knifer. Adrian Andrade

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knifer - Adrian Andrade


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está muerto, déjalo así —expresé directamente.

      Honestamente no era un fan de bromear en nombre de un muerto, un muerto está muerto y punto final. Dichoso Robert quien ya no tenía que estar soportando esta porquería.

      —¡Lo dices por lo que pasó! —respondió Edgar con recelo.

      —Si lo que buscas es una confrontación para curar tus sentimientos, guárdalo para cuando desembarquemos —contesté con seguridad.

      —¡Eso quisieras, verdad!

      —Tranquilos —se interpuso Jack nivelando la tensión.

      —Ser fuerte es aceptar las cosas como son y no como uno quisiera que lo fueran.

      —¡Estás diciendo que Robert merecía ese destino!

      —¡Acaso estás ciego! ¡Ve a tu alrededor! ¡Somos soldados! ¡Todos estamos sentenciados a ese destino!

      Hubo un breve silencio hasta que el pacificador Jack habló:

      —Es obvio que esto es tensión por la cercanía de otra batalla.

      —En serio ¿no sientes remordimiento? —confesó Edgar con la voz temblorosa.

      Guardé silencio por unos segundos antes de responderle.

      —Robert fue débil y esa debilidad fue su perdición. Aceptar o rechazar ese hecho es tu problema, así que no vuelvas a restregármelo en mi cara. Odiaría tener que matar a alguien de mi propia unidad.

      —Vamos Chris, no te pongas en ese plan —expresó Jack mientras yo me alejaba.

      —¡Déjalo ir! —lo detuvo Edgar—. ¡Tiene razón, siempre la tiene!

      —¡No, no siempre!

      La última frase de Jack me sorprendió mucho. Apenas la alcancé a escuchar, pero prefería hacer como si no hubiera entrado por mis oídos. Se me hizo inusual que lo hubiera dicho cuando no existía ningún antecedente en contra mía. Decidí no prestarle más importancia y opté por dirigirme a los dormitorios.

      Los pasillos estaban deshabitados por lo que tuve cero dificultades en regresarme al dormitorio. Al entrar fui directo hacia la ventana, por suerte esta habitación contenía una. Era una lástima que tuviera que compartirla con otros tres.

      —Los bombardeos ya van para tres horas —me asustó una voz extraña proveniente de la litera opuesta a la mía.

      Me volteé encontrándome con un soldado demasiado joven; a simple vista, parecía un adolescente de preparatoria. No tenía idea de quién era y menos sobre qué estaba haciendo aquí, pero en ningún momento se sintió amenazado por mi inconformidad.

      —Se rumora que los japoneses se están escondiendo en cuevas al mismo estilo de Iwo Jima, espero y estas se colapsen con los bombardeos.

      —¡Quién eres y qué demonios haces aquí! —pregunté finalmente.

      —Soldado Dominic Farley, el nuevo recluta.

      —Eso me temía —declaré sin vergüenza—. ¿En cuántos combates has participado?

      —Ninguno, para serte franco.

      —¡Ninguno! —repetí asombrado—. ¿Nunca has estado en una batalla?

      —Pasé exitosamente el entrenamiento.

      —¡Maldita sea! ¡Enviaron a un novato tonto!

      —Puedo defenderme, corro con velocidad y tengo una excelente puntería.

      —No dudo de tus capacidades, dudo de tu inexperiencia e ignorancia en el momento de encontrarte cara a cara con un japonés dispuesto a sacrificarse con tal de cortarte la cabeza.

      El novato colocó un rostro de horror, era obvio que había escuchado las historias y eso lo intimidaba. Malo por él porque ahora conocía su debilidad. En el momento de encontrarse con uno de estos soldados suicidas, se quedaría congelado y por consecuencia moriría.

      —Chris, deja de asustar al muchacho —interrumpió Jack—. Todos fuimos alguna vez novatos, no te preocupes eh…

      —Dominic Farley —se saludaron.

      —Dominic, yo soy Jack Hardy; mi compañero de atrás es Edgar Palmer y éste maldito bastardo—señalándome a mí—, es Christian Copeland.

      —¡Christian Copeland! —exclamó el novato sin dejar de apartar su vista—. ¡El Christian Copeland! —continúo expresando mi nombre con una sonrisa de idiota.

      —Tienes un admirador —vaciló Jack.

      —¿Eres el Glorioso Bastardo que nunca ha parado de luchar?

      —Querrás decir Glorioso Bastardo porque de soldado no tiene nada.

      La modestia del novato fue correctamente corregida por el recelo de Edgar, pero eso no rompió su entusiasmo.

      —¡Has estado en todas las batallas y siempre has ganado victoriosamente!

      —Eso es una exageración —rectifiqué.

      —Escuché que estuviste en el principio ¿es cierto?

      Honestamente no me gustaba platicar y mucho menos de mis orígenes, no es algo de lo que me sienta orgulloso.

      —Esa parte si es cierta —supuse que una respuesta no podría causar daño.

      —¿Guadalcanal?

      Al mencionarme este nombre, me hizo recordar de mi primera misión ejecutada por agosto de 1942. Sinceramente no me acuerdo del día ni la hora exacta, sólo recuerdo de cuando el pelotón del cual formaba parte fue exterminado, convirtiéndome en uno de tres sobrevivientes. Eventualmente nos torturaron sin hacernos ninguna pregunta y delante de mí, rodaron las cabezas de mis compañeros.

      En ese tiempo yo era un inocente novato como lo era actualmente Dominic. Era una garantía que iba a morir en cuanto los japoneses me hincaron y colocaron un machete por arriba de mi cabeza. Me acuerdo mucho de ese momento, porque sentí decepción al no haber podido llegar lejos, ni siquiera avancé dos o tres pasos para terminar esta guerra a diferencia de mi padre quien se había acercado más a su objetivo, aunque haya fracasado.

      Respiré profundamente y decidí morir sin pedir una súplica ni compartir siquiera una lágrima como lo hicieron mis compañeros anteriores. En cuanto iban a degollarme, varios disparos penetraron en el puesto, matando a mis torturadores al instante. Caí al suelo y un soldado me ayudó a levantarme. Personalmente no creo en los milagros, pero ese debió de haber sido uno.

      —Chris —interrumpió Jack regresándome al presente.

      —Antes —contesté rápidamente.

      —¿Perdón? —continuó el novato.

      —Estuve antes.

      —¿Pearl Harbor?

      Cómo podría olvidarlo, el lugar donde mis padres se conocieron y se enamoraron. Quisiera creer que mi madre ya se reencontró con mi padre en el más allá, pero no creo en la existencia de otra vida después de esta.

      Pearl Harbor también representaba mi lugar de nacimiento, mi niñez y mi inolvidable pasado con… mi visión se volvió blanca y escuché una voz familiar pronunciando mi nombre: —¡Chris! —expresó la enfermera con preocupación.

      —Chris —volvió a interrumpirme Jack—. ¿Estás bien?

      —Mucho antes —volví a responder la pregunta de Dominic ignorando de paso a Jack.

      —¿Antes que Pearl Harbor? —comentó asombrado.

      Jack y Edgar también se asombraron sobre ese dato revelador. En fin, los tres se quedaron atentos y ansiosos de escuchar mi siguiente silaba.

      —Berlín, Alemania… hace como nueve o diez años aproximadamente.

      —¿Qué


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