Nate. Virginie T.

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Nate - Virginie T.


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que no logro discernir. No poseo su don, no leo la mente como ella. A veces pienso que sería mejor que ella tuviera mis poderes y yo los suyos. Ashley sabe controlarse mucho mejor que yo.

      —¿Absorta en tus pensamientos, hermanita?

      Tengo treinta años y me mima como si fuera una niña pequeña. Y la verdad es que en muchos aspectos, lo soy. Como cualquier niña, necesito un abrazo para apaciguar mi corazón atormentado. Se sobresalta ante mi abrazo. Es evidente que la he sorprendido. Lo cierto es que me he levantado de un salto para estrecharla entre mis brazos sin pronunciar una sola palabra.

      —¿Va todo bien, Sam?

      —Sí, es solo que necesitaba un abrazo.

      —¿Estás segura?

      Detesto que se preocupe por mí. No debería. No es su papel. Es mi hermana, no mi madre, y ya es hora de que le permita recuperar su lugar. Sin embargo, no logro hacerlo y me siento mal por ello. De todos modos, no puedo ocultarle nada. Bueno, casi nada. Me permite tener mi intimidad, nunca se inmiscuye voluntariamente en mi mente, pero soy tan inestable que, en ocasiones, capta mi humor involuntariamente. Me lo dijo cuando éramos pequeñas. Pero a pesar de todos mis esfuerzos, nunca he conseguido esconder mis sentimientos tras un muro. Me mira preocupada. Estoy convencida de que ha sentido mi tristeza. No ha sido un buen día. No obstante, actúa como si no pasara nada y yo se lo agradezco.

      —Quiero presentarte a alguien.

      Ha conocido a alguien. Por eso está tan radiante, está enamorada. Sin conocerlo, ya odio al hombre irremediablemente se llevará a mi hermana. Sabía que este día llegaría, pero no estoy preparada. Un temporal de cólera y desesperanza causa estragos en mi interior. Ante todo, me entristece perderla, porque no me cabe duda de que ese hombre no aceptará tener a una cuñada loca en su vida, en sus vidas. Una lágrima resbala por la mejilla de Ashley. Lo lamento. Sé que yo soy la razón. Se limpia la mejilla y me estrecha aún más.

      —No pasa nada, Sam. Es Sevana. Ya te he hablado de ella.

      No lo entiendo. Creía que su amiga estaba lejos de aquí. Asiento con la cabeza, con la nariz enterrada en su cuello abrigado con un fular de seda.

      —¿Te parece bien que pase?

      Ante mi expresión desconfiada, me tranquiliza, como siempre.

      —No te hará daño, te lo prometo.

      Me encojo de hombros. Evidentemente, no tendría nada que hacer contra mí. Nadie puede conmigo. Eso también lo he aprendido a base de palos, concretamente un dardo anestésico que me clavaron en la nalga. Pero no es momento de pensar en eso. Una chica acaba de entrar en mi casa. No soy metamorfa, pero sí territorial, y me cuesta aceptar su presencia en mi hogar. Su sonrisa afable me ayuda a relajarme un poco, así como la presencia de Ashley, que me sostiene la mano en señal de apoyo.

      —Hola, Sam, mi nombre es Sevana. He oído hablar mucho de ti.

      —Yo también.

      No miento. Ashley se deshace en alabanzas hacia su persona y no entiendo el porqué. Sevana es una chica bajita y menuda con el pelo negro y cara de inocente. Una pequeña humana como cualquier otra de las miles que debe haber en el mundo, supongo.

      —No te sorprendas tanto, Sam. Te aseguro que es excepcional.

      —Sin ánimo de ofender, es una chica normal y corriente.

      ¿De qué se ríen?

      «No soy tan normal como parece». Mis ojos pasan de Ashley a su amiga y mi mirada atónita hace que su risa se intensifique.

      —Ash, eres tú quien…

      —Sabes bien que no.

      Cierto. La presencia que he sentido en mi cabeza era menos intrusiva y no tenía la voz de mi hermana. Se ha quedado en la superficie y se ha limitado a comunicarse sin llegar a entrar.

      —¡Es telépata!

      Menuda sorpresa. Pensaba que nunca volvería a ver a otro fatel. Creía que mi hermana y yo éramos las últimas de nuestro pueblo y que se extinguiría con nosotras.

      —Sí, soy una fatel, como tú. Soy profetisa. Bueno, entre otras cosas.

      Ashley la mira negando con la cabeza. No lo entiendo. Se sigue una conversación en silencio. La magia crepita en el aire como una bruma intangible e invisible. Siempre he tenido un sexto sentido para percibirla. Otra de mis rarezas. Quizás sea porque siempre estoy en guardia, a la espera de un riesgo inminente, y porque el poder de los fateles puede ser extremadamente peligroso. No soporto que me mantengan al margen en mi propia casa.

      —¿Puedo saber qué ocurre?

      Es evidente que Sevana quiere informarme de algo y mi hermana se opone.

      —Ashley, puedes contarme lo que sea. Soy fuerte.

      Frunce el ceño. No me cree, como tampoco lo hago yo, pero quiero saber qué es lo que ocurre desde hace varios días y esta fatel tiene la respuesta, de eso estoy segura.

      —Confías en mí, ¿no?

      Evidentemente. Es mi hermana. La única persona que no me traicionará jamás.

      —Siempre.

      —Prométeme que vas a escucharme hasta el final sin asustarte.

      No me gusta el cariz que está tomando esta conversación, pero confío en el criterio de mi hermana. Además, escuchar no me compromete a nada.

      —Te prometo que te voy a escuchar.

      Ashley se muestra indecisa, pero su amiga toma la decisión unilateralmente y suelta una bomba que no esperaba.

      —Soy la hembra alfa de la manada Ángeles Guardianes.

      Mi cuerpo se tensa inmediatamente. Está vinculada a un metamorfo y sé exactamente cómo ha terminado así. Solo tenía cinco años, pero no se me escapaba nada. A mí también deberían haberme vinculado a la fuerza a uno de ellos. Pero ¿qué quiere esta mujer? ¿Ayuda? ¿O piensa traicionarnos y servirnos en bandeja a su clan como si fuéramos animales que llevan al matadero?

      —Sam, para.

      Ashley me aprieta el hombro, pero solo tengo ojos para Sevana. Me acerco inconscientemente a ella y veo la mordedura en su cuello. Sé lo que significa. Peter me lo explicó hace mucho tiempo para que no me asustara al ver a las parejas de su manada exhibirla con orgullo. ¿Cómo puede alguien estar feliz de que le muerdan? ¿A quién le gusta sufrir?

      —¡Sam, basta!

      Parpadeo, recuperando aparentemente el control de mis emociones, y me percato de que estoy demasiado cerca de Sevana para mi gusto —podría tocarla extendiendo el brazo— y de que su nariz está sangrando. Debería enfadarme conmigo misma, pero no lo consigo. Tengo demasiados pensamientos sombríos en la cabeza. Amenazas de represalias que una niña nunca debería haber escuchado. Además, Sevana no se molesta y se limpia la nariz con el reverso de la mano sin más.

      —Es la primera vez en mi vida que sangro por la nariz. Me gusta vivir nuevas experiencias.

      Su comentario me desconcierta por completo, incluso más que su media sonrisa.

      —Ahora que me has hecho una demostración de tu poder, me toca mostrarte uno de los míos.

      ¿Uno de los suyos? No me da tiempo a preguntar a Ashley cuando mi mesa de café se eleva en el aire tambaleándose y dando vueltas. Sevana tiene las manos extendidas, haciéndolas bailar como si de una directora de orquesta se tratase. De pronto se detiene y mi mesa vuelve a su lugar en el suelo, como si nada hubiera pasado.

       Debo tener un semblante cómico, porque a pesar de su evidente cansancio, Sevana ríe.

      —Ahora que ya tengo toda tu atención, podemos hablar. Pero primero, necesito sentarme y beber algo con mucho azúcar o me desplomaré aquí mismo. Y un pañuelo también.

      Mi hermana reacciona mucho más rápido que yo.

      —Ven,


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