knifer. Adrian Andrade

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knifer - Adrian Andrade


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      —Cómo puedes analizar, nadie es realmente tan interesado si no existe un propósito de por medio. Recuerda, la decepción y engaño definen a un verdadero maestro de guerra. Mantén un ojo abierto hacia esas personas que te buscan mucho y mantén el otro enfocado hacia personas que pueden ser fungibles.

      Dejé de recordar el pasado al instante en que el sargento Parker y yo entramos a la oficina, probablemente se trataría de otra transferencia a un pelotón con un objetivo más letal. Me señaló el asiento y me senté.

      —El capitán Sanders estará contigo en breve.

      —¿El capitán Sanders? —respondí con asombro.

      —Así es, por favor trata de comportarte.

      —Lo intentaré.

      El Sargento se dio la vuelta y salió por la puerta. No me sorprendía que la mayoría de la tripulación conociera mi reputación. Admito que eso de fingir pasividad no ha resultado posible como he intentado.

      ¡Un Oficial! formulé por segunda vez en mi mente. Después guardé silencio y me puse a pensar en los posibles escenarios de este encuentro. Tras varias reflexiones, llegué a lo mismo que había pensado en primer lugar: una asignación hacia una misión mortal.

      La puerta se abrió y me levanté para recibir al capitán Sanders; no porque quisiera sino porque se trataba de un Oficial bien remunerado del Cuerpo de Marines. Su rostro era más inexpresivo y su postura se mantenía amenazadora, a gran diferencia del sargento Parker. A pesar de ser un poco mayor, sabía que era una persona con quien no debía de joder. La deserción no me sentaría bien.

      —Descansa soldado —expresó el Capitán permitiéndome retomar mi asiento.

      La puerta se cerró y el Capitán rodeó el escritorio hasta sentarse en su silla cómoda. Tomó unos papeles y los guardó en el primer cajón.

      —¿Cuántos años llevas en servicio activo?

      —Cómo tres años, Capitán —contesté con aproximación ya que no llevaba la cuenta.

      —¿Tres años? Nada mal. No extrañas tu país, tu hogar.

      —No Capitán —respondí sin titubear.

      —¿No? —hizo una breve pausa por mi respuesta—. ¿Acaso no tienes a nadie esperándote allá; quizás los padres, un hermano, familiar o alguna chica en especial?

      Al escuchar la palabra chica, mi mente se apoderó de mí y proyectó en mi visión: el recuerdo de la primera vez que miré a la señorita Jones en su uniforme de enfermera.

      Entre tanta oscuridad sentí una mano tibia que tocaba mi frente, revisando si experimentaba fiebre u algún otro síntoma.

      —¿Joven, me escuchas? Estás a salvo, ya pasó el horror —su voz era tan agradable que me asustaba que no concordara con su belleza física por lo que me negaba a abrir los ojos y llevarme una desilusión.

      —¡Christian! —cuando escuché mi nombre supe que mi destello del pasado había desaparecido y reaccioné velozmente en contestarle al Capitán.

      —No Capitán, ningún motivo por el cual deba regresar.

      —¿Te encuentras bien hijo?

      ¿Acaso me llamó hijo? pensé con detenimiento ¿nunca lo comprenderé?

      —Descuide Capitán, sólo fue una breve distracción.

      —En ese caso, quiero que permanezcas en este buque como asesor de reserva.

      —¿Perdón? —pregunté sin comprender.

      —Todos concuerdan en que has estado en suficientes batallas, el General autorizó de nueva cuenta tu relevo, pero es obvio que no tienes intenciones de tomarte tu descanso y no podemos obligarte porque eres demasiado bueno en lo que haces, omitiendo tu mal carácter por supuesto. Entre varias pláticas con mis superiores, se llegó a la conclusión de que un descanso afuera del campo de batalla es necesario, por ende tu nueva asignación.

      Bueno nadie es perfecto en este asunto del carácter, pero aún no comprendía porque asignarme como asesor de reserva. Así que me atreví a preguntarle directamente.

      —Capitán Sanders, agradezco su sensibilidad pero me puede explicar lo de asesor de reserva.

      —Has estado en diversas batallas triunfales, por eso posees la habilidad de supervivencia, liderazgo y desdichadamente de autonomía. Nuestra intención es conservar estas cualidades y por eso permanecerás a bordo. Al menos que decidas hacer uso de tu relevo, le notificó que los papeles están autorizados, sólo se requiere de tu consentimiento.

      —¿No quiere que peleé en Okinawa? —pregunté ignorando lo último.

      —Por el momento servirás de consulta y asistencia general. Desde este momento serás promovido a Cabo y si cumples bien, otro ascenso te esperará en un futuro no distante.

      —¡Mierda!

      —Tu tono, soldado —me recordó.

      —Disculpe Capitán pero no vine a Okinawa sólo para pasear, vine a combatir.

      —Y lo harás pero no en tierra sino desde los cuarteles de este buque.

      —¡Yo me rehusó a ser empleado de este modo!

      —¡No hay un yo en un equipo! ¡¿Acaso lo olvidaste?! ¡Ahora márchate antes de que cambie de opinión con tu ascenso y opte por expulsarte de la armada!

      Inmediatamente salí y lancé la puerta con fuerza.

      —¡Qué madurez! —escuché apenas la voz furiosa del otro lado de la habitación.

      El sargento Parker me miró con recelo y me hizo la señal de esperarlo mientras retornaba a la oficina.

      No podía evitarlo, me sentía tan furioso que necesité controlarme personalmente, no me convenía entrar en una disputa con un oficial de rango mucho más superior al recién obtenido. Luego mantenerme en reserva era inútil, una persona con mis habilidades y experiencia no merecía quedarse con los brazos cruzados mientras el resto de la flota moriría intentando capturar la playa. Un objetivo que yo mismo podría facilitárselos y sin ayuda. Bueno, quizá necesitaría de unos cuantos soldados del calibre de Jack o Edgar.

      —El Capitán está molesto —me confirmó el sargento Parker al resurgir—. El que permanezcas no te hace menos, es totalmente lo opuesto, aquí puedes hacer lo mismo sin necesidad de apretar un gatillo.

      —Gracias por intentar motivarme, Sargento.

      —Después de capturar la playa vendrán por ti; entretanto sé libre de mirar desde los dormitorios. Y por favor, intenta no causar problemas con el personal restante.

      Asentí con la cabeza para calmar su intranquilidad.

      Me dio gusto haberlo dejado, pero seguía inconforme con el encasillamiento. Este asunto no tenía justificación, bien sabía que lo del asesor era para disfrazar mi verdadera función de lacayo. Probablemente me traerían pasando lista, revisando los pedidos, escuchando a los soldados, transportando a los heridos y realizando los tediosos inventarios.

      ¿Por qué hasta este momento? Esta era una de las preguntas que formulaba en mi mente, porque supuestamente esta invasión iba a ser la última batalla de la Primera División de los Marines. ¿Para qué me estarán protegiendo? o la otra pregunta sería: ¿Para qué exactamente me están reservando?

      Obvio un soldado no está sujeto a cuestionar. Desafortunadamente yo no soy un soldado común y corriente. Me entrenaron de fusilero no para ser un muchacho de oficina. Si mis superiores no pueden actuar con sinceridad en mi presencia, entonces les regresaré el favor.

      Acudí por mi cuchillo modelo KA-BAR, una pistola sencilla Colt M1911A1 y mi M1918 Browning Automatic Rifle referido sencillamente como BAR. Agradezco a quién sea que haya inventado este rifle por su magnífica capacidad para cargar un magazine de 20 balas y dispararlas


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