El Santuario de la Tierra. Sixto Paz Wells
Читать онлайн книгу.Viracocha, tú, soberano de los incas; pero no soy un dios. Soy solo alguien a quien el conocimiento y la responsabilidad lo han colocado haciendo lo que está haciendo. Como en tu caso.
»En otra vida fui Juan, un discípulo de un gran maestro de la luz que se llamó Jesucristo, y que trajo hace unos mil quinientos años un mensaje de paz y amor a la Humanidad.
–¿Qué?... ¿Cómo?... ¡No puede ser posible!... Escuché que los sungazapa, aquellos hombre blancos barbados como tú, enarbolan la bandera de una nueva religión que llaman cristianismo. Ellos dicen ser seguidores de ese tal Jesús, y sin embargo, han venido quemando, saqueando y violando a nuestra gente. A mi hermano Atahualpa lo invitaron a negociar y sin honor le mintieron, capturándolo después de masacrar a su guardia personal que estaba desarmada.
»Si tú eres uno de ellos, ¡no quiero tener que ver nada contigo!
–¡Cálmate, soberano de los incas! Tienes toda la razón para indignarte y pensar así. Pero te puedo asegurar que Jesús no tiene nada que ver con el comportamiento de algunos que se dicen cristianos.
»Yo mismo advertí a los demás cristianos que, si decían que creían en Él y en su mensaje de amor y de paz, tendrían que vivir su mensaje. Pero a lo largo de los siglos ha habido gente que ha tergiversado y manipulado sus enseñanzas.
–¿Y por qué han permitido que haya quienes distorsionen las enseñanzas de alguien que dices que era un gran sabio? ¿Por qué no lo han impedido?
–Es algo similar a lo que ha pasado con tu pueblo, Inca Choque Cápac. ¿Por qué con tanta sabiduría acumulada se cayó en guerras civiles? El propio Atahualpa mandó destruir quipus y tablillas de madera cargadas de símbolos tocapus, haciendo desaparecer así la Historia de tu pueblo.
»El que haya una enseñanza no es garantía de que los hombres la lleven a la práctica. Solo aquellos que la conocen y practican llegan a ser sabios y espirituales.
»Te pido perdón, y, a través tuyo a tu pueblo por lo que esta gente enferma por las guerras y el hambre en Europa ha venido a hacer aquí. Pero te puedo asegurar que su ambición acabará con ellos. Todos serán víctimas de la violencia que han desatado. Ninguno tendrá paz ni disfrutará de lo que ha robado.
»Sé que eso no es ningún consuelo, pero llegará un día en que se reconocerá que todo lo que haya salido de estas tierras salvará a la Humanidad del hambre, la enfermedad y la desesperanza.
»A vosotros os queda aprender la gran lección y uniros para rescatar el conocimiento, aguardando el final del ciclo que pondrá todo en su lugar. No dejéis que el resentimiento enferme vuestras almas; más bien compadeced a esa gente y a todos los involucrados en la violencia que están poseídos por una fuerza tenebrosa enquistada en este mundo.
»Aquí quedarás al frente de un remanente de tu gente, pero con el tiempo morirás y los que vendrán después de ti abandonarán este lugar y se perderá gran parte del recuerdo de lo que significó llegar hasta aquí. Pero nosotros continuaremos haciendo nuestra labor de mantener la luz en la Tierra, aguardando el tiempo en que la Humanidad crezca internamente y podamos compartir nuestra tarea.
Este contacto, que elevó los niveles de conciencia, comprensión y vibración de la comunidad de los allí reunidos, fue guardado por mucho tiempo como una señal de esperanza para el futuro. Pero este encuentro también significaba que las puertas de Paiquinquin Qosqo quedarían selladas al mundo exterior durante 500 años, en lo que sería un pachacuti o período de purificación planetario, hasta que llegara el tiempo de madurez en que la luz volviera a iluminar.
Mientras esto ocurría en el Paititi, Manco, otro de los hijos de Huayna Cápac, salió al encuentro de Francisco Pizarro en la cuesta de Limatambo. Manco también había partido en secreto de Qosqo, poco antes que Choque. En Vilcacunca rindió homenaje a Pizarro y aprovechó para quejarse de las tropelías y crímenes que cometían las huestes de los generales de Atahualpa. Pizarro percibió de inmediato la profundidad de las intrigas que reinaban entre los incas y que tenía como aliado incondicional a Manco. Por ello no esperó más tiempo para reconocerlo como el nuevo Inca, que fue coronado con toda la pompa en el templo del Coricancha.
La primera sanción que expidió Manco fue quemar públicamente al general Calcuchimac, y en compañía de Pizarro, fue en búsqueda de Quisquis, quien se había retirado a Quito.
De regreso a Qosqo se organizó una expedición a Chile, al mando de Diego de Almagro, quien se hizo acompañar del Willaq Umu y de Paulo Topa. Más tarde Pizarro se marchó a Lima, dejando en el gobierno de la capital a sus hermanos, Hernando, Gonzalo y Juan.
Tiempo después Manco sufriría en carne propia las consecuencias de su equívoco. Continuamente le exigían grandes cantidades de oro y plata, y hasta le insultaban y se burlaban de él, de su cultura e inclusive de sus antepasados. Defraudado, decidió liderar un levantamiento contra los españoles, contando con el apoyo del Willaq Umu, quien se había fugado de Chile. Juntos prepararían la acción en el curso de cuatro meses, al cabo de los cuales pretendían acabar con todos los zungazapa.
Al incrementarse los abusos de Pizarro, Manco decidió adelantar la rebelión. Pidió entonces autorización para ir a Yungay, valiéndose de Antonillo, intérprete de origen huancavilca, que prometió a los españoles llevar consigo el wauke o estatua de oro de Huayna Cápac. Con él salieron muchos nobles, aunque no todos estaban de acuerdo con el alzamiento; incluso hubo quienes optaron por mantenerse del lado de los conquistadores.
Al poco tiempo, Manco declaró la guerra frontal a los españoles manteniendo un cerco de dos meses sobre la ciudad de Qosqo, pero fueron los propios cuzqueños, leales a los extranjeros, los que lograron romper el sitio y enfrentarse a los atacantes haciéndoles retroceder. Estos se refugiaron en la fortaleza de Sacsayhuaman, donde se produjo una encarnizada lucha en la que murió Juan Pizarro y el célebre capitán inca Cahuide, quien se arrojó desde lo alto de una de las torres sujetando entre sus brazos las cabezas de dos soldados españoles. Hubo gran mortandad entre los andinos que apoyaban a los españoles pero al final la fortaleza cayó y fue tomada. Se inició entonces la persecución de Manco Inca, quien se retiró de Yucay en dirección a Calca. En los pasos estrechos los perseguidores fueron víctimas de derrumbamientos y avalanchas, sufriendo gran cantidad de bajas.
Esto dio tiempo a Manco para reorganizarse y preparar un contraataque, que los hizo retroceder hasta Qosqo.
Lima también fue sitiada por los ejércitos insurrectos. En el encuentro de Chulcamayu fueron abatidos todos los españoles, lográndose un buen botín consistente en ropa de Castilla, armas, vino y otros artículos, así como esclavos negros. En Jauja también se aniquiló al Ejército español, pero no llegó a producirse la ofensiva final por falta de coordinación y el retraso en la llegada de las fuerzas huancas, así como por haber quedado fuera de combate el general Quiso Yupanqui, artífice de los éxitos anteriores, que posteriormente perdió la vida.
Después de haberse retirado a Chuquisaca y a Tambo, Manco accedió a dar refugio a cuatro españoles que decían estar huyendo del gobernador Vaca de Castro, aunque en realidad tenían la intención de acabar con él. Efectivamente, Manco fue acuchillado por la espalda y murió a los pocos días, no sin antes haber designado como sucesor y heredero a Sayri Túpac.
Con la llegada del primer virrey y la publicación de las ordenanzas se incrementó la confusión y la anarquía entre los conquistadores, acostumbrados a hacer lo que querían en ese reino. Se produjeron levantamientos como el de Gonzalo Pizarro, quien murió, como muchos de los suyos, en cruentas guerras civiles. Las fabulosas cantidades de oro y plata encontradas en el Nuevo Mundo fueron el móvil de dichas hostilidades.
Los Pizarro estaban obsesionados con los mitos y relatos que hablaban de una ciudad; uno de ellos lo habían escuchado después de haber cruzado Panamá. Y, como el rey Midas, nunca estarían ellos satisfechos en su sed de oro. Uno de los más insaciables fue precisamente Gonzalo Pizarro, quien, en su obsesiva exploración de mayores fuentes del áureo metal, salió en la búsqueda de El Dorado, una supuesta ciudad de