Lluvia De Sangre. Amy Blankenship

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Lluvia De Sangre - Amy Blankenship


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reprimido, sabiendo que ya había hecho esto antes. Ella había luchado con él en el pasado hasta el punto de la locura antes de admitir finalmente la derrota y no le interesaba que la misma historia se repitiera. Sintió un estremecimiento mental al recordar cómo había terminado esa historia. —Tú eres la única razón por la que yo estoy aquí.

      Angelica negó con la cabeza sin querer tener la responsabilidad de ser la razón de nadie para nada. Ella había levantado muchas barreras a su alrededor, y el único que estuvo a punto de atravesarlas había sido Zachary. O para ser honesto, fue su alter ego Zach quien se abrió camino sin piedad a través de ellas. Sintió un momento de tristeza por ese hecho porque echaba de menos su amistad y sus consejos que nadie pedía.

      Los ojos de Syn se entrecerraron al oírla llorar por la cercanía que había tenido con el fénix. Era lamentable que ella hubiera olvidado el hecho de que él, Syn, era un hombre muy posesivo y nunca le había sido fácil el compartirla con otros. Había matado antes para poder tenerla y lo haría de nuevo sin dudarlo.

      Tiró de su poder hacia su interior cuando intentó deshacerse de ese recuerdo, y Syn se dio cuenta de que estaba tambaleándose al borde de su límite. ¿Cómo había podido ella ponerle en ese estado de impaciencia tan rápidamente?

      –No has venido aquí por mí. Angelica puso mala cara, mostrando claramente que lo que pensaba era obvio.

      –Viniste porque tus muchachos están aquí, y debo añadir que parece que tienen la misma edad que tú, más bien como tus hermanos, no tus hijos. Y ahora te quedas para ayudar a Storm a luchar contra los demonios. Su voz vaciló cuando su espalda se paró contra la pared al mismo tiempo que él la sujetaba con las manos en sus costados, atrapándola contra la roca pintada del castillo.

      –Mi compañera es el que está ayudando a Storm, no yo —gruñó con fuerza Syn—. ¡Sólo estoy aquí para protegerla para que no se mate otra vez!

      –Nunca me han matado —respondió Angelica y luego se estremeció cuando la pared se agrietó bajo sus palmas creando grietas que subían por encima de su cabeza.

      –Detente —susurró, con un hilo de voz.

      Definitivamente algo estaba mal con él porque en vez de asustarla, estaba rompiéndola el corazón. Ella disminuyó el ritmo de su respiración, queriendo ser cuidadosa, porque sentía que si no lo era, este poderoso hombre que estaba frente a ella se haría añicos y ese sería el comienzo de su gran miedo.

      –Voy a abrazarte hasta que me calme —advirtió Syn, y se inclinó sobre ella y la acercó contra él.

      Cuando Angelica no opuso resistencia, Syn sintió que parte del dolor abrumador se marchaba de sus hombros tensos. Puede que no ella no recordara su muerte, pero era un recuerdo que él luchaba por tenerlo enterrado en lo más profundo, por su propio bien. Sin soltarla, se puso lentamente de rodillas, y tiró de ella bajándola de contra la pared. Dejó que una mano temblorosa subiera por debajo de su pelo oscuro y sedoso para empujar su mejilla contra su cuello, poniendo los labios contra la sien.

      Angelica parpadeó cuando sintió que su cuerpo temblaba contra el de él y sintió su aliento en su oído. Era como si él estuviera luchando contra algo que ella no podía ver. Usando esta idea como la razón para dejar de luchar por el momento, se relajó lentamente contra él y dejó que la abrazara. Estaba aturdida por lo cálida y protegida que se sintió de repente, al ser abrazada por él. Él era tan grande y fuerte, y aun así ella podía sentir su autocontrol mientras la abrazaba.

      Armándose de valor para apaciguar su propia curiosidad, intentó mantener una voz suave y tranquila mientras hablaba: —No entiendo lo que hice para llamar tu atención.

      –No, no lo entenderías —asintió Syn, y besó suavemente su pelo oscuro y luego apoyó su mejilla contra ella.

      Una parte de él no quería recordarle su pasado contaminado, no quería ver el destello de odio en sus ojos por lo que había hecho. No cuando no tenía intención de pedirle perdón. Ellos habían merecido morir, todos ellos.

      –No eres de mucha ayuda —añadió Angelica sintiéndose ligeramente agotada por todos los subidones de adrenalina que había experimentado en las últimas horas.

      No había mentido, no le tenía miedo, de verdad que no. Había visto como casi se mataba para devolver a la vida una habitación llena de niños asesinados. ¿Cómo podía temerle realmente si era lo único que podía hacer para evitar llegar a él? Ella iba a tener que encontrar una manera de distanciarse de él de manera más permanente.

      –Eres cruel conmigo Angelica —susurró Syn después de haber escuchado sus pensamientos más profundos—. Si mantienes tu alma cerrada, verás lo cruel que me has hecho.

      Su miedo aumentó con sus palabras y Angelica intentó sin éxito alejarse de él. ¿Quería tomar su alma como lo había hecho con tantos otros humanos? ¿Era esa la verdadera razón por la que la estaba acosándola?

      –No tienes ningún derecho sobre mi alma y nunca lo tendrás —insistió mientras el mecanismo de defensa se activaba, haciendo que su lucha se intensificara.

      –¿No lo tengo? —gruñó Syn sintiendo que su cordura se desvanecía—. ¿Debo destruir otro mundo sólo para demostrártelo?

      Los ojos de Angelica se abrieron de par en par y se quedó quieta. ¿Qué quiso decir con destruir otro mundo? Ella decidió rápidamente no preguntar, porque en serio, quién demonios querría saberlo. Sintió que un miedo no deseado se apoderaba de ella, incluso después de haber enterrado las preguntas más perturbadoras al rincón más lejano de su mente.

      Él podía sentir como se aceleraba su respiración, rodeándole el cuello en suaves soplidos y aunque la sensación era tranquilizadora, estaba calentándole la sangre, lo que no era bueno para su autocontrol en ese momento. Este mundo lo había mantenido a distancia por mucho tiempo. Syn apretó su abrazo y curvó su cuerpo alrededor de ella de forma protectora cuando las pequeñas bombillas de la hermosa araña del centro de la habitación estallaron, enviando lluvias de chispas que descendían antes de apagarse.

      Angelica intentó a mirar hacia arriba, pero Syn no le permitió levantar la cabeza, así que la mantuvo presionada contra él preguntándose qué hacer. Ahora estaba amaneciendo y la luz provocaba que en la habitación se vieran suaves sombras, alejando la oscuridad.

      –¿Estamos peleando? —preguntó ella en un susurro. Porque si lo estuvieran, ella ya sabía que perdería.

      –No —gruñó con fuerza y luego miró el espejo ovalado del tocador que saltó en pedazos tras un fuerte ruido.

      –Entonces, ¿qué tal si me dices qué está pasando antes de que destroces mi dormitorio, otra vez? —preguntó Angelica sin poder contenerse.

      Syn se paralizó cuando ella dijo otra vez. ¿Realmente estaba recordando cosas que no la habían sucedido en esta vida, o en el mundo? ¿Su alma era lo suficientemente fuerte para finalmente sacudir la jaula en la que estaba prisionera de por vida? Enredó sus dedos suavemente entre el oscuro pelo, para poder inclinarse hacia atrás y buscar la verdad en sus ojos.

      –¿Otra vez? —su voz sonó embrujada incluso para sus propios oídos.

      –¿Qué? —preguntó Angelica confundida. Caramba, él estaba realmente al tanto de todo y le era difícil seguirle. Era realmente agotador.

      –Me dijiste que te dijera lo que estaba mal antes de que destrozara tu dormitorio, otra vez —repitió, poniendo énfasis en «otra vez».

      –¿Yo dije eso? —susurró Angelica, sintiendo escalofríos en sus brazos. Sus labios se separaron para negarlo, pero había dicho «otra vez» y no podía retractarse ahora, porque de repente sintió que era la verdad.

      Syn dejó que la frustración se fuera y una lenta y falsa sonrisa apareció en sus labios. Había destruido su dormitorio en más de una ocasión, y aunque no tenía forma de saber qué recuerdo luchaba por abrirse paso, ya no le importaba. Bueno o malo, él había esperado esto con impaciencia, al igual que la batalla que probablemente tendrían por ello.

      Su alma era su interior más íntimo


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