El Ángel Dorado (El Ángel Roto 5). L. G. Castillo
Читать онлайн книгу.a casa.
Casi se ahoga al escuchar una risita aguda que le resultó familiar.
«¿Candy está aquí?»
Se puso de pie y vio a Candy Hu hablando con un grupo de chicos que estaban cerca del escenario. Claro que estaba allí, el restaurante llevaba su nombre. Se fijó en el ajustado top de bikini que llevaba, que apenas le cubría.
Bien, parecía que había crecido.
Su corazón latió más deprisa. Si Candy estaba allí, tal vez, y solo tal vez...
Alejándose de su mesa, examinó toda la zona cuidadosamente, esta vez buscando el pelo de punta y los ojos marrones de Leilani.
La música sonó por los altavoces que había cerca de su mesa. Candy chilló y salió corriendo hacia el escenario. La música cambió y una voz comenzó a cantar. Candy bailaba en el escenario seguida de un grupo de chicas. Todas iban vestidas de forma similar, con un pareo rojo y una flor blanca pillada detrás de la oreja. El fluido movimiento de sus brazos y el balanceo de sus caderas era hipnótico.
Leilani debería haber estado allí. Debería haber sido una de las que estaban en el centro del escenario.
—¡Sí, nena! —gritó uno de los chicos de la mesa de delante.
Pensándolo bien...
Jeremy frunció el ceño al ver la mesa de chicos con los que Candy había estado flirteando. Se sintió mal por las chicas. Esos imbéciles cargados de testosterona no apreciaban la belleza de su danza. La música, la luz, el movimiento... era algo angelical.
Tragó saliva con dificultad, tratando de quitarse el nudo de la garganta. Parecían ángeles y sus brazos eran las alas. Eran muy elegantes; sus brazos ascendían y descendían de tal forma que parecía que estaban danzando en el aire, especialmente una de las chicas que se encontraba al fondo.
«¡La conozco!» Dio un paso adelante, manteniendo la mirada fija sobre la joven.
No podía ser ella.
¿O sí?
Se quedó petrificado junto a un par de antorchas mientras la voz cantaba sobre el amor de Kalua. El torso de la joven se balanceaba con las delicadas ondas de sus brazos, imitando las olas del océano. Una oscura y abundante melena, brillante como la seda negra, caía sobre su hombro. Sus labios rubí estaban ligeramente abiertos, como si estuvieran listos para ser besados. Estaba perdida en la música y sus ojos miraban hacia abajo como si estuviera perdida en un sueño.
Se frotó los ojos, pese a que sabía perfectamente bien que su vista celestial no le engañaría. Podía ver cada una de sus pestañas oscuras, cada curva de sus sensuales labios, y cada poro de su piel en su hermoso rostro.
Esperó conteniendo la respiración hasta que la joven levantó la cabeza. Sus largas pestañas se elevaron y sus enternecedores ojos marrones miraron a la audiencia.
«Leilani».
Lo había conseguido. Estaba haciendo lo que siempre quiso hacer. Estaba bailando.
Se quedó fascinado. Incluso cuando se movía hacia atrás, dejando a Candy colocarse en el centro del escenario, no podía apartar los ojos de Leilani. Algo en su interior se removió.
«No. Eso no».
Inmediatamente, dio un paso atrás, tratando de sacarse esos sentimientos de mierda que se estaban propagando por todo su ser.
Estaba solo. Sí, eso era lo que estaba sintiendo. Leilani era una buena amiga, así como lo era Sammy. Solo estaba allí para asegurarse de que ambos estaban bien. Ahora podía irse. Leilani jamás permitiría que le ocurriera algo a su hermano pequeño.
La música paró, y el público rugió con aplausos.
Se había terminado. Ya había llegado el momento de marcharse de allí. No había ninguna razón por la que quedarse. Ya había visto lo que necesitaba ver.
Se dio media vuelta, listo para abrirse camino hacia el otro lado de la isla, cuando un niño desgarbado de ojos azules y manchas de chocolate en las comisuras de los labios le bloqueó el paso.
—¿Jeremy?
3
A Jeremy le dio un vuelco el corazón. Sammy ya no era un niño pequeño. Sus mofletes regordetes ahora eran delgados. Tenía unas pecas sobre la nariz y estaba unos treinta centímetros más alto.
«Se parece muchísimo a su padre», pensó.
Sammy se frotó los ojos como si no pudiera creer lo que estaba viendo.
—¡Eh, colega! Soy yo, Jeremy.
Mirándole más de cerca, Sammy le dio con el dedo en el bíceps. —Eres real. No eras un amigo imaginario.
—Claro que soy... ¿Qué estás haciendo? —preguntó cuando Sammy dio una vuelta a su alrededor y le dio una palmadita en los omóplatos. Se puso rígido al percatarse de lo que Sammy estaba haciendo.
«Está buscando mis alas. Lo recuerda».
—Lo sabía —susurró Sammy con voz ronca, mirándole nuevamente a la cara—. Sabía que eras real.
Sammy le cogió la mano y la apretó contra la suya, mirando ambas manos como si fueran a desaparecer en cualquier momento.
—Tan real como el chocolate. —Jeremy cogió una servilleta de la mesa y se la pasó a Sammy por las comisuras de la boca—. Ya veo que te sigue gustando el Sammywich.
El rostro de Sammy se relajó y soltó la mano a Jeremy.
Jeremy sintió pena al darse cuenta de lo que había hecho. No era necesario leer mentes para saber lo que Sammy estaba pensando. La expresión turbada de su rostro lo decía todo. Él era un recordatorio del doloroso pasado de Sammy.
«¡Maldita sea! ¿Por qué narices estoy aquí?» Lo único que hacía era traer dolor a las personas que le importaban. Era obvio que Leilani y Sammy habían pasado página. Debería haberles dejado en paz en lugar de recordarles el peor día de sus vidas.
—Lo siento, Sammy. No pretendía...
Se produjo un fuerte golpe seguido de un coro de risas. Alguien gritó el nombre de Leilani, seguido de un montón de insultos. La audiencia se empezó a reír más fuerte.
Los ojos de Jeremy volaron hacia el escenario. Candy estaba tumbada bocarriba agitando los brazos y las piernas. Detrás de ella estaba Leilani con la boca ligeramente abierta mientras le miraba a él y Sammy con sobresalto.
Las emociones inundaban su rostro. Conmoción, felicidad, dolor, y alguna que otra cosa más.
Esa mirada. Esos ojos.
Le empujaban hacia ella.
Quería abrirse camino entre toda esa gente, olvidarse de que era un arcángel y llevarse a Leilani y a Sammy de allí.
Esa mirada era de anhelo.
Anhelo por él.
«¡Detente!» Se hincó las uñas en la palma de la mano.
Era una chica joven e influenciable. Él representaba el pasado que había perdido. Ella deseaba ese pasado, no a él. Tenía que recordar que eran amigos. Lo mínimo que podía hacer era asegurarse de que se encontraba bien.
La saludó con la mano, sonriendo.
Leilani parpadeó y a continuación su rostro se arrugó al fruncir el ceño. Sus ojos se encendieron de tal forma que él se quedó sin aliento. Se agarró a la silla que tenía justo delante, sin ser apenas consciente de que el metal del asiento se estaba deformando por la presión de sus dedos.
Leilani salió del escenario, ignorando la mirada asesina de Candy y abriéndose paso dando un empujón a un señor mayor que llevaba una camisa hawaiana.
—Demos