Nate. Virginie T.
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la manada de los Angeles Guardianes Volumen 3 | |
Virginie T. | |
Ashley se une a la manada Ángeles Guardianes con su hermana Sam como quería, pero todos son conscientes de que a esta última le costará integrarse. El pasado de Sam está más presente que nunca y el peligro acecha en el propio seno de la manada. ¿Logrará la joven fatel vivir en paz con los metamorfos, hasta el punto de aceptar vincularse a uno de ellos, o deberá Nate renunciar a su alma gemela por el bien de todos?
Nate
La manada de los Ángeles Guardianes
Volumen III
Virginie T.
Traducido por Angeline Valenzuela Aycart
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2020. Todos los derechos reservados
La manada Ángeles Guardianes: Nate Virginie T.
Prólogo
—No lloréis, pequeñas. Quedaos conmigo. Todo irá bien.
—Mamá, no me sueltes.
—Nunca, Sam. Siempre estaré contigo.
El hombre que los empuja hacia adelante ríe. Sabe que la madre está mintiendo sin saberlo. Nunca permiten que las familias permanezcan juntas. Es mucho más fácil manipular y someter a los padres cuando ignoran lo que sufren sus hijos. Cabría pensar que los metamorfos son sádicos, pero nada más lejos de la realidad. Después de todo, son los amos del mundo, o al menos lo serán pronto. Los fateles son solo el medio para lograr su fin, una raza inferior sin utilidad alguna, aparte de la de servirles hasta su muerte, que podría llegarles muy pronto si no obedecen. Está tan impaciente, al igual que el resto de los miembros del clan, por clavar sus dientes en esa carne fresca para deleitarse con la cálida sangre de los fateles y sentir cómo le invade la fuerza, que ya está gruñendo. Quizás empiece por la fatel que agarra a sus hijas con tanta desesperación que estará dispuesta a todo con tal de protegerlas. La pequeña no debe tener más de cinco años. Sus poderes son embrionarios, servirse de ella será coser y cantar. Incluso puede que la convierta en su compañera más adelante, cuando tenga edad para ello y esté totalmente subyugada al clan. Ha escuchado decir que ciertas manadas mantienen a los niños con vida para adherirlos a la causa. Es un beta valeroso y fiel. Si le pide ese favor a su alfa, seguro que se lo concede.
Hace ya varios meses que capturamos al pequeño grupo de fateles y la niña no ha parado de lloriquear desde que llegó. Es insoportable. El alfa ordenó encadenar a ambas hermanas al fondo de la sala principal, donde las exhibe como si de dos trofeos se tratase, símbolos de su poder, pero la pequeña hace tanto ruido como silencio guarda la mayor, de diez años de edad. Los constantes llantos y quejas han convertido nuestro oído superdotado en un verdadero inconveniente. Tras recibir una visita sorpresa de una manada de leopardos, el alfa ha decidido llevar a la niña con su madre para hacerla callar y de paso lanzar una advertencia a la madre, que últimamente tiene tendencia a rebelarse, un problema que el castigo a su marido no ha logrado resolver. Dejamos al tipo ensangrentado de pies a cabeza junto a su mujer, que trata inútilmente de sanarlo. Cuando cayó al suelo indefenso, los metamorfos se dieron un festín a su costa. Perdió mucha sangre, pero es igual, otro fatel ocupará su lugar. Es cierto que cada vez cuesta más encontrarlos. Están, como quien dice, en vías de extinción. Una pena, el clan le ha cogido el gusto a su sangre. Se ha convertido en una droga para la manada, incluso ciertos miembros se muestran irascibles si no reciben su dosis diaria.
La madre se ha puesto histérica cuando le hemos llevado a su hija. Joder, solo tiene unos pocos moretones. No se va a morir por unas cuantas bofetadas. Sin embargo, al borde de las lágrimas ante el rostro entumecido de su hija, ha querido tentar a la suerte tratando de reunir las pocas fuerzas que le quedaban para invocar su magia. Craso error. El último de su vida. El beta se ha dado cuenta inmediatamente, pues los metamorfos tienen un sexto sentido. Huelen la magia que corre por las venas de los fateles y el olor se intensifica cuando estos emplean su don. Así que se ha dado el gusto de torturar a la mujer ante la mirada de su hija y, tras haberla matado, la ha dejado caer pesadamente al suelo junto a su marido, también muerto. Después ha pensado que sería divertido dejar a la niña con los cadáveres de sus padres, lanzándole una advertencia: si no se porta bien, correrá la misma suerte que ellos. En cambio, su sino podría ser mucho peor. Está destinada a ser una marioneta. Cuando al fin comprenda que solo vive para servirles, el beta la reivindicará por la fuerza y se convertirá en su compañero legítimo. No es su alma gemela, pero eso no tiene importancia. No es cuestión de amor, sino de control. Espera haberla sometido para cuando llegue el momento de ocupar el lugar de su alfa, envejecido y cada vez más negligente. Con una fatel a su lado, será invencible.
Capítulo 1
Sam
Ha habido mucho trajín estos últimos días, como si la manada estuviera en ebullición, y he divisado caras desconocidas por la ventana, pero a fin de cuentas, no estoy al corriente de nada. Peter siempre dice que formo parte de la manada, pero en la práctica no es verdad. Me tienen miedo, del mismo modo que yo se lo tengo a ellos. Y tienen motivos razonables para temerme, así como los tengo yo. No a este clan en concreto, sino a los metamorfos en general. Digan lo que digan, no es un pueblo del que pueda fiarme, y lo he aprendido a base de palos. Resulta difícil establecer lazos así. Peter, mi padre adoptivo, ha tratado por todos los medios de hacerme sentir cómoda y de que confíe en los Treat, pero aún no he sido capaz. Sé que no tengo nada que temer ni con el alfa ni con Greg. Vete tú a saber por qué, nunca he tenido miedo de este último y él nunca ha desconfiado de mí. Puede que se deba al hecho de que era solo un niño cuando nos conocimos y a que su instinto de supervivencia es, por decirlo de alguna manera, nulo. Cierro los ojos con todas mis fuerzas para borrar las imágenes que atraviesan mi mente. Sangre, gritos, llantos e impotencia. Soy inútil y peligrosa, y siento a Ashley cada vez más distante. Quiere hacer su vida y en ella no hay cabida para mí. En realidad, nunca la ha habido. Y lo entiendo. Podría ocultar mis orígenes fateles, pero ¿de qué sirve si no soporto que se me acerquen? Mi hermana mayor, tan guapa y sociable, abandonó el territorio de la manada para vivir entre humanos y desempeñar una profesión. Yo no puedo hacer eso. Soy demasiado desconfiada e inestable. Ella no ha vivido lo mismo que yo. El tratamiento de Peter me ayuda a regular mis poderes, pero no obra milagros. Mi don forma parte de mí, no puede desaparecer y tampoco quiero que lo haga. Es mi medio de defensa contra el mundo exterior. Soy consciente de que soy un peligro público, motivo por el que mi casa está ubicada en la linde del territorio, lejos del resto de las viviendas del clan. Solo mi hermana quiso quedarse cerca de mí, pero el aislamiento no tardó en hacer mella. Y el idiota de Nathan no ayudó precisamente a convencerla de que se quedara cuando decidió mudarse fuera del territorio. No lo soporto. No me gusta la manera en que mira a Ashley, con esa mezcla de concupiscencia y fulgor malicioso en sus ojos. Si sigue vivo, es solo porque le prometí a mi hermana que nunca mataría a un Treat y porque siempre mantengo mis promesas. Bueno, las que le hago a ella. Sin embargo, eso no me impide divertirme un poco a costa de todo miembro que me importune. Tendré que matar el tiempo de alguna manera.
—Sam. ¿Dónde estás?
He ahí la persona que siempre me hace sonreír. Por desgracia, ya sé lo que viene a anunciar. Vuelve a irse, como de costumbre. Dijo que debía ir a ver a su mejor amiga y me sorprende que se haya quedado en el territorio más tiempo de lo previsto. Parece que ha llegado el momento de decir adiós.
—¡Sam! ¿Por qué no contestas?
Mi hermana está resplandeciente.