Cazadores de la pasión. Adrian Andrade

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Cazadores de la pasión - Adrian Andrade


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su mano derecha.

      —¿Cómo te hiciste esto?

      Ante la ausencia de una respuesta, el antropólogo siguió revisándolo pero enfocando esta vez su atención en la cabeza para ver si tenía alguna fractura; para dicha de ambos, no había lesión alguna.

      —¿Te acuerdas de algo?

      El antropólogo lo observó con detenimiento y le encontró cierto parecido en su rostro. Tratando de no asustarlo, extrajo con lentitud una fotografía de su cartera colocándosela a un lado para verificar la validez de su presentimiento.

      —¡Eres Alejandro Romero! —exclamó con grata sorpresa.

      Alex levantó su rostro y le quitó la foto para observarse a él junto con su padre.

      —Entonces si recuerdas.

      —No del todo—finalmente pronunció dejando caer la foto y su mirada hacía el suelo.

      El antropólogo sacó su radio para solicitar a su equipo de investigadores que reportaran el incidente. Se mantuvo serio un par de minutos y de nueva cuenta comparó la foto con el pequeño para cerciorarse.

      En definitiva, no había error alguno.

      El antropólogo acudió a la hielera que tenía a un lado y sacó una botella de agua fría. Tras quitarle la tapadera, se la ofreció a Alex quien dudosamente la sostuvo entre sus manos.

      —Es agua, bebe —asintió con una cálida sonrisa.

      Alex no paró hasta empinarse toda la botella.

      —Tranquilo, tranquilo.

      El antropólogo le quitó aquella botella vacía.

      —¿Quieres otra?

      Esta vez, Alex sólo respondió un gesto negativo.

      —Soy Patricio Caballeros, solía ser un amigo cercano de tu papá hasta que se volvió adventista —pausó con sumo cuidado para no crearle una reacción emocional— ¿Tienes alguna idea de dónde esté?

      Alex volvió a mover la cabeza de forma negativa.

      — ¿Sabes cómo fuiste a dar aquí?

      Otra vez más, Alex movió la cabeza negativamente pero acompañado de algunas lágrimas.

      —Descuida, lo que importa es que estás a salvo y te sacaremos de aquí, irás a casa, te lo prometo.

      La palabra “Casa” ya no tenía valor para Alex puesto que no tenía ningún lugar que pudiera llamarle de ese modo ¡Lo había perdido todo! Su madre había sido devorada por monstruos y su padre los había abandonado.

      Siendo lo peor de todo, era que estos desafortunados eventos habían sucedido por la falta de Dios o peor aún, por la propia voluntad del mismo Dios a quien solía orarle sin falta cada día y cada noche.

      Fueron cuestión de semanas para que las autoridades pudieran terminar con los trámites gubernamentales dado el contexto sociopolítico de ese entonces. No obstante, su rescate se efectuó en presencia de los reporteros no sólo de su país, sino del mundo.

      Alex Romero era la noticia de primera plana de cada uno de las estaciones de comunicación global, no existía ninguna persona que no estuviese interesado en saber sobre el misterio de su desaparición y sobrevivencia en esos tres meses oscuros que pasó en el corazón desolado de África.

      Patricio trató de protegerlo de los reporteros pero en cuanto llegó el personal a cargo de la extracción, tuvo que entregarlo y formar parte del circo. No le agradó en absoluto ver cómo Alex se convertía en la primicia de la prensa. Aun así, Alex no dijo ninguna palabra al respecto y por tanto los embajadores se aprovecharon de esta gratuita publicidad.

      Ante la falta de una colaboración consciente con los medios, Patricio no pudo despedirse de Alex. Una forma de castigo por no haber apoyado en las medidas de buena imagen entre las naciones encargadas.

      Alex fue temporalmente sedado debido a su temor a volar. Antes de aterrizar en su ciudad, fue transportado al interior de México para aplicarle las pruebas suficientes y determinar su estado físicomental.

      Tras varios días de constante observación, medicación y terapias intensivas, el staff médico concluyó con el siguiente diagnóstico:

      Cuando el paciente Alex Romero fue traído por primera vez a nuestras instalaciones, se encontraba en un deteriorado estado físico que se daba por certeza que no hubiese sobrevivido más de los tres meses que se asume estuvo desaparecido. Por otro lado, no cuenta con un trauma psicológico quizás por causa de la propia experiencia, su comportamiento se volvió más frívolo de lo normal, pero en cuanto al propio incidente, aquellos tres meses que estuvo perdido en África en conjunto con los eventos que lo condujeron hacia ese punto, permanecen un total misterio ya que el paciente no posee recuerdo alguno. Se ha tratado de aplicar terapias de hipnosis pero estas sesiones han caído en infortunio debido a que la mente del paciente es bastante frágil y por tanto podría culminar en un daño severo. Por ende, se desestima cualquier posibilidad de que algún día llegase a recordarlo. En conclusión: el paciente ha recobrado su buena salud y como tal, se encuentra listo para reanudar su vida habitual.

      El personal médico deseaba seguir estudiándolo en su centro pero no había nada más por escarbar, Alex necesitaba regresar a su antiguo estilo de vida o al menos tratar de readaptarse y que mejor que hacerlo en este preciso instante, cuando no poseía la menor idea de lo experimentado en aquella cueva.

      Fuese dichoso o terrible, aquel acontecimiento no existía en su mente y por tanto, era libre de continuar exactamente en donde se había quedado. Aunque nadie jamás le podría compensar la pérdida de una madre ni mucho menos el abandono de un padre, tópicos inconclusos en los medios televisivos, de radio, impresión y hasta redes sociales.

      Tan siquiera Alex tenía un hogar esperándolo, porque semanas antes de haber ingresado al centro médico, la Tía Isabel se puso al tanto del caso y metió los papeles para adoptarlo. Imprevistamente obtuvo resistencia por parte de Ignacio, el amigo devoto de la familia.

      Ignacio deseaba de corazón que le dieran la custodia de Alex para que continuara en los pasos de su padre y se hiciera cargo de la Iglesia Adventista en un futuro no lejano. Sin embargo, Isabel sólo le importaba el bienestar de su sobrino y por tanto no dejaría que la política adventista le siguiera destrozando de por sí su complicada y confusa existencia.

      Favorablemente el parentesco directo con José tuvo más fuerza que una mera amistad por más divina que estuviese encaminada. En cuanto le trajeron a Alex, la Tía Isabel corrió a abrazarlo y rápidamente lo metió al vehículo para esconderlo de los reporteros y del mismo Ignacio quien con una ensayada ingenuidad trataba de saludarlo.

      El regreso a la ciudad de Tijuana fue bastante largo y tedioso porque se había optado por hacerse en un autobús turístico ya que Alex se había forjado una fobia sobre volar.

      Con toda la tranquilidad del mundo, la Tía Isabel trató de bajarle la tensión con plática casera que involucraban algunos planes que tenía en mente una vez que estuviesen en casa. Sabía que no sería fácil cubrir un hueco pero tal como se lo había prometido a su hermano, haría su mejor esfuerzo para que no le faltase nada mientras ella viviese.

      Al arribar a la central camionera, ella lo guio hacia donde había dejado el carro estacionado. El guardia le perdonó la tarifa al reconocer al famoso sobreviviente y juntos condujeron hacia la casa de sus padres, no sin antes desviarse hacia la parroquia donde trabajaba la Tía Isabel.

      —Necesito hacerme cargo de un pendiente, no tardaré —tras salir corriendo, se detuvo pensando en sus acciones y se regresó con incertidumbre— ¿Quieres venir?

      Alex solo movió la cabeza en desinterés.

      —¿Estarás bien? —expresó ante la preocupación de que su sobrino se le escapara mientras verificaba que uno de los días apartados para misa, fuera el correcto para un primo fastidioso del obispo.

      Por primera vez, Alex


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