Cazadores de la pasión. Adrian Andrade

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Cazadores de la pasión - Adrian Andrade


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—contestó José.

      —No espere —Sarah la detuvo justo antes de salir—En aquella mochila hay una cámara ¿sí podría tomarnos una foto?

      —Por supuesto —la enfermera sonrió.

      Sarah se recargó en la pared de la cama y José se sentó a un lado con el recién nacido.

      La enfermera tomó una foto instantánea y se las dejó en la cama. Sarah le extendió los brazos a José para que le entregara al pequeño Alex mientras se ponía a esperar a que la foto terminara de revelarse.

      —Ahí en el primer compartimento de la mochila, están unas tijeras para que recortes la foto en un círculo y la pongas dentro del reloj de bolsillo que te regalé. Así para cuando andes en tus viajes, siempre estemos contigo.

      —Oh amor, te prometo que pase lo que pase siempre es-taré con ustedes. Nunca los abandonaré mientras yo viva, nada les hará falta.

      —Lo sé.

      Sarah lo besó brevemente entregándole nuevamente al niño y se recostó momentáneamente tratando de no quedarse dormida, sin embargo, el dolor provocado por la cesárea la tenía bastante cansada como para negarle el tan merecido descanso a su cuerpo.

      —Escuchaste mi pequeño cazador— José volvió a sostener a su hijo en alto sin poseer miedo alguno de que se le cayese como solía sucederles a los padres primerizos—. Siempre estaré contigo hijo mío, te lo prometo— lo puso en su pecho y lo besó mientras dormía.

      Debido a que Sarah ya se encontraba rotundamente dormida, José optó por colocar al recién nacido en la cuna que hace poco le habían traído las enfermeras. Recostado desde el sofá, se quedó mirándolos dormir en plena armonía, sentía un poco de miedo sobre el futuro de su familia pero conforme recortaba la foto revelada y la acomodaba en la tapa interna del reloj, sus nervios comenzaron a desvanecerse.

      Había sido fácilmente el mejor regalo que le había dado su estimada esposa por tanto decidió mantener esa reliquia familiar siempre consigo, a donde fuera o donde estuviera para que así nunca se le complicara encontrarla. Aunque cada vez estaba más determinado a abandonar su profesión dado que su estancia en casa era insuficiente, especialmente ahora que era un padre de familia.

      LOS PRIMEROS AÑOS

      Alex solía ponerse el sombrerito elegante de su padre y se aventuraba al sótano oscuro con una linterna para buscar una reliquia que solían ocultarle. El propósito de ello consistía en desarrollar su espíritu de autodescubrimiento y razonamiento personal para a su vez fomentar esa confianza e instinto interno.

      Todavía era muy niño como para comprender el valor de los objetos por tanto no solían ser duros con él si malinterpretaba el mensaje o justificaba su entusiasmo a cambio de un premio. Tanto José como Sarah estaban de acuerdo sobre el empleo de estas dinámicas para irle generando una sana conciencia.

      Por estar situados en una vecindad ruidosa y de malos modelos a seguir, José y Sarah siempre estaban al constante cuidado de su único hijo para evitar que cayese en malos hábitos o creencias. Por lo que preferían jugar con su creatividad, acelerar su madurez y gesticular su estado analítico.

      Alex no era como cualquier niño común, no gozaba de actitudes atractivas para su edad, fácilmente era la presa de los burlones y por su baja autoestima, solía ser el hazmer reír durante los recesos escolares.

      Ser el preferido de los maestros le ayudaba adentro de las clases pero en cuanto sonaba el timbre, la pesadilla se desataba por lo que parecían horas de tortura psicológica cuando tan sólo eran unos cuantos minutos.

      Debido a las malas bromas, Alex evadía la cafetería para aprovechar su tiempo en la biblioteca. Era por esa misma razón que su acelerada comprensión provenía de este constante esfuerzo de estar siempre leyendo toda clase de libros.

      No tenía alternativa, estaba en su sangre; además si el resto de sus compañeros no lo aceptaban como tal, no iba a quedarse llorando más de lo debido; al contrario, buscaría trasladarse a otra dimensión como lo hacía mediante la lectura de sitios arqueológicos y leyendas egipcias.

      Aparte, José le alimentaba esta curiosidad cultural a través de sus propias experiencias. Desde joven estuvo viajando por varios países tratando de descifrar los orígenes y la evolución de las primeras civilizaciones del mundo. Sucedió durante un traslado a España cuando conoció por primera vez a Sarah, la cual por obra del destino, se sentó al lado de él, en un camión turístico. ¿Cuáles eran las probabilidades de que dos mexicanos estuviesen experimentando la misma aventura?

      De inmediato congeniaron entre los temas tratados ignorándose así la presencia del guía. Hubo ciertos puntos a su favor y unos cuantos en su contra, debido a un ligero choque de personalidades y creencias.

      Sarah era una devota católica mientras José no creía en las religiones ni tenía la menor intención de hacer una excepción, para nada quería limitar su comportamiento o cerrarse ante la libertad de las posibilidades.

      Seguro de su decisión, José se casó por la Iglesia Católica más nunca se convirtió en un miembro de esta a pesar de haber acudido a los cursos. Ante esta flexibilidad, Sarah comenzó a desprenderse de sus rutinas religiosas como orar e ir cada domingo a misa porque en cierta manera comprendía a lo que se refería su esposo. Además se daba cuenta que el gusto de asistir había desaparecido hace muchos años. Ese antiguo protocolo formaba parte de una obligación estipulada por su madre y como ahora ya no vivía con ella, entonces era libre de ir cuando ella lo sintiese necesario.

      Nunca fue la intención de José pertenecer a una religión en específico ni tampoco el de Sarah cambiar el catolicismo por el adventismo. Pese a no practicarlo, José respetaba la existencia de Dios pero debido a su larga trayectoria de reportero e historiador, se podría decir que tenía bien claro la urgencia de la humanidad por depender de una entidad divina. No obstante, esta mentalidad cambió cuando el pequeño Alex no pudo levantarse de su propia cama.

      Era una mañana cualquiera cuando Sarah le gritaba a su hijo para que bajara a desayunar. Ya habían pasado diez minutos y éste no bajaba. Ligeramente molesta, acudió a su habitación encontrándolo con los ojos llorosos.

      —¿Qué tienes cariño? —Le tocó la frente para verificar si tenía calentura— ¿Te sientes mal? ¿Te duele algo?

      —¡No puedo levantarme! —reveló con frustración.

      —¿Cómo que no puedes? —Lo tomó de una mano, jalándolo con delicadeza—Vamos cariño, tú puedes.

      Alex se desplazó a la esquina de la cama y al tratar de levantarse cayó al suelo debido a que una parte de su pierna superior le había arrojado un repentino bajón. Sarah se agachó a tocarle alrededor del área donde al parecer Alex se había dado el fuerte e intenso estirón.

      —Vamos cariño —volvió a jalar— levántate.

      Alex dio su mayor esfuerzo pero la pierna nomás no le respondió.

      —¡No puedo! —concluyó con sollozos ante la impotencia.

      Llevándose un buen susto, Sarah corrió a avisarle a José y juntos lo llevaron de inmediato con un médico especialista. Éste tocó la pierna defectuosa con mesura y se detuvo momentáneamente al detectar una anomalía.

      —No puedo sentir su huesito.

      —¿Qué? —expresó Sarah brincando de su asiento —¿Cómo que no lo siente?

      —Es como si una parte del fémur se hubiese desaparecido así nomás, quizás el trocante mayor o menor se despegó en una de sus volteretas.

      —Doctor —lo llamó José con una profunda seriedad —¿Qué trata de decirnos?

      —Por favor —insistió Sarah experimentando el mismo temor de José.

      El médico guardó silencio un momento para apaciguar la tensión, y procedió a revelarles el diagnóstico de la manera más tenue posible.


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