¿Nos conocemos?. Caridad Bernal

Читать онлайн книгу.

¿Nos conocemos? - Caridad Bernal


Скачать книгу
de señorita, y ahora resulta que también le gustan los chicos guapos, como a todas. ¿Qué pasó anoche, Leah? Díselo a tu amiga Vera, anda.

      Empleó un tono condescendiente, insinuando algo que solo de sugerirlo me ofendía. Su risa estúpida me rechinó en los oídos, pero debía ser más lista que ella si quería que me diese toda la información sobre James. ¿Estaría realmente comprometido? Tenía que saber jugar a ese juego del tira y afloja para no caer en sus redes, y aunque no tuviese ganas de hacerlo, decidí perdonarla para no empeorar nuestra relación.

      —No digas tonterías —contesté muy amable, volviendo a entrar en su habitación y sentándome en su cama, intentando retomar una inofensiva conversación entre dos amigas.

      —Dime, ¿es cierto? ¿Lo dejaste tirado esperándote? —Vera se descalzó al momento y se sentó a mi lado, buscando esa confidencialidad perdida entre nosotras—. Te asustaste porque te quería besar, ¿fue eso?

      Yo negué con la cabeza ruborizada solo de pensarlo, pero ella leyó en mis ojos algo que no deseaba confesar. Nos quedamos en silencio, mirándonos. Mi compañera me observaba con deleite, apartándome ese mechón de los ojos mientras daba su propio veredicto a la situación. De pronto, apareció de nuevo en escena su risa descarada, una carcajada ya sin fuerzas que me hizo enfurecer. Esa vez aquella falta de respeto por su parte me resultó imperdonable.

      —¡Serás… !

      No terminé la frase, aunque quise encontrar las palabras que le hicieran daño, tanto como me lo estaba haciendo a mí. Sabía que era estúpido enamorarse de alguien con el que apenas había mantenido un par de conversaciones, pero lo cierto era que me sentía totalmente desprotegida cuando me hablaban de él.

      Me levanté de la cama, dispuesta a marcharme de una vez, pero nuevas preguntas comenzaron a dar vueltas por mi cabecita: «Espera no haber dicho nada inapropiado». ¿Él había dicho eso? ¿James estuvo pensando en mí después de irme de aquella fiesta? ¿Se sintió rechazado? ¿Hice que se sintiera mal por mi comportamiento? Comencé a recordar todo lo que había estado pensando sobre él, y me eché una mano a la cabeza por haber desaparecido sin darle una explicación.

      —Pensé que estaba prometido, por eso salí huyendo. Pero ahora creo que lo he estropeado todo —murmuré sin salir de la habitación de Vera, mesándome los cabellos. Ella entonces dibujó una sonrisa de satisfacción al ver mi cara, y adivinó con facilidad:

      —Te gusta ese oficial, ¿verdad? —Y prosiguió con su idea de avergonzarme por lo que sentía—. Pues, al parecer, él te corresponde. Si no, no se habría tomado la molestia de recoger tu abrigo y buscarme para devolvértelo. Aunque supongo que pronto vendrá para que le des su recompensa por tan noble acto. —En un despiste me cogió por la cintura para obligarme a caer sobre su cama otra vez—. Ellos también pueden ser muy persuasivos para conseguir lo que quieren, ¿entiendes? Humm, veamos, seguro que ayer noche tu chico te dijo que tenías los ojos muy bonitos. —No quería escuchar, ni siquiera quería mirarla, pero después de que mencionase aquel detalle terminé asintiendo en silencio para prestarle toda mi atención—. ¿No ves? ¡Son todos iguales! —Y, soltándome al ver que no me escaparía ahora que había vuelto a captar mi interés, continuó—: Creo que lo que tú necesitas es algo más de práctica.

      —¿Qué quieres decir? —pregunté asustada.

      Sin darme apenas respiro, se colocó encima de mí con sorprendente agilidad. El colchón se resintió de inmediato por el peso de ambas.

      —Seguro que comenzó a acariciarte y se te erizó la piel, ¿verdad? Sus manos eran grandes, fuertes, sobre esta piel tan blanca y suave. Debías de resultarle una delicia, y mientras te acariciaba, su roce te hizo estremecer. Vaya, es como si lo viese, él se desharía al verte así, tan recatada, mientras te halagaba diciéndote que eras toda una belleza. —Vera comenzó a pasar sus dedos por mi brazo mientas me hablaba cerca del oído. Yo solo podía respirar, estaba paralizada—. Sabías que lo que ibas a hacer no estaba bien, pero te gustaba sentir su contacto. Su cuerpo sobre ti. Sus besos eran cálidos, lentos y dulces. ¿A que sí, Leah? Por eso cerraste los ojos y te dejaste llevar por sus palabras. Seguía hablando mientras te besaba, decía que eras la chica de sus sueños, que no había otra como tú, y te creíste todo ese cuento.

      —¡No me dijo nada de eso! —protesté confundida, intentando levantarme, pero Vera insistió.

      —¿Estás segura de que no lo hizo? Dime, ¿cómo te miraba? Seguro que te pareció que solo tenía ojos para ti, ¿verdad? Te recorrió el rostro, hasta puede que se parase en tus labios largo tiempo. Estuvo pensando en besarte mientras hablabais, pero no lo hizo al principio. Aguardó el momento ideal para acercarse a ti, hasta que llegó sin duda. Y entonces lo hizo. Te besó como nunca antes ningún hombre lo había hecho, metiendo su lengua en tu boca, incluso buscando tu mano para que tú también le acariciaras allí abajo. En el interior de sus pantalones.

      —¡No, para, cállate! James nunca haría nada de eso —grité queriendo zafarme de ella muy furiosa, pero mi astuta compañera no me lo permitía. Le gustaba jugar, y ahora yo estaba atrapada bajo su cuerpo, como una araña en su tela, y quería seguir haciéndome sufrir con ese coqueteo absurdo entre mujeres.

      —¿Es que quieres seguir siendo virgen el resto de tu vida? Ese James podría haber sido el primero, pero te comportaste como un corderito asustado, ¿no es verdad? ¿O es que quizás no te gustaba que fuera un hombre el que te acariciase? —preguntó taimada en un susurro cálido, bajando su nariz y oliéndome el cuello con una sensualidad que yo nunca había experimentado antes. Aquello no era normal, no estaba bien y, sin embargo, ella hacía que todo fuera apetecible, rozando sus labios con los míos mientras una de sus manos descendía lenta por mis piernas—. Te aseguro que, si lo hacen bien, puede resultar tan placentero que te dará igual quién esté contigo —seguía hablándome mientras me abordaba con su cuerpo. Intenté frenarla, pero su boca se interpuso entre nosotras.

      El primer beso fue un simple contacto en el que apenas sentí nada. Entonces Vera me miró con intensidad, retándome a seguir, buscando en mis ojos ese permiso que iba más allá de lo que podría definirse como un juego entre amigas. Finalmente, sus labios volvieron a besarme, esa vez con desesperación, mordiendo los míos antes de seguir hablándome:

      —La primera vez es toda una experiencia —escuché excitada y horrorizada a la vez.

      El sabor de su boca era tentador, me atraía y me inquietaba. Quería que me besara por todos esos besos que no me había dado James la noche pasada, pero también pensaba que todo aquello era una locura de la que me iba a arrepentir. Cerré los ojos y quise imaginar que era él. Terminé cediendo a ese deseo inconfesable, jugando con su lengua sin poder moverme, sintiendo cómo su mano acariciaba la zona interna de mi muslo, apretando aún más su cuerpo contra el mío. Mucho más.

      —Déjame… —logré decir mientras me besaba y, al escuchar mi súplica, ella se hizo más fuerte en su intento. Sus dedos siguieron ahondando en ese camino prohibido hasta mi sexo, haciendo que la creyese capaz de todo. Entonces conseguí reunir fuerzas suficientes como para tirarla al suelo de un empujón inesperado. Y, aunque la caída debió de hacerle daño, un ataque de risa histérico hizo que su pelo se desperdigase por toda la alfombra—. ¡¿A qué ha venido eso?! —exclamé limpiándome la boca, aunque no sabía si la pregunta era para ella o para mí misma.

      Salí de la pensión sin mirar atrás, bajando las escaleras de dos en dos, casi a punto de caerme. La capa de mi uniforme me tiraba del cuello, abriéndose y formando ondas detrás de mi espalda. Me abroché el último botón recibida por los primeros sonidos de la calle. Había niebla, apenas unos grados nos calentarían esa mañana, pero mis mejillas ardían como si hubiese salido de una caldera hirviendo.

      Me puse a caminar sin rumbo fijo, esquivando a la gente sin mirarla: «¿Cómo supo James que ese era mi abrigo? ¿Me vio entrar junto a Vera? ¿Se fijó en mí desde el principio?». Sacudí la cabeza después de formularme aquellas preguntas. No debía pensar más en él si no quería terminar paranoica.

      Al final de la calle, bordeando la esquina, me giré y busqué


Скачать книгу