Las Quimeras De Emma. Isabelle B. Tremblay

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Las Quimeras De Emma - Isabelle B. Tremblay


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quién invierto mi dinero.

      Charlotte le dedicó una sonrisa a su jefa. Estaba totalmente en lo cierto, aunque tenía una manera de expresarse que no dejaba lugar a la interpretación. Su tono no era para nada suave. Decía la verdad sin tapujos. Un rasgo de la personalidad que Charlotte también poseía y que, a veces, podía provocar choques entre las dos. Cogió su bolso y metió dentro su grabadora, su cuaderno y dos bolígrafos. Candice observaba a su redactora con satisfacción.

      Las dos tenían varios puntos en común. Estaba bien no tener que soportar gritos y lágrimas cada vez que decía lo que pensaba o que subía la voz. Candice no se andaba con rodeos y era siempre expeditiva. También apreciaba a Charlotte por sus cualidades, como su ambición, su franqueza y su impulsividad, que le recordaban sus propios comienzos. Estaba ya muy al fondo de su memoria y había llovido mucho desde entonces. Ella tenía defectos, entre los cuales el de ser demasiado dura con la joven, porque quería que llegara casi a la perfección. Charlotte tenía talento de verdad y Candice esperaba verla triunfar sin auto sabotearse, como había visto hacerlo tantas veces a sus antiguas redactoras.

      Emma terminó saliendo de la ducha al cabo de unos diez minutos. Estaba fresca como una rosa y se había maquillado sobriamente. Encontró a las dos mujeres que seguían hablando de su estancia.

      —¿Espero que serás capaz aguantar todo el día? —preguntó Candice mientras cogía su bolso que había dejado encima de la cama.

      —Vamos a pedirle un buen café solo, y ya verás, va a aguantar —replicó Charlotte por Emma.

      —Creo que está capacitada para responder ella misma, ¿a menos que sea muda?

      —Estoy en plena forma. No voy a decepcionaros, Señora Rose.

      ***

      Fue el teléfono lo que despertó a Ian. Entreabrió los ojos y vio que eran ya las tres de la tarde. Recogió el aparato, que había dejado de sonar y se dio cuenta de que tenía una llamada perdida de Lilly Murphy. Con la mente un poco espesa, cogió su paquete de cigarrillos y se acordó de que estaba en la habitación de invitados de la casa de verano de los padres de Ryan. Sacó un cigarrillo del paquete que estaba al lado de su teléfono móvil y lo encendió después de haberse acercado a la ventana. Pensó por un momento en Emma y sonrió tontamente, luego su sonrisa desapareció en cuanto pensó en Lilly. Ian inspiró el humo de su cigarrillo y marcó el número de la joven para devolverle la llamada.

      —Soy yo, Lilly, ¿qué pasa? —preguntó cuando una voz de mujer respondió después del segundo tono.

      —Lo mismo te pregunto. Intento contactarte desde ayer por la noche.

      La inquietud presente en su voz había dejado paso a la cólera.

      —¿Ha pasado algo grave?

      Ian suspiró y se puso a observar una grieta en el pavimento de madera blanca que recubría el suelo.

      —No. No volviste ayer por la noche. No me has llamado para informarme ni me has mandado un mensaje. Tu jefe ha dejado un mensaje, porque te estaba buscando, imagínate. ¿Cómo crees que me he sentido?

      —Me he cogido el día libre. Me quedé despierto hasta tarde y bebí un poco. He preferido dormir en casa de Ryan...

      —Por lo general, cuando uno se coge el día de fiesta, hace una llamada a su jefe para avisarle. Corres el riesgo de perder tu trabajo otra vez. Podrías haberme avisado al menos, es lo mínimo. Me he preocupado por nada.

      —Lilly, te pido disculpas de verdad. Tienes razón, me he comportado mal y debería haberte avisado. Ya sabes cómo soy, querida. Voy a llamar a Jeff para explicarle la situación. Lo entenderá. Y deja de preocuparte por mí y por mi trabajo. Todo va a ir bien. Jeff es un viejo amigo. Nos conocemos desde hace años.

      La joven suspiró.

      —¿Cuándo piensas volver?

      —Mañana. O quizás al día siguiente. No lo sé, Lilly.

      Ella sabía que quejarse no serviría de nada y colgó después de hacerle prometer que la volvería a llamar. Ian abrió la ventana y tiró la colilla. Se puso unos tejanos y bajó al piso de abajo. Se encontró a Ryan en la terraza, en la parte trasera de la casa, que daba al océano.

      —¿Entonces, ayer por la noche? —preguntó Ryan con un guiño.

      —Fue mágico.

      —¿Has llegado hasta el final con ella? ¿La chica valía la pena?

      Ian escogió una silla que estaba frente a su amigo y le miró, con una sonrisita.

      —¿Eso cambiaría algo en tu vida?

      Ryan se echó a reír.

      —¡¿No has conseguido hacértela?!

      — Esta chica, es más que eso. Tiene algo que no consigo entender. Que me atrae. Se trata de una maldita historia del corazón. El sexo pasa a un segundo plano. Como una fusión o algo así…

      Ryan no paraba de reír mientras Ian escribía un mensaje a Emma, proponiéndole que se encontraran por la noche en el Ocean Bar, como la noche anterior. Estaba febril, pero seguro de volver a verla. La energía que corría entre los dos era innegable.

      —Y Lilly, ¿qué haces con ella?

      ***

      Emma había podido descansar un poco, a última hora de la tarde, a pesar de una jornada cargada de entrevistas con directivos y gente conocida del mundo de la moda. Le había impresionado conocer a todos esos personajes pintorescos. No había tenido que tratar mucho con Candice y se había contentado con seguir a Charlotte como un perrito faldero.

      Había recibido el mensaje de Ian y le esperaba desde hacía ya veinticinco minutos en el Ocean Bar, como le había indicado. Estaba ansiosa y con ganas de volver a verle. Su corazón latía a toda velocidad. El sitio estaba mucho más animado que la noche anterior y había tenido que abrirse camino entre la gente para llegar hasta la barra. Ya no se acordaba de la última vez que había sentido tantos nervios, hacía mucho tiempo. Consultaba su teléfono con regularidad para comprobar si Ian le había escrito a propósito de su retraso.

      Al cabo de cuarenta minutos, comprendió que le había dado plantón. Su mirada estaba ahora enturbiada por las lágrimas que intentaba retener en vano. Estaba decepcionada y dio una vuelta por el local para asegurarse de que él no estuviera allí. Sabía que era inmaduro tener ganas de llorar por esto. Se tragó sus lágrimas cuando vio a Candice que estaba sola en una mesa. Se la reconocía fácilmente, ya que su imagen no cuadraba con la de la mayoría de la gente del local. Era mayor que la media y su estilo era un poco demasiado arreglado, comparado con el de las personas en bermudas, faldas y camisetas de tirantes. Dudaba entre ir a saludarla o seguir sentada y hacer como que no la había visto. La mujer la aterraba. Tenía un temperamento con el que le era difícil tratar.

      Después de unos diez minutos largos, Emma se rindió a la triste evidencia de que Ian no llegaría nunca, aunque ella esperara lo contrario. Estaba enfadada, pero sobre todo decepcionada por haberse dejado engañar por un apuesto donjuán que de todos modos no iba a volver a ver en cuanto volviera a Quebec. Aun así, estaba contenta de no haber cedido a sus impulsos y a sus deseos. Decidió entonces ir a saludar a Candice que todavía estaba sola en su mesa. Había un vaso medio lleno delante de ella y algunos otros vasos vacíos también sobre la mesa. Por un instante se preguntó si era posible que se hubiera bebido todo eso ya que la noche era aún joven. A pesar de su porte y elegancia, casi soberbia, sus ojos parecían confusos y muy cansados.

      —Buenas noches, Señora Rose, ¿me puedo sentar? —le pidió Emma apoyando las dos manos sobre la silla que estaba delante de Candice.

      Candice ofreció una sonrisa cálida a Emma, mucho más expresiva que de costumbre, lo cual alertó a Emma sobre una posible embriaguez. Luego, estudió a Emma de la cabeza a los pies, como hacía siempre. Sus ojos se detuvieron más tiempo sobre su cuerpo.

      —Por supuesto señorita —, respondió


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