy en la capilla sino si este es el juicio espontáneo que voy haciendo sobre las cosas.
Voy a hablar un poco de cómo permite Dios el pecado y cómo tenemos que integrar todo esto. La existencia del mal, por de pronto, le plantea un problema a la gente; y de esto tenemos la expresión nosotros mismos, continua, porque en los salmos sale a todas las horas: “¿por qué haces esto?” No digo ya cuando los salmistas están optimistas y les parece que son buenos ellos (“todo esto nos ha venido sin culpa nuestra...” encima, éramos tan buenos y mira donde nos has metido...); generalmente el salmista ya reconoce que él tiene su culpa, pero de todas maneras ... “defiéndeme, por qué permites esto...”. Yo no sé por qué lo permite Dios, lo que sé es que lo permite ¿verdad? Lo que sé es que el mal no tiene por qué desconcertarnos, y tenemos que darnos cuenta, incluido el pecado, que es el mal radical, tenemos que contar con él...
Esto es una actitud muy complicada psicológicamente porque, cuando estamos hablando a la gente, tenemos que tener, al mismo tiempo –y lo difícil es expresarlo– dos actitudes, que no son contradictorias pero que son muy difíciles de expresar a la vez: “lo que ha hecho usted está muy mal, pero no tiene importancia”; es decir, lo que ha hecho usted está muy mal y además me da muchísima pena, pero vamos...
Dos historias que he contado muchas veces. Una vez, un primo mío que acababa de convertirse y se había confesado después de muchos años y, al cabo de unos días me dice:
–“Y yo debería confesarme ¿no?...”, pues veía que se confesaba su familia...
Estaba en la cama enfermo entonces y le digo:
–Si yo hiciera la vida que haces tú me confesaría tres o cuatro veces al día a ver si cambiaba, porque es que no das ni golpe...
No porque hiciera nada malo, sino porque no hacía nada bueno... Fuimos hablando de esto del pecado y me hace esta declaración:
–“Bueno... eso te pasará a ti, yo cuando me confieso a los curas les trae sin cuidado mis pecados...”
¿La gente puede pensar que nos da pena el pecado? ¿La gente puede pensar que tenemos este horror al pecado como tal? Esto por una parte. Porque, por otra parte, tenemos que hablar de tal forma que les signifiquemos la confianza que tienen que tener. Y generalmente hablando, o nos ponemos tan tajantes que la gente sale asustada o sale enfadada: “¡este cura qué bruto es!” y también: “¿qué querrá que le diga?... no voy a decir mis virtudes, que tengo tantas, si he venido a confesarme, de manera que le he dicho mis pecados...” O la gente sale al revés: “esto no debe tener tanta importancia como yo me creía, total ¡lo ha tomado con tanta naturalidad!”.
He contado también la historia de la guerra europea, en una novela de Mauriac. Estaban discutiendo por qué en la guerra europea los capellanes católicos tenían más éxito que los protestantes y entonces uno contó esta historia: Un hombre había matado a otro y, después de matarle –aquello fue un arrebato– se quedó con la conciencia cargadísima y el hombre necesitaba contárselo a alguien; y decía “si se lo cuento a alguien me denuncia”... Echó a andar y vio una casa un poco aislada, era [la casa de] un pastor protestante y le contó la historia; el pastor protestante le dice: “haga el favor de marcharse y dé gracias a Dios que no le denuncio... Encima de que es un criminal viene aquí a mí a contármelo...” El hombre salió más atribulado que antes todavía y siguió andando... Ya vio otro edificio, una iglesia, entra, ve allí una garita encendida, se acerca y le dice: “padre, he matado a uno...” Y el otro le contesta: “¿y cuántas veces hijo mío, cuántas veces...?” Claro, se animó... Pero la impresión que da es que no tiene importancia que mates a uno. En Toledo había un Padre que decía: “he matado a mi madre” “¿cuántas veces hijo mío, cuántas veces...? Pues no lo vuelvas a hacer, hijo, no lo vuelvas a hacer...”.
Esta actitud que tenemos ante el mal tiene que ser, pues no sé... Nos tiene que inspirar el Espíritu Santo... Y nos tiene que inspirar incluso la expresión. Y en el confesionario es tanto más difícil porque no tenemos idea casi nunca de la actitud que traen, no sabes cómo es. Hay que estar con una actitud de apertura tremenda y una actitud de contrición continua, para que el Espíritu Santo nos pueda iluminar y no estemos obscurecidos y podamos decir lo que haga falta en aquel momento, pues es imposible que nosotros lo sepamos.
13 Se refiere a la Segunda Guerra mundial (1939–1945)
14 Evidentemente se refiere al trabajo de las filosofías y filósofos ateos para quitar del mundo la idea de Dios.
Panel con fotos de niños hambrientos, colgada en la pared de su despacho: “Si la Iglesia es madre, ¿cómo puede dejar que sus hijos mueran de hambre?”. Pensamiento que le obsesionaba para ayunar y vivir más pobremente cada día.
6. El misterio del pecado
Pecado y mal moral
El pecado es un misterio y un misterio especialmente difícil de entender porque, por una parte, es un campo ancho de materia: coincide con cosas que nos parecen mal moralmente; pero, aunque coincidan, no es el mismo concepto; no es lo mismo hacer algo moralmente malo que pecar; pecar es rechazar a Dios, y el individuo que no cree en Dios... más o menos puede tener una conciencia moral en ciertos aspectos. Desde luego, la gente que tiene conciencia moral sin creer nada en Dios, casi, casi es por un residuo –al menos eso decía Sartre– por un residuo de vida católica, porque es que, si no existe Dios, la moral prácticamente no tiene fundamento; algunas cosas ya se ve que son malas: matar a uno porque sí... está mal, pero quedan pocas más cosas... Así lo interpreta él y, en realidad, me parece bastante normal...
Nosotros –no digo sólo nosotros sino en general el ambiente en que nos movemos– podemos hacer coincidir el pecado con cosas que están mal; lo que decía [en la meditación anterior]: llega la gente, se confiesa, y lo que dice son una serie de cosas que, si no creyera en Dios, en el ambiente europeo en que nos movemos, seguiría diciendo que esas cosas están mal; hay ciertas materias [cuya transgresión] no les parecería mal porque prefieren más otras: el que le gusta más la justicia se acusaría de injusticia y con mucha delicadeza y al otro la justicia no le importa, pero tiene cierta tendencia a la castidad y le parecen mal las cosas de lujuria, y se acusaría de esas cosas... No están acusándose de pecados para nada... Y esto es lo que me parece que pasa muchas veces... Porque no deja de ser significativo que, precisamente en los campos en que el pecado es más solo, por ejemplo el de la fe o el de la esperanza, la gente no se acusa casi nunca; hay muy poca gente que se acuse de que no tiene confianza en Dios o de que no siente la complacencia de Dios en él; se acusan de faltas de prácticas... Si no fuera católico, sería budista o se haría animista... Alguna práctica religiosa tendría... porque no quiere decir que esto sea cristiano. Pues esto tenemos que tenerlo en cuenta.
La dificultad de reconocernos pecadores
En segundo lugar, el pecado es un misterio especialmente difícil simplemente porque nos joroba ser pecadores: tenemos que reconocer que funcionamos mal. Aunque en ciertos momentos nos gusta que lo sean los demás, para poder criticar de ellos, en otros momentos tampoco nos gusta: por un lado, tenemos que convertirlos y, por otro lado, no podemos fiarnos de nadie... Es una cosa bastante desagradable. Consecuencia: que del pecado ni nos gusta hablar mucho, como no sea en teoría, ni nos gusta mucho