E-Pack Bianca agosto 2020. Varias Autoras
Читать онлайн книгу.que Jules fue el único hijo ilegítimo que ha habido en tu familia –declaró–. Sin embargo, habrá habido divorcios.
–Sí, unos cuantos –replicó él–. Pero, ¿a qué viene eso? ¿Es que ya estás pensando en poner fin a nuestro matrimonio? Porque aún no estamos casados…
Ella soltó una carcajada sin humor.
–No te finjas herido, Zak. No me ofreces matrimonio porque estés enamorado de mí, sino porque estoy embarazada.
–Es una buena razón. Una que desestimas con demasiada ligereza.
–¿Y qué tiene de raro? No sé qué quieres hacer con tu vida, pero yo quiero ser libre y poder elegir al hombre con el que me case. No me ataré a ti por el simple hecho de que seas el padre del bebé que llevo en mi vientre. No me venderé por tan poco.
–¿Por tan poco? –bramó Zak–. Discúlpame, pero la inmensa mayoría de las mujeres del mundo me consideran un buen partido.
–¡Pues cásate con ellas!
El tono de Violet fue tan violento que Zak se dio cuenta de que estaba celosa, y sus ojos brillaron con un destello de triunfo.
–Veo que no eres tan inmune a mis encantos, cariño mío.
–No me llames eso –protestó–. Yo no soy nada tuyo.
–Pero podrías serlo si…
–¿Si entrara en razón? –lo interrumpió–. ¿Si me alegrara de que tu oferta de matrimonio incluya la ventaja de una relación sexual apasionada?
–Vaya, admites que sería una relación apasionada –dijo él–. Gracias por reconocerlo, Violet. Y sí, es una ventaja inmensamente placentera. Deberías reconsiderar tu decisión.
–¿No crees que olvidas algo?
–¿Qué?
–Que la atracción física no dura mucho tiempo. Hasta es posible que se haya acabado antes de que firmemos el certificado de matrimonio –respondió Violet–. Y, en cualquier caso, no voy a comprometer mi futuro con una base tan endeble.
Zak se pasó una mano por el pelo y sonrió con sorna.
–Menuda manera de empezar una tregua –comentó.
Ella se encogió de hombros.
–Parece que saca lo peor de cada uno.
–Bueno, yo no diría tanto –dijo él, echando un vistazo a su carísimo reloj–. Pero ya hemos hecho bastante por un día. Volvamos a la casa. La cena se servirá en una hora.
Violet sintió una mezcla de placer y temor. La cena implicaba la posibilidad de pasar más tiempo con Zak, y ella ardía en deseos de volver a ver al hombre que se escondía tras una rígida fachada exterior. Quería compartir sus sueños, calmar sus miedos. Quería estar con el único hombre con el que se había permitido el lujo de soñar.
Además, tenía la esperanza de que la grieta que se había abierto en su fachada derrumbara el muro, mostrándole su verdadero ser. Solo era cuestión de tiempo. De tiempo, de paciencia y, quizá, de amor.
Capítulo 9
ZAK LA ESTABA esperando en el elegante comedor de la mansión, que se abría a una amplia terraza. La brisa marina refrescaba el ambiente, en recordatorio de que se encontraban en un verdadero paraíso tropical y, aunque Violet no estuviera en él por voluntad propia, las cosas habían cambiado tanto que se sintió mejor. Habían declarado una tregua, la excusa perfecta para suspender su indignación.
–Estás exquisita –dijo él, admirando el vestido de raso verde que se había puesto.
–Gracias.
Ella sonrió mientras lo admiraba a su vez. Zak llevaba unos pantalones oscuros y una camisa blanca que enfatizaba su atractivo.
–Prueba esto.
–¿Qué es?
–Un ponche de frutas que ha preparado Geraldine. Dice que hace maravillas con las náuseas matinales.
Violet se preguntó qué habrían estado hablando Zak y el ama de llaves para que esta le preparara una bebida con semejantes virtudes, pero alcanzó el vaso de todas formas y se lo llevó a la boca. El ponche estaba sencillamente delicioso. Sabía a coco y a jengibre.
–Guau… –dijo ella, sorprendida.
–Parece que te ha gustado –comentó él con humor.
–Desde luego que sí.
Zak le rellenó el vaso, se sirvió un vino blanco y la llevó a la mesa, donde la cristalería fina y los cubiertos de plata compartían espacio con dos candelabros idénticos. Los empleados se habían tomado muchas molestias aquella noche, como si su jefe les hubiera dicho que era una noche especial. Y Violet se sintió como si lo fuera.
Ya les habían servido el primer plato, consistente en un guiso de pescado con arroz, cuando ella se dio cuenta de que Zak estaba más interesado en mirarla que en comer, así que buscó un tema de conversación relativamente insustancial.
–¿Qué hay al otro extremo de la isla? –preguntó.
–Una sorpresa.
–Si no me lo dices, tendré que preguntárselo a tus empleados –le advirtió.
Zak se encogió de hombros.
–Haz lo que quieras, pero te perderías el placer de una experiencia inesperada.
El comentario de Zak avivó su curiosidad, y Violet pensó que estaba empezando a disfrutar de su compañía. Quizá, demasiado.
La cena se le pasó en un momento entre miradas de deseo y conversaciones tan interesantes como llenas de humor. Y, cuando los empleados empezaron a retirar los platos, se sintió súbitamente deprimida. Eran poco más de las ocho, y le desagradaba la idea de retirarse a sus habitaciones y quedarse sola.
–¿Te apetece tomar algo en la playa? ¿O pido que nos traigan café?
–Prefiero no tomar café. Por lo menos, durante unas cuantas semanas.
Zak frunció el ceño y llamó al mayordomo, que se presentó al instante.
–Patrick, dile a Geraldine que no vuelva a servir café hasta próximo aviso.
–Por supuesto, Alteza.
El mayordomo asintió y se fue.
–No era necesario que le dijeras eso –declaró Violet.
–Claro que lo es. Tu salud es importante para mí.
–Querrás decir la salud del bebé…
–No. Puede que estés embarazada, pero eso no significa que no me preocupe tu bienestar –puntualizó él, clavando la vista en su estómago–. Anda, vamos a dar un paseo. El aire fresco te sentará bien.
Zak se levantó, la tomó de la mano y la llevó hacia los jardines, bañados por la luz de la luna. Luego, tomó el camino que llevaba a la playa y, al llegar a ella, se descalzó y le sugirió que hiciera lo mismo.
Violet siguió su consejo sin objeción alguna, intentando convencerse de que solo lo había hecho por atenerse al espíritu de la tregua; pero había algo más, que se hizo evidente al cabo de unos minutos: una tensión sexual tan intensa que despertó todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo.
Incómoda, rompió el silencio con lo primero que se le ocurrió:
–¿Desde cuándo tienes la isla?
–Desde hace cinco años. Estaba buscando un sitio así y, cuando lo encontré, hablé con su dueño y le hice una oferta que no pudo rechazar.
–Curioso, porque da la sensación de que siempre ha pertenecido