Engel. Kris Buendía

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Engel - Kris Buendía


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      Apreté de nuevo su tronco e hice cosas con mis dientes que nunca había hecho ni con Marcus y a este extraño le gustó sin quejarse, cuando sentí su pene hincharse más, me preparé.

      Jamás nadie me había terminado en la boca. Marcus lo miraba como algo sucio y antihigiénico. Vaya ironía que lo estaba haciendo con el hombre que me salvó de él y con él que estaba vengándome de su engaño.

      Patético pero delicioso.

      Tragué sin sentir asco, me sentía otra mujer, me había expirado de nuevo. Él gruñó en respuesta cuando abrí mis ojos y lo vi desde abajo mientras terminaba de limpiar su miembro con mi lengua.

      Me tomó del rostro suavemente y me dio un beso en la boca de nuevo. Tenía los labios hinchados y calientes, lo pude sentir a través de sus besos.

      Me arrojó a la cama y estiró mis piernas para perderse en medio de ellas. Tomó mis jugos y mi clítoris como si no hubiese un mañana y yo me perdí en el más intenso éxtasis.

      Al terminar, estaba exhausta. Pensaba que ya había acabado, pero ahora faltaba tenerlo dentro de mí por completo. Me preparé física y mentalmente.

      —Eres hermosa, Serdce. Pero querrás no haberme conocido.

      —¿Por qué?—estaba loco si pensaba que por acostarme con él iba a quedar embobada. Era exquisito y sabía lo que hacía, pero no iba a querer casarme con él al día siguiente, es más, esperaba no volverme a topar con él en mi vida.

      Se introdujo de golpe, luego de ponerse un nuevo condón y yo juré que vi las estrellas y el universo entero. Me penetró tan fuerte que mis dientes se clavaron en su hombro y mis uñas adularon su espalda. Le gustaba rudo más sin embargo no me lastimaba, ni me había pedido nada extraño y tampoco me hablaba cosas guarras.

      A Marcus no le gustaba nada de eso, simplemente iba a su placer y eso era todo.

      Con este extraño era como si entrara en mi cabeza e hiciera lo que me gustaba. Era tan retorcido como a la vez divertido y placentero.

      Se movía perfectamente y yo lo recibía con vehemencia. Sus caderas chocaban en mí y ese simple sonido me excitaba aún más.

      ¿Pero qué rayos significa esa palabra que me había dicho? Serdce.

      No resultaba nada conocida era poco usual, pero sabía que era una palabra rusa.

      Era italiana y por más que Intentara ocultarlo, mis rasgos lo delataban, aunque me había propuesto dominar el acento y ser una chica más americana aunque no lo fuese.

      El gruñido del hombre más hermoso que haya visto nunca me trajo a la realidad.

      —Te quiero aquí conmigo—ordenó.

      ¿Cómo diablos sabía dónde ese había ido mi mente?

      —Lo estoy—dije acariciando su rostro por acto reflejo. Se detuvo y me tomó la mano para apartarme y volvió a entrar en mí en forma de represalia.

      Su mirada era fría y dura aunque su tacto y lo que estaba haciendo no. Pero sabía que podía serlo sólo que no tenía un motivo alguno. Me dejé llevar y un escalofrío se apoderó de mí y cerré mis ojos.

      —Mírame a los ojos, Serdce—dijo con voz ronca y me tomó del cabello fuertemente—mírame cuando te corres conmigo adentro.

      Con todas mis fuerzas mantuve mi mirada en la de él y podía jurar que se apoderaba de mi alma tal cual demonio. Me corrí como nunca hasta que mis ojos se tornaron llorosos, él siguió moviéndose y yo apretándome por dentro, su cuello se hinchó y con un gruñido se corrió enseguida. Todavía lo sentía grande dentro de mí, todavía me tenía sujeta del cabello y su mirada en la mía. Hasta que no pudo más y él quitó su mirada primero que yo.

      Puntos para mí.

      Entonces pensé: ¿Qué mierda había hecho?

      Me desperté en medio de la noche, estaba temblando de frío y con él al lado mío, tenía el torso desnudo y la sábana apenas cubría parte de su cuerpo. Por más que intentara salir corriendo no pude negarme a verlo una última vez.

      Estaba lleno de tatuajes, símbolos y flamas al parecer. Cada tatuaje era diferente y ocultaba una terrible verdad porque no eran nada bonitos, sino tétricos.

      Su cabello era hermoso como todo lo demás. Era un hombre que se cuidaba bastante bien.

      Quería sacarle una fotografía pero me mataría, me bastaba con tener una fotografía mental y eso que habíamos hecho era algo que no se podía olvidar aunque quisiera.

      Hermoso y no sabía su nombre.

      De repente se movió y abrió los ojos, no se sorprendió de verme mirándolo y me dedicó una mirada diferente esta vez. Al grado de que vi un atisbo de repudio e insolencia en ellos. Cuando iba a decirle que me marchaba y que continuara durmiendo, fui yo la que se sorprendió cuando dijo:

      —Me llamó Engel Ivanović Barbieri—me dice en un tono firme y frío—puedes irte cuando quieras.

      Mierda.

      Era él.

      C U A T R O

      Engel

      No sabía qué mierda había sido eso.

      Me había quedado dormido después de casi cinco polvos en una noche. Me la había follado en la cama, en el sofá y en el baño. Había probado cada parte de su cuerpo y ella había también gozado en el mío.

      Pero cuando me quedé dormido me había dado cuenta que había cometido un terrible error. Un error de mierda.

      Le había permitido entrar.

      Entrar en mi apartamento porque no me tomé el tiempo de dejarla en una jodida sala de emergencia.

      Entrar en mi jodida cama y follarla ahí mismo.

      Entrar en mi mente porque ahora no podía sacarme de la cabeza de quién era hija.

      Y ahora no estaba.

      Si ella estaba ocultando su apellida, escondía algo y dado su acento, me di cuenta que era italiana.

      Cuando le dije que se podía marchar vi en su rostro decepción y vergüenza. Estaba avergonzada porque según ella yo iba a verla como una más. Le creí cuando me dijo que no hacía estas cosas con nadie. Era el primero.

      El primer polvo casual.

      No podía ser recíproco, en realidad tenía cuanta mujer quisiera cuando quisiera. No follaba todos los días, follar para mí era algo sagrado, como tomar vino, no era una necesidad, para disfrutar algo no tenías que hacerlo todos los días precisamente.

      No era ese tipo de hombre que tenía una mujer diferente cada día. No. Si me apetecía follar sabía a quién llamar. Y cuando lo hacía era como él hambre, porque mi cuerpo tenía la necesidad de saciarse con alguien.

      Estaba en mi oficina, pensando en ella y lo loca que había sido nuestra noche. Habíamos caído rendidos pero había despertado para decirle mi nombre. Luego de ver su cara de asombro sabía que ella se arrepentiría y mejor.

      Así no tendría que volver a verla. Aunque la manera en que me folló y dejó que la follara era exquisito para repetir.

      Pero yo no repetía.

      No sabía quién era ella y quién era yo en ese momento. El apellido Humphrey no sonaba en mi cabeza, no sabía que tenía a alguien en mi lista negra con ese apellido, pero era tan larga que no conseguía dar verdaderamente.

      —Lo que pidió, señor—mi verdugo entró con una carpeta. En ella había fotografías y toda la información que necesitaba.

      —Gracias, Verdugo.

      Abrí el folder bastante pesado y casi me fui de culo al suelo al ver las fotografías.

      Ella aparecía en todas ellas. Era una pequeña


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