El punto original. Ángel Largo Méndez

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El punto original - Ángel Largo Méndez


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es inmediata, sin mínimo esfuerzo y comprobable. De los recuerdos a las proyecciones nuestros pensamientos divagan moldeando en su presente el tiempo a su antojo, lo que demuestra que, si hay una zona donde el viaje en el tiempo es posible es en el mismo lugar donde tiene origen. De ahí que hasta ahora la posibilidad física de volver en el tiempo no sea factible.

      Einstein, desde su punto de vista, cuando formuló la relatividad del tiempo mostró con claridad esta premisa. El físico de origen alemán concluyó que la velocidad de la luz es la única constante física del universo. Y si es siempre la misma, independientemente del movimiento del observador, otras propiedades físicas deben variar para la gente que viaje en direcciones y velocidades diferentes.

      Así entonces probó que la constante (el movimiento) es independiente de quien lo observa, pero la medida que sirve para cuantificar el traslado de los seres animados en ese movimiento puede cambiar para el observador según su ubicación y la forma en que acciona (se mueve) tanto física como mentalmente. De ahí la sensación común a toda persona de sentir el tiempo más rápido mientras tenemos fija atención en un punto (objeto, idea, sensación, etc.) y más lento cuando divagamos sin norte. La misma diferencia sentirá usted si está en un continuo frenesí de movimiento o si tan solo espera despierto sentado en un sofá que pase el día.

      ¿Qué ocurre si no pienso? Pues no hay tiempo. Ocurre constantemente cuando pasamos del estado de vigilia al de sueño profundo. Cuando dormimos no hay sensación de tiempo. Al despertar todo parece como que ha ocurrido en un instante, un solo momento que no escapa del presente. Al detenerse la herramienta consciente en el hombre, la mente, el concepto tiempo también para, como todo pensamiento.

      En la meditación ocurre algo similar. Quien practica esta disciplina conoce con certeza que el momento de “trance” es un espacio donde la noción tiempo desaparece. Sin embargo, ahí los pensamientos no se detienen por completo como en el sueño, sino que son ignorados, no abordados por el pensador, el ser consciente.

      La naturaleza psíquica del tiempo demuestra que este no existe en el estado no consciente, no oscilante, en donde la producción de pensamientos es nula. La quietud no produce tiempo, y es el movimiento quien lo sostiene. El movimiento entonces es el tiempo real, el que mantiene un ritmo constante, perenne, que no se afecta por ninguna medición del hombre o cualquier ser corpóreo.

      Lo Inmanifiesto, el Origen no dual o Punto Original, no se ve afectado por esta idea del tiempo, ya que su estatus precede al mismo. Desde la perspectiva de nuestro gráfico, lo que ocurre dentro del círculo manifiesto afecta solo al círculo manifiesto, aquello de donde se origina y que lo contiene es completamente inmune a cualquier fenómeno del mismo.

       El movimiento finito en lo infinito: La información como motor

      Nuestra vida física tal cual la percibimos comienza y acaba en un abrir y cerrar de ojos. Pero Lo Manifiesto sigue estando allí. Todos somos repetidores incansables del proceso armonioso de salida y llegada hasta el Punto Reflejo, expresión primigenia del Punto Original. Cada fenómeno físico que se genera en el universo cumple ciclos que se repiten de manera indefinida y que forman parte del movimiento total, como si fueran una cadena compuesta de argollas entrelazadas entre sí. Somos parte de un solo gran movimiento que tiene su origen en la quietud absoluta.

      Al morir todos volvemos a esa quietud, a la sensación primigenia sin movimiento, una dimensión que no comparte créditos con las leyes físicas pero que sí cuenta con el potencial para crear movimiento. Al dejar atrás la forma de materia sólida y de energía volátil el Ser, que es la sustancia única que cada fenómeno tiene consigo, lleva para su próxima vuelta un botín precioso: la información experimentada.

      En 1981, Rupert Sheldrake, biólogo londinense, publicó una teoría que conmocionó a la ciencia ortodoxa, a tal punto de casi quedar excluido de esta. Afirmó que las mentes de todos los individuos de una especie, incluido el hombre, se encontraban unidas y formando parte de un mismo campo mental planetario.

      Ese campo mental, al que denominó mórfico, afectaría a las mentes de los individuos y las mentes de estos también afectarían al campo. Cada especie animal, vegetal o mineral posee a través del campo mórfico una memoria colectiva a la que contribuyen todos los miembros de la especie. De este modo, si un individuo de una determinada especie animal aprende una nueva habilidad, les será más fácil aprenderla a todos los otros individuos de dicha especie, porque la habilidad resuena en cada uno, sin importar la distancia a la que se encuentren.

      Lo que Sheldrake descifró ante la incredulidad de la comunidad científica no es más que la información y su proceso de avance o retroalimentación en la materia consciente. Cuando los entes físicos avanzan a nuevas etapas de desarrollo a través de la selección natural, donde los especímenes más aptos sobreviven y se adaptan aprendiendo formas, modos o sistemas de supervivencia, ¿cómo es que dicha información se transmite hacia otros entes de la misma especie para continuar el avance desde el mismo punto? Si fuera fruto del simple azar, si de diez especímenes solo uno se adapta y adquiere nueva información para dicha tarea, el proceso de continuar la escala evolutiva sería algo difícil.Como explica José Díez en su libro Siendo todo soy nada, los organismos varían en bloque, por lo que sin la existencia de un campo o espacio donde la información sea compartida sería preciso que se produjeran mutaciones a gran escala y con las mismas características de la original para que la evolución continúe. ¿Y la aleatoriedad?

      Sheldrake y su visión dan la oportunidad a las especies de replicar lo observado y también ajustarse al nuevo modelo a través de información que luego se convertiría en genética. Así, toda especie con un elemento común como es el Ser, podría transmitir información que tomaría formas energéticas que luego desarrollarían las expresiones materiales y objetivas a una nueva escala.

      Este descubrimiento, que aún no tiene cabida en la mirada científica convencional, se debe justamente a otro elemento que el campo mórfico permitió a gran escala: la capacidad de raciocinio. Es con la aparición del ser humano que el conocimiento hace su aparición en el universo. Existe ahora la forma de observar, analizar, detallar y experimentar todo lo que es. El Ser se reconoce a sí mismo dentro de Lo Manifiesto.

      La información, que es la fuerza o motor del movimiento continuo de Lo Manifiesto, es lo que se conoce dentro del mundo espiritual oriental como el cuerpo causal. El cuerpo causal es lo que da origen y forma la base con la que cada nueva expresión humana inicia cada mini-círculo una y otra vez. Este cuerpo es el que integra a los posteriores, tanto al físico o denso (con la información del ADN) y como al psíquico (a través de la memoria).

      La información recogida por el Ser a través de su expresión física, que es Lo Manifiesto, permite avanzar hasta la completud del círculo. Cuando Lo Manifiesto en su totalidad termine la vuelta ya no partirá de la nada como fue en un principio, sino que en base al cúmulo de datos observados y expresados se permite una próxima experimentación desde una instancia diferente, puede decirse incluso que superior.

      La tendencia natural hacia la máxima evolución o desarrollo de los potenciales expresivos de Lo Manifiesto hace que el movimiento cíclico se repita, una y otra vez, de forma consecutiva y sin principio ni fin, lo que permite observar una constante: cada movimiento es finito, la expresión de Lo Manifiesto no.

      Este motor del movimiento no es nada nuevo. Por siglos, sabios orientales han recalcado la existencia de la reencarnación, explicando con ella, hasta cierto punto, el ir y venir de lo subjetivo a la objetivo una y otra vez. De la misma forma, la ciencia se inclina a la hipótesis de un macrocosmos que se crea y autodestruye ad infinitum, en una serie constante y eterna de Big Bang y Big Crouch. La única diferencia entre cada círculo completo, desde la visión macra del universo físico hasta lo micro del ser humano, es el contenido de cada vuelta y esto es el tipo de información que cada una incluye.

      Quiero hacer ahora un bosquejo tomando la información, el conocimiento que permite la experimentación de Lo Manifiesto como punto crucial de salto evolutivo. Si el patrón circular manifiesta una repetición indefinida hacia una escala superior, tendríamos un gráfico con la siguiente estructura:

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