E-Pack Bianca agosto 2020. Varias Autoras
Читать онлайн книгу.rompió a reír.
–¿Me estás encasillando otra vez, Violet?
–Me limito a devolverte el favor –se burló.
Él se puso tenso.
–Explícate.
–Oh, vamos… Me has encasillado desde el principio. Tenías una idea preconcebida de mí y te has atenido a ella.
–Puede que eso fuera cierto hace unas semanas, pero ya no lo es.
Violet lo miró con sorpresa.
–¿Insinúas que ya no me crees una buscona que solo quiere echar mano a tus millones?
Zak la escudriñó detenidamente, como si fuera un científico y se encontrara ante un espécimen tan extraño como exótico.
–Eres una mujer excepcional en muchos sentidos, pero no te creo capaz de ocultar mucho tiempo tu verdadera personalidad –replicó, acercándose–. Además, he prestado atención a lo que me has dicho, y creo que eres sincera.
Súbitamente, él alzó una mano y se la puso en el estómago con delicadeza.
–Este bebé es una experiencia maravillosa que nos va a unir indefinidamente –continuó–. No la estropeemos con animosidades.
–Nunca he querido animosidad alguna.
–Razón de más para olvidar nuestras diferencias y concentrarnos en otra cosa, en lo que ambos sentimos.
Violet tragó saliva.
–¿A qué te refieres?
Zak le puso la otra mano en la nuca y la apretó contra él.
–Te llevo en la sangre, Violet. Estoy desesperado por tumbarme junto a ti y satisfacer todos tus deseos.
–Yo…
–Antes de que niegues lo que sentimos, piénsalo un momento –la interrumpió–. Nuestra tregua sería mucho más interesante si pudieras tenerme cuando quisieras y como quisieras. Te ofrezco siete días más en la isla, pero siete días de pasión, sin sentimientos de culpa ni dudas de ninguna clase.
Violet se sintió desfallecer. Le estaba proponiendo una aventura carnal, de placeres constantes; una oportunidad de llevar a la práctica todas sus fantasías. Era una idea increíblemente tentadora. Pero también era una forma perfecta de ampliar la grieta que se había abierto en la fachada de Zak y ayudarlo a sanar sus heridas mientras se sanaba a sí misma.
–Tendrías todo lo que deseas –insistió él, acariciándole la mejilla–. Todo.
Excitada, Violet cerró la mano sobre su muñeca y la apretó contra su piel, para sentirlo mejor.
–Bueno, ¿qué te parece? –continuó Zak.
–¿Tú qué crees?
–Por el tono de tu voz, yo diría que estás de acuerdo.
–Y lo estoy.
Zak soltó un gemido y la besó, desatando su pasión. Violet le pasó los brazos alrededor de su cuello y, apoyándose en él, cerró las piernas sobre su cintura.
–Me gustaría tumbarte en la playa, desnudarte y hacerte el amor a la luz de la luna –dijo él, con voz ronca–. Pero esta noche no me parece adecuada. Esta noche, prefiero llevarte a mi habitación.
Violet no tuvo ocasión de disentir, porque Zak se dirigió a la mansión a grandes zancadas y no se detuvo hasta llegar al dormitorio de la suite principal, donde la soltó y besó sus labios con dulzura.
–Date la vuelta –ordenó entonces.
Violet obedeció y él le bajó la cremallera del vestido, que cayó a sus pies.
–Vaya, hoy tampoco llevas sostén –declaró el príncipe, admirando sus senos–. ¿Qué pretendes? ¿Torturarme todo el tiempo?
–¿Crees que eso es una tortura?
–Lo es, porque consigues que me obsesione con lo que llevas o dejas de llevar debajo de la ropa, y no puedo pensar en nada más.
–Oh –dijo ella, dominada por un profundo sentimiento de satisfacción femenina.
Zak le puso una mano en las nalgas y cerró la otra sobre uno de sus senos.
–Me vas a volver loco, ¿sabes?
Ella suspiró y sonrió sin poder evitarlo, porque el contacto de sus manos era inmensamente placentero.
–Ah, otra vez esa sonrisa de arrogancia, ese pícaro reconocimiento de tu poder –dijo Zak, encantado–. ¿Estás preparada para ser mía, preciosa?
Zak le acarició el pezón e insistió con sus atenciones hasta que ella empezó a estremecerse; pero, lejos de contentarse con eso, apartó la otra mano de sus nalgas y se la introdujo entre las piernas.
–Oh, Zak…
Violet perdió el control de sus emociones y le dejó hacer entre gemidos y gritos de satisfacción. Todo su ser estaba concentrado en las caricias de Zak, hasta tal punto que solo se dio cuenta de que la había tumbado en la cama cuando le bajó las braguitas.
–He soñado muchas veces con esto –declaró con palabras cargadas de deseo–. ¿Quieres que sigamos, principessa?
–Sí, por favor –acertó a decir.
Zak suspiró y se desnudó a toda prisa, impaciente. Luego, se puso entre sus piernas y la penetró con una potente acometida.
–Dio mio, eres preciosa. Excepcional.
Las palabras surgían a borbotones de sus labios, a veces en su idioma y a veces, en el inglés de Violet. Y cada segundo que pasaba, la acercaba más al maravilloso orgasmo que se iba formando en su interior.
Cuando por fin llegó, Violet se aferró a las sábanas y le rogó que siguiera adelante hasta que soltó un grito de satisfacción completa y se rindió definitivamente. Zak alcanzó el clímax poco después, y se quedó abrazado a su cuerpo mientras sus jadeos se mezclaban y resonaban en la habitación.
Al cabo de unos instantes, él alzó la cabeza y cubrió su cara de besos, dejando a Violet sin aliento. Las cosas habían cambiado mucho desde su primera noche de amor en Tanzania. Donde antes había distanciamiento, ahora había cariño. Y a Violet le pareció tan especial que no se atrevía ni a respirar por miedo a romper el hechizo.
–Deja de darle tantas vueltas, carissima. Casi puedo oír tus pensamientos –dijo Zak, acariciándole la mejilla.
–Si quieres que deje de pensar, haz algo que me divierta.
Zak le dedicó una sonrisa de lobo hambriento.
–Bueno, no te preocupes por eso. Se me ocurren muchas cosas que podemos hacer –replicó contra sus labios–. Pero, de momento, prefiero que descanses.
El cuerpo de Violet reaccionó como si estuviera diseñado para obedecer las órdenes del príncipe, con una súbita e intensa somnolencia. Y así, abrazada a Zak, se quedó dormida.
Durante los días siguientes, se dedicaron a hacer el amor por toda la propiedad. Y, cuando no estaban haciendo el amor, hablaban de política, de diplomacia y del tema preferido de Violet, el conservacionismo. Pero nadie los interrumpía, porque los empleados de Zak guardaban elegantemente las distancias, como si estuvieran acostumbrados a ello o quizá, como si su jefe se lo hubiera pedido.
En algún momento, Violet se dio cuenta de que el hombre que la tomaba entre sus brazos mientras ella fingía dormir, el hombre que la escuchaba atentamente cuando hablaba, el hombre que rebatía sus opiniones o asentía cuando estaba de acuerdo era el hombre que siempre había soñado. Y no solo para ella, sino también para su bebé.
Por eso se llevó un disgusto cuando, al séptimo día, se despertó sola en la cama. Era su última jornada en la isla, y la primera vez que abría los ojos y Zak no estaba