E-Pack Bianca agosto 2020. Varias Autoras

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Oxford.

      Poco después, descubrió que su carrera en la universidad británica estaba condenada a fracasar. Los puestos importantes acababan en manos de gente con experiencia y, como la suya era bastante limitada, decidió mejorar su currículum para conseguir algo mejor y escapar completamente de la órbita de la condesa, lo cual pasaba por aceptar el trabajo en el House of Montegova Trust.

      Por desgracia, su madre era muy amiga de la reina de Montegova, y aprovechó la circunstancia para insistir en su cruzada matrimonial.

      Violet consideró entonces la posibilidad de decirle que no se molestara, pero habría sido inútil. Su madre no sabía que Zak Montegova la había rechazado seis años antes, ni que la seguía rechazando todos los días, desde que trabajaban juntos.

      Para él, ella no era nada.

      Pero, si no lo era, ¿a qué venía la carta que tenía en la mano, aunque ardiera en deseos de tirarla a la basura? Sobre todo, teniendo en cuenta que acababa de volver del despacho, donde había estado sometida a diez horas de caprichos principescos.

      Violet suspiró, abrió el sobre y leyó la breve y brusca nota que contenía:

      Mi ayudante se ha puesto enferma. La sustituirá y me acompañará a la gala de recaudación de fondos de la Conservation Society, que empieza dentro de una hora.

      Le envío un coche. No me decepcione.

      S.A.R.Z.

      La amenaza intrínseca de esa manera de firmar, usando la sigla de Su Alteza Real Zakary, la había mantenido más noches despierta durante los tres últimos meses que en toda su vida anterior.

      Además, Violet se sentía obligada a ser ejemplar en todos los aspectos porque las fechorías de sus padres la hacían sospechosa de ser como ellos, y los medios de comunicación se encargaban de mantener vivo el escándalo cuando no era su madre la que empeoraba las cosas con su obsesión por el estatus social.

      Pero solo tenía que aguantar un poco más. Solo un poco más para ser independiente y dedicarse a lo que le gustaba. Solo un poco más para demostrar a los escépticos como Zakary Montegova que estaban equivocados con ella. Y si eso pasaba por sustituir a la ayudante del príncipe, la sustituiría. En el peor de los casos, podría hablar con los conservacionistas que asistieran a la gala y ganar más experiencia.

      Entonces, ¿por qué se le aceleraba el corazón ante la perspectiva de volver a ver a Zak? ¿Por qué ocupaba todos sus pensamientos?

      El teléfono sonó en ese instante, sobresaltándola. Y ni siquiera habría tenido que acercarse al aparato para ver quién llamaba, porque su piso de Greenwich Village era tan pequeño que pudo ver la pantalla desde su posición.

      Por supuesto, era Zak.

      –¿Dígame?

      –Ha recibido mi nota, ¿verdad?

      Violet se estremeció al oír su ronca voz, con la mezcla de acentos españoles, franceses e italianos que subyacían en el idioma y la historia de Montegova.

      –¿Por qué lo pregunta? Supongo que lo sabe, porque le habrá pedido al mensajero que se lo confirme –replicó ella, irritada–. Y, por cierto, buenas noches.

      A decir verdad, la irritación de Violet no se debía a la mala educación de Zak, sino a que se había obsesionado con él.

      Sin embargo, no se podía decir que fuera algo nuevo. Estaba obsesionada desde que tenía doce años, cuando lo vio por primera vez desde la ventana de su dormitorio, donde estaba con su hermana gemela, Sage. Y cada vez que leía un cuento de hadas, se imaginaba en el papel de la princesa y lo imaginaba a él en el papel del príncipe.

      ¿Quién no se habría aferrado a ese recuerdo? Cuando se miraron a los ojos, se sintió como si todos sus sueños se hubieran hecho realidad. Como si ese acto fuera una compensación por las interminables discusiones de sus padres, las conversaciones que se detenían cuando ella y sus hermanas entraban en la habitación y la obcecación de su madre por establecer amistades estratégicas.

      Con el paso del tiempo, Violet se odió a sí misma por confundir los cuentos con la realidad. Los libros solo eran libros. No necesitaba que ningún hombre o jovencito la salvara. No podía vivir en función de un príncipe que se volvía frío y desdeñoso cuando la miraba desde alguno de sus brillantes deportivos.

      En cualquier caso, Zak no le dio el placer de replicar inmediatamente a su comentario, y eso la puso de los nervios. Siempre conseguía que se sintiera incómoda. Y lo conseguía porque ella le había dado ese poder.

      Si Violet hubiera tenido doce o dieciocho años, habría caído en su trampa y habría perdido el aplomo; pero tenía veinticuatro, y se mordió la lengua como si su corazón no se hubiera acelerado ni sus manos estuvieran repentinamente húmedas, en recuerdo del breve escarceo que habían tenido hacía seis años.

      –Las relaciones con los mensajeros están fuera de mi jurisdicción, así que tendrá que disculparme por mi ignorancia –replicó al fin, enfatizando que un hombre tan importante como él no se mezclaba con los trabajadores–. Pero me alegra saber que ha comprendido la urgencia de la situación… Supongo entonces que estará preparada.

      –No, no lo estoy. Su nota me llegó hace cinco minutos, y ni siquiera he decidido lo que me voy a poner.

      –Pues decídalo deprisa, Violet. Estaré en su piso dentro de veinte minutos.

      –¿Cómo? ¿No decía que la gala empieza dentro de una hora?

      –Sí, pero ha habido un cambio de planes. El ministro de Defensa quiere hablar conmigo antes de que empiece.

      –Eso no es problema mío.

      –Lo es, porque va a sustituir a mi ayudante y tiene que estar presente en la reunión. Pero, si no se cree capaz…

      –Alteza, está hablando con la persona que estuvo limpiando pájaros durante tres semanas por culpa de un vertido de petróleo. Y los limpié bajo un sol de justicia y prácticamente sin dormir –le recordó–. Estoy segura de que seré capaz de tomar notas en una reunión, Alteza. Salvo que no tenga intención de hablar en ninguno de los cinco idiomas que domino.

      Violet sonrió para sus adentros. Había aprendido que no podía ser tímida con Zak. Bajar la guardia con él era una forma perfecta de que se la comiera viva y escupiera sus huesos con absoluta indiferencia. Además, tenía que recordarle que no estaba dispuesta a saltar como un perrito cada vez que se lo pidiera.

      –Soy muy consciente de su currículum, lady Barringhall. No es necesario que lo saque a colación. Especialmente, cuando vamos mal de tiempo.

      –Por supuesto que no, Alteza. Y, por la misma razón, tampoco le recordaré yo que es usted quien me ha llamado y quien está perdiendo el tiempo hablando por teléfono, lo cual impide que me vista.

      –Oh, vaya. Suponía que era capaz de hacer varias cosas a la vez –ironizó el príncipe–. Pero, teniendo en cuenta que esa habilidad no aparece en su currículum, tendré que comprobarlo en la práctica. Le quedan quince minutos, lady Barringhall.

      Zak cortó la comunicación, y Violet dejó escapar una palabrota. Esa pequeña catarsis la relajó un poco y la propulsó hacia el dormitorio, donde empezó a revolver su exiguo vestuario en busca de un vestido que no se había puesto desde el día que cumplió veintiún años.

      Cuando lo encontró, frunció el ceño. La sencilla y elegante prenda de raso le recordó lo mucho que cambió su vida por entonces. Los trescientos invitados de la fiesta de su decimoctavo cumpleaños pasaron a ser veinticinco en la del vigésimo primero. Sus supuestos amigos la abandonaron como ratas saltando de un barco que se hundía, y algunos fueron tan crueles que no lo había podido olvidar.

      Sin embargo, el origen del vestido no restaba un ápice a su belleza. De corpiño plisado y escote en forma de uve, dejaba al desnudo los hombros y la parte inferior de la espalda, cayendo después hasta los tobillos. Era una pequeña maravilla que, por lo demás, enfatizaba suavemente sus


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