knifer. Adrian Andrade

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knifer - Adrian Andrade


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      —No me sorprende, nunca tuviste las agallas de mandarle la dirección de donde te hospedabas, ni siquiera de escribirle unas cuantas palabras.

      —Es complicado.

      —¿Por qué?

      —No lo comprenderías.

      —Sólo quiero saber quién eres y qué valoras más que a tu propia familia.

      —Dos respuestas que tú ya las sabes, me sorprende que hayas venido hasta acá sólo para comprobarlas.

      —Mi mamá pensaba lo contrario.

      —Si no hubiera sido por esa bella cualidad, nunca me hubiera casado con tu madre.

      —Y, aun así, nunca fue suficiente para mantenerte cerca.

      Hubo un silencio largo e incómodo, mi padre tenía un rostro conflictivo. Como si estuviera a punto de hacer algo que no debía.

      —La situación aquí en Berlín se está poniendo peligrosa.

      —No es necesario que me lo expliques —como si demasiada propaganda no fuera suficiente para hacerme esa idea.

      —Está bien, te llevaré a donde vivo y luego hablaremos de tu futuro.

      La ida hacia su departamento fue incomoda, mi padre desprendía una vibra rara o misteriosa. Incluso actuaba de forma sospechosa y precavida. No era el hombre que mi madre había relatado. No sabía si la guerra era la causante de esta transformación y a la vez, lo hizo quedarse para nunca regresar a su hogar.

      Había escuchado que la adicción a la adrenalina mantenía a ciertos hombres en la guerra, pero mi padre no parecía estar contagiado de esa necesidad.

      Al llegar a su departamento conocí a su compañero Blake Stone, un buen hombre que nunca podré olvidar por el resto de mi existencia.

      —¡Quién es este mocoso!

      La forma de recibirme me dio tanta gracia que no pude disimularlo.

      —Blake Stone, Christian Copeland —nos presentó formalmente.

      —¿Copeland?

      —Así es, mi hijo.

      —Yo no sabía que tuvieras un hijo.

      —Bienvenido al club, me acabo de enterar hace unas horas.

      Blake se me quedó mirando con gran énfasis.

      —Para que un jovencito como tú haya logrado rastrear a su papá, es simplemente impresionante. No cabe duda de que es tu hijo.

      —No es lo único por lo que sé que lo es, tiene los ojos de su madre.

      —Suficiente —interrumpí.

      Tenía que hacerlo, la conversación se tornaba melodramática y además no quería que hubiera un tercer involucrado en el primer encuentro entre padre e hijo.

      Curiosamente no pasaba casi tiempo con mi padre porque siempre se encontraba afuera y sólo regresaba unas cuantas horas al departamento. Mayormente para dormir, ni siquiera podía buscarlo en las mañanas, ya que salía desde muy temprano.

      Los pocos minutos que verdaderamente tenía con él, nos la pasábamos discutiendo por los mismos problemas. Quería su absoluta atención y no la estaba recibiendo ni en lo mínimo. Por lo visto, nuestra sangre familiar era susceptible a la desdicha.

      Me sentía frustrado porque no me decía exactamente qué era lo que hacía y sobre todo ignoraba la pregunta del por qué nunca había regresado a casa. Sería terrible mencionarlo, pero ¡qué bueno que mi madre murió antes de ver a este hombre enfrente de mí! Se hubiera desilusionado al no reconocerlo como apenas yo lo reconozco mediante uno que otro gesto que tiendo a adoptar.

      Un día me armé de valor y decidí seguirlo, fue una tarde nublada de febrero 27 de 1933 y mi padre iba acompañado de Blake. Los dos se dirigieron al Parlamento Alemán llamado El Reichstag y entraron sin darse cuenta de que venía siguiéndolos.

      Lamentablemente tuve que permanecer alejado de la seguridad del palacio ya que no contaba con ninguna autorización para ingresar y luego siendo un extranjero mexicoamericano, no sería prudente terminar encarcelado por los ideales del partido en el poder.

      Los eventos que sucedieron aquella noche fueron tan fulminantes que me cuesta trabajo detallarlos. Sólo recuerdo haber escuchado un solo disparo muy específico seguido de un incendio propagándose por el artístico edificio del Parlamento.

      El lugar se rodeó de militares y por temor, comencé a correr, pero en un instante me interrumpieron el paso y resbalé. No sé si haya sido por mi físico o mi iniciativa por huir, pero nunca había experimentado esta clase de miedo. No podía negar mi deseo por llorar mientras me levantaban del piso helado.

      Entre mi desesperación comencé a gritar el nombre de mi padre esperando que de alguna forma apareciera y milagrosamente me rescatara, pero nunca salió de entre la multitud presente. Me dieron un golpe en el estómago y mis gritos se cortaron por la falta de aire.

      Mis ojos fueron vendados y me subieron a un coche, el cual raudamente arrancó. No tenía idea de a dónde me llevaban hasta que inesperadamente el vehículo chocó. Eso creí en un principio, pero ulteriormente escuché varios balazos y alguna sustancia me salpicó en la cara.

      Al quitarme la venda me di cuenta de que aquella sustancia era sangre de mis cautivadores que ahora yacían hechos un desastre sangriento a mi lado. Ingresé en un estado de conmoción hasta que detecté un rostro familiar acercarse a mí.

      —Tu padre ha muerto, debo sacarte de aquí lo más pronto posible.

      En ese momento mi mente se llenó de negación, pero a la vez me paralicé que Blake casi me arrastró desde este carro hasta el otro. Recuperando mi movilidad, me metí al auto en cuanto me abrieron la portezuela.

      —¡Qué pasó y a qué te refieres con que mi padre ha muerto! —respondí finalmente cuando el vehículo comenzó a moverse.

      —Tú padre no quería decírtelo, él y yo somos agentes especiales del Gobierno Estadounidense; nuestro objetivo consistía en monitorear la reciente situación de Alemania. Dado el nombramiento del Canciller Adolf Hitler, se nos ordenó eliminarlo para detener su dictadura de terror y posiblemente evitar otra guerra mundial, pero fuimos traicionados y lamento informarte que Thomas sufrió lo peor.

      —¿Cómo lo peor? —tenía que saberlo.

      —El traidor le prendió fuego.

      Entonces revivió mi mente la repentina llamarada del Parlamento y me imaginé a mi padre gritando de dolor mientras el fuego lo consumía espaciosamente. Me recosté y dejé caer la cabeza por las náuseas de tal imagen. No quería vomitar, detestaba vomitar.

      ¡Sólo estuve dos semanas con él! ¡Dos semanas de las cuales las escasas horas que compartimos fueron desperdiciadas en resentimientos y conflictos del pasado! ¡Lo traté mal y ahora estaba muerto! ¡Nunca le dije que lo amaba o al menos, mentirle que lo perdonaba por habernos abandonado a mi mamá y a mí!

      No existió catarsis después de todo.

      —Lo siento mucho —exclamó Blake, tranquilizándome.

      —¿Y qué pasará ahora?

      —Antes de morir, tú padre me pidió que te sacara de aquí y justamente eso haré.

      No sé qué habrá sido, pero sus palabras me aquietaron por unos minutos hasta que el auto se detuvo a unas cuadras de un aeropuerto.

      —¿A dónde vamos? —pregunté asustado.

      —Nos vamos de Alemania.

      —¿Por qué? —contesté sorprendido—. ¡Todavía puedes cumplir con la misión!

      —Es demasiado tarde para eso, asimismo el incendio le dará credibilidad y más poder a Hitler que le justificará ejercer


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