El Santuario de la Tierra. Sixto Paz Wells

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El Santuario de la Tierra - Sixto Paz Wells


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como qué?

      –¡Quizás una palabra inca! Ya no me acuerdo la palabra secreta que sabía por aquel entonces papá. Tú hazlo por favor.

      –¡Esta bien!... ¡Lo que hay que hacer por los hijos!

      Don José hizo lo que la niña le pedía, y de pronto comenzó a ver en su imaginación como se abría un túnel con una luz al final del mismo y se multiplicaban los murmullos de otro tiempo. Fue tan intenso que se retiró sorpresivamente del muro, como no queriendo reconocer delante de la niña que había tenido una extraña visión.

      –¡Vámonos hija, se está haciendo tarde!

      Bajaron juntos de las terrazas y se dirigieron al taxi que les había estado aguardando y regresaron a Cuzco.

      Al siguiente día fueron con un tour a la bellísima población cercana a Cuzco de Chincheros, un pueblo suspendido en el tiempo, donde si bien es cierto que se aprecia la superposición de las culturas, la europea sobre la andina, no es difícil imaginarse a la población en tiempos de los incas pues el patrón urbanístico de la población se ha mantenido. Si uno se fija con detenimiento, en los muros de las terrazas o andenes aparecen formas diversas, entre ellas una serpiente y en otra parte hasta un cáliz.

      Cuando caminaban por las calles subiendo unas escaleras, la niña se percató de que los escalones estaban llenos de petroglifos, grabados en la roca con forma de espirales a modo de serpientes.

      –¿Te has fijado papá en estas figuritas que hay en las piedras?

      –¡No, no me había dado cuenta hasta ahora que me lo has hecho ver!

      »Son petroglifos como espirales, símbolos de evolución y movimiento de la energía. Probablemente eran parte de un templo inca que fue desmantelado y las piedras de sus altares vinieron a parar aquí.

      Padre e hija terminaron de subir la escalera y llegaron a una plaza, al final de la cual había una iglesia de paredes blancas. Estaban entrando en ella cuando una anciana de pequeña estatura que llevaba en su espalda un pesado morral de tela multicolor, se acercó hasta la puerta y tomándole la mano a la niña le dijo:

      –¡Kutimunki, chayanpuy!

      –Disculpe señora, no entendemos el quechua –le aclaró don José a la viejecita.

      –La señora no le estaba hablando a usted, sino a la niña –dijo el sacristán que se asomó a la puerta. Era un hombre bajo y mestizo de unos cuarenta años.

      –¿Y qué significa lo que le ha dicho a mi hija?

      –Dijo: «Retornaste, volviste viajero ausente».

      –¿Y a qué se refiere?

      –La señora cree que la niña es alguien especial que según su tradición tenía que volver.

      Esperanza solo atinó a sonreír a la viejecita y a abrazarla. Ella se puso muy contenta como si se hubiese cumplido el gran deseo de su vida.

      En eso la anciana desató su morral y de él sacó cinco hojitas de la planta sagrada de la coca y las colocó en las manos de Esperanza como una ofrenda. Y, mirándola a los ojos, le dijo:

      –Puedo ver en tus ojos mamita al gran guerrero y príncipe. Sí, en tus ojos veo tu alma, y en tu alma tu misión.

      –¿Y cuál es mi misión abuelita?

      –Vienes a recordarnos lo que perdimos y como volver a ser lo que éramos.

      –Pero aún soy muy pequeña, y ahora soy mujer.

      –¡Ya crecerás! Y este es el tiempo de la mujer. Cuando tengas la edad adecuada serás la llave que unirá lo antiguo con lo moderno, lo pasado con el presente y el futuro. Ahora con tu presencia me has consolado porque te he visto y sé que todo está muy cerca.

      Don José no podía creer lo que estaba escuchando. La viejita besó la frente de Esperanza, armó su macuto que se colocó a la espalda y se marchó muy contenta.

      Padre e hija vieron alejarse a la inusual anciana. Ante la insistencia del sacristán pasaron dentro de la iglesia decorada con murales y centenarias pinturas coloniales. Mientras avanzaban miraban todo, desde el techo, con sus impresionantes artesonados, hasta las paredes con murales, llegando hasta la primera banca situada frente a un repujado altar atiborrado de esculturas de santos. En ese momento el sacristán comentó:

      –Sean bienvenidos. Esta iglesia es de 1607, y está dedicada a la virgen de Monserrat. Fue edificada sobre las bases de un antiguo palacio y un templo incas. Los murales son atribuidos a Diego Cusi Huaman y algunos de los cuadros que han visto en las paredes son del pintor indígena Francisco Chihuantito, de la escuela cusqueña, entre ellos el de la Virgen de Monserrat donde se puede apreciar a los ángeles aserrando una montaña.

      –Disculpe que interrumpa su gentil explicación turística, pero ¿por qué la anciana enfatizó ahí afuera que mi hija en el futuro iba a ser una llave? –preguntó bastante confundido don José.

      –¡No sé por qué pudo haber dicho eso la mamita! Pero lo de llave es un símbolo. En el mundo andino hay lugares que quedaron sellados después de la conquista y que son como «cápsulas de tiempo» que, llegado el momento, deberán ser abiertos para que fluya el conocimiento liberador que contienen. Y para abrir portales se requieren «llaves».

      –¿Qué tienen o de qué tenemos que liberarnos?

      –¡De la superstición y la ignorancia señor! No se confunda usted por verme aquí como sacristán de iglesia. Yo terminé de estudiar en la ciudad de Cuzco. Soy maestro titulado de escuela. Y tengo mi fe y mis creencias, pero sé en qué mundo vivo en la actualidad.

      –Disculpe maestro, pero eso que mencionó sobre la ignorancia ¿es algo retórico o pragmático?

      –El Universo funciona con una ley de gravedad que busca integrarlo todo y construir con las piezas la totalidad. Ese Universo está sujeto a ciclos. Nuestros antepasados eran gente muy pragmática y observadora: sabían que cada cierto tiempo todo se repite y las oportunidades vuelven.

      »La mamita que saludó a su hija está convencida de que en ella vio el cumplimiento de un ciclo, una pieza que unirá a otras, por lo que de aquí a unos pocos años ocurrirá algo de aquello de que la unión hace la fuerza, y quizás en eso su hija tendrá mucho que decir y hacer.

      –Bueno, muchas gracias señor, ha sido usted muy amable pero seguiremos nuestro recorrido solos.

      Don José salió de la iglesia con Esperanza. Echaron una última mirada a la población de Chincheros para luego seguir camino al Valle Sagrado, pudiendo observar desde las alturas la belleza del río Urubamba o Willkamayo que discurre al fondo del pintoresco valle rodeado de nevados. Desde lo alto el río se ve formando meandros como si fuese una serpiente que se arrastra. Al detenerse en el mirador, desde donde se ve el valle en todo su esplendor, Esperanza se acercó al borde del abismo quedando en silencio, hasta que nuevamente rompió en un llanto profundo entre triste y alegre. Emociones encontradas la habían conmovido. Su padre, sin saber muy bien cómo reaccionar, la abrazó tiernamente consolándola.

      –¿Nuevamente llorando hijita?

      –¡También de alegría se puede llorar papá! Siento que pertenezco a este lugar.

      El tour que hicieron los llevó al poblado de Pisac, situado en el fondo del valle y al lado del río, pero por cuestiones de tiempo no pudieron llegar a visitar las ruinas de cuatro ciudadelas ubicadas en lo alto de la montaña, debiendo conformarse solo con verlas desde abajo. Esas ciudades localizadas en la cumbre son lo más bello y espectacular de la zona; además, desde arriba luce imponente el sistema de terrazas de cultivo que aquella gente creó hace ya muchos siglos atrás y que aún son utilizados por las comunidades campesinas dominando con ello los distintos pisos ecológicos y de altitud.

      Después de un almuerzo contundente compuesto por una sopa de verduras, una gran


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