E-Pack Bianca agosto 2020. Varias Autoras

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no sé si es consciente del riesgo que corremos –dijo Alvardo, eligiendo cuidadosamente sus palabras–. Si no intervenimos pronto, la situación se nos podría escapar de las manos.

      –Entonces, redoble sus esfuerzos por conseguir pruebas fehacientes. El pueblo de Montegova ya ha sufrido bastante, y no necesita que lo alteren con rumores infundados. Mantenga la vigilancia del grupo e infórmeme si se produce algún cambio.

      Zak pensó que investigaría el asunto y comprobaría el informe del ministro, por si acaso. La situación de Montegova se había complicado por la inesperada decisión de su madre de dejar el trono a Remi, y el país no necesitaba más sustos.

      –Eso es todo –sentenció.

      El ministro se levantó, hizo una reverencia y salió de la habitación. Luego, Zak y Violet volvieron al coche y, cuando ya se dirigían al Upper East Side, donde se iba a celebrar la gala, él dijo:

      –Si tiene algo que preguntar, pregunte. Se nota que está haciendo esfuerzos por callarse.

      Ella apretó los labios.

      –¿Es cierto que Montegova corre peligro?

      Zak se encogió de hombros.

      –Siempre hay amenazas de alguna categoría –respondió–. El truco consiste en separar el grano de la paja, por así decirlo.

      –Pero el general parecía preocupado…

      –Alvardo es ministro de Defensa, y tiende a exagerar.

      Violet frunció el ceño.

      –¿Está seguro? A mí me ha parecido algo grave.

      –Porque puede que lo sea.

      –¿Y se lo toma así, con tanta tranquilidad? –dijo ella, perpleja.

      –He aprendido que las cosas no son siempre lo que parecen. El ministro hace sus informes, y yo investigo por mi cuenta cuando es necesario. Al final, siempre se descubre la verdad.

      Zak se acordó del secreto que había guardado su padre durante veinte años, un secreto que estalló en la cara de su familia. Pero también se acordó de los planes matrimoniales de Margot Barringhall, y se preguntó si sería realmente cierto que su hija estaba conchabada con ella.

      Tras mirarla de nuevo y ver que fingía estar interesada en el paisaje, se dijo que sí. Al parecer, lady Violet quería echarle el lazo, y se había convencido a sí misma de que la farsa de su trabajo en la fundación le había engañado.

      –¿Cree que la situación merece una investigación a fondo? –insistió ella–. ¿Es posible que alguien quiera acabar con el reino?

      Zak se encogió de hombros otra vez.

      –Bueno, la era de las monarquías ha pasado, y hay quien piensa que el país estaría mejor sin la Casa Real. Pero Montegova no está gobernada por ningún dictador que se limite a sentarse en el trono y recaudar impuestos. Mi madre y mi hermano son miembros activos del Parlamento, y ninguno de los dos está por encima de la ley –respondió el príncipe–. Si alguien quiere cambiar las cosas, debe usar las vías legales, sin levantamientos ni revueltas.

      –Eso suena bien, pero ¿no es verdad que sus antepasados aplastaron la disidencia a sangre y fuego?

      Él sonrió con frialdad.

      –Lo es. Y, precisamente por eso, hay que impedir que se repita la historia. ¿Por qué tomar la vieja ruta de siempre, habiendo caminos nuevos? Se trata de innovar, no de imitar.

      Violet entrecerró los ojos.

      –¿Por qué finge que no le preocupa?

      Zak se puso tenso.

      –Quizá, porque desconfío de sus motivos para preguntar. Se supone que solo tiene que tomar notas. ¿A qué viene ese súbito interés por mi país?

      –A que trabajo para usted –contestó, haciendo un esfuerzo por mantener el aplomo–. ¿Qué tiene de extraño que me interese? Además, olvida que también tengo motivos personales. Mi madre es medio montegovesa.

      Zak no lo había olvidado. De hecho, le parecía gracioso que las Barringhall solo mencionaran ese asunto cuando les convenía.

      –Y dígame, ¿cuántas veces ha visitado Montegova? Porque, si su madre es medio hija de mi país, usted lo es un cuarto –ironizó.

      Ella se ruborizó.

      –No tanto como me habría gustado…

      –Oh, vamos, confiese que no ha estado nunca.

      –¿Confesarlo? No puedo confesar nada, porque usted lo sabe tan bien como yo.

      –Efectivamente, lo sé. Según su currículum, ha viajado por todo el mundo y lo ha publicitado a lo grande en las redes sociales, pero nunca se ha molestado en visitar el hogar de sus ancestros mediterráneos –declaró–. Discúlpeme entonces por desconfiar de su súbito interés. No parece sincero.

      –Todos mis viajes han sido de trabajo, y los han financiado organizaciones no gubernamentales –se defendió–. Y, en cuanto a las redes sociales, forman parte de mi profesión. Intento despertar la conciencia de la gente.

      –Hay una gran diferencia entre despertar la conciencia de la gente y hacerse famosa a su costa –contraatacó Zak.

      –¿Y cómo lo sabe usted? ¿Es que tiene una lista de expertos en redes sociales? ¿O es uno de esos príncipes que tienen identidades secretas para espiar a los demás por Internet?

      Zak volvió a sonreír.

      –Si tiene algo que ocultar, no se preocupe. No pienso decir nada.

      Violet lo miró con ira.

      –Sé que se han dicho muchas cosas sobre mi familia, Alteza. Pero me extraña que un hombre como usted se crea todo lo que le cuentan.

      –Bueno, hay pruebas aparentemente irrefutables –replicó él–. Aunque, si no lo son, estaré encantado de oír su historia.

      Ella apretó los labios de nuevo, y Zak se acordó del sabor que tenían y de los suspiros que dejaban escapar cuando Violet se excitaba.

      –No, gracias, no quiero perder el tiempo en algo inútil. Además, ya hemos llegado.

      Zak se giró hacia su ventanilla y se maldijo. Estaba tan concentrado en la conversación que había perdido el sentido del tiempo y el espacio. Ni siquiera se había dado cuenta de que el chófer había salido del vehículo y estaba esperando para abrir la portezuela.

      Sin embargo, Violet había conseguido despertar su interés. Se había negado a hablar de los rumores que afectaban a su familia, y no estaba acostumbrado a que las mujeres le negaran nada.

      –Alteza…

      –Zak.

      Ella lo miró con asombro.

      –¿Cómo?

      –Me puedes tutear cuando no estemos en ámbitos excesivamente formales o profesionales. Si te apetece, claro.

      Violet no rechazó la oferta en voz alta, pero sus ojos la rechazaron con toda claridad.

      –Vamos a llegar tarde, Alteza. Y no quiero que me eche la culpa.

      Zak clavó la vista en sus ojos azules. ¿Con quién creía que estaba? Era príncipe. Era la segunda persona en la línea de sucesión de un pequeño pero muy poderoso reino. ¿Cómo se atrevía a desafiarlo?

      Durante unos instantes, estuvo tentado de ponerla en su sitio. Sin embargo, había otras formas de someter a los que sembraban disensión en el país o intentaban hacerse ricos a costa de los Montegova. ¿Por qué no utilizarlas entonces? En lugar de reprenderla, la seduciría de nuevo y la dejaría después, enviando un mensaje claro y definitivo a las Barringhall.

      Sí, era la solución perfecta. Si creían que él no podía jugar a


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