La extraordinaria vida de la gente corriente. Iván Ojanguren Llanes

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La extraordinaria vida de la gente corriente - Iván Ojanguren Llanes


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no solo a caminar, sino también a disfrutar mientras caminas.

      Finalmente, hacia las 16:00 h llegué a su albergue. Estaba cansado, había caminado más de veinte kilómetros y los últimos ocho fueron de ascensión continua con un desnivel de 400 metros. Según entré y sin decir ni una sola palabra –¡estaba tan cansado que no tenía ni fuerzas para hablar!– él notó mi presencia y con una sonrisa sincera me dio la bienvenida de palabra, luego se acercó a mí y me entregó un sentido abrazo de cinco segundos.

      Cinco segundos.

      Imagina por un instante que abrazas a tu pareja o a un allegado. Bien, ahora hazte a la idea de que estás cinco segundos abrazándole. En serio, haz la prueba; cronométralo.

      Uno… dos… tres… cuatro… cinco.

      Cinco segundos abrazando es mucho más que un abrazo. Es una muestra incondicional de amor. En realidad ese abrazo significa muchas cosas: has llegado, te veo. Eres bienvenido. Eres valioso. Estás en tu casa. Estás bien.

      Sí, he sido testigo de que es posible transmitir todo eso con un simple abrazo. «El ser humano necesita varios abrazos al día para estar bien –me dice–, así que los abrazos es algo que entregamos de manera natural en esta casa. De este modo consigo pasar ese cariño a los peregrinos y al mismo tiempo yo también me cargo las pilas». ¡Qué sabio es David! Sabe que el mayor premio que recibe uno al ser generoso –en este caso abrazando– es justamente eso: el placer y la energía derivados del disfrute incondicional de la generosidad. «¡Es más! –continúa–, algunos peregrinos me piden hacer hospitalidad, esto es, ayudar voluntariamente en las tareas del albergue, aunque me dicen que no saben cocinar ni hacer las labores típicas de la casa… Entonces les pregunto: ‘¿Sabes dar abrazos?’ Dar abrazos no es menos importante que el resto de tareas de esta casa. Si sabes dar abrazos, eres bienvenido; seguro que puedes ayudarme».

      David nació en 1978 y se crió en el seno de una familia obrera en Aranjuez; trabajó desde los dieciocho años en labores de mantenimiento, quince años en una multinacional donde asumió diferentes responsabilidades y después un año en otra empresa más pequeña. «Nunca me atrajo la idea de estudiar –me cuenta–, así que a los catorce años hice un módulo de Formación Profesional y a los diecisiete comencé a trabajar aquí y allá, repartiendo pizzas y cosas por el estilo. A los dieciocho años entré a trabajar en Unilever donde llegué a ser responsable de mantenimiento; además estudié un grado superior al tiempo que trabajaba». En cualquier caso, a David no le desagradaba su trabajo ya que de algún modo notaba que aquello de reparar máquinas con sus propias manos se le daba bien. «Arreglaba todo lo que se me ponía por delante» me dice orgulloso.

      Allá por el 2008 y tras pasar varios momentos complicados –algunos de ellos incluso donde su vida estuvo en entredicho–, decidió hacer el Camino de Santiago del Norte donde conoció a personas maravillosas y, lo más importante, experimentó otra manera de ver, de sentir y de vivir. «El Camino es una línea de realidad dentro de un mundo loco e irreal –me dice–. En el Camino todo el mundo te sonríe, comparte lo que tiene y te escucha».

      David no quiere hablar demasiado de los momentos difíciles de su vida; solo deja vislumbrar un desengaño amoroso con profundas consecuencias, y sobre todo aprendizajes. Es curioso cómo sin excepción todos los protagonistas de este libro miran hacia atrás y observan los momentos difíciles –incluso peligrosos, como fue en este caso–, recogiéndolos con paz y sentimientos de gratitud; y es que han entendido la situación, han sabido mirarse desde fuera con desapego y perspectiva para seguir adelante con la lección aprendida. David no es una excepción: «Mi pareja decidió tomar sus propias decisiones. Me costó mucho, pero al final entendí que fui yo el que no supo entender ni atisbar por dónde estaba yendo la relación; comprendí que yo era tan responsable de lo que estaba pasando como la otra parte y que no estaba en condiciones de exigirle ningún tipo de comportamiento a nadie. Un día entendí que nadie tiene por qué cumplir mis expectativas, y al mismo tiempo nadie tiene el poder de hacerme daño. Hasta que no interioricé esto, lo pasé francamente mal».

      Hay una frase que leí en Internet que me encanta: «Nunca nada te abandona realmente hasta que no aprendes lo que ha venido a enseñarte». Es decir, cada envite que te da la vida es una oportunidad para crecer, para comprenderte mejor, para ser más sabio; si pasas página sin hacer el ademán de aprender o simplemente huyes mil kilómetros para alejarte de ese obstáculo, ese mismo problema te estará esperando allá donde vayas; se volverá a manifestar en tu vida con nuevos nombres, nuevas formas. La actitud que todas estas personas maravillosas muestran en la vida es la de abrirse a los problemas en lugar de taparlos u obviarlos, permitiéndose vivir y experimentar lo que sucede en lugar de compadecerse a sí mismos creyendo que en otro lugar estarán mejor.

      En el 2008 y haciendo el Camino, David conoció a una persona que le marcaría para siempre: Álex. Álex regentaba entonces el albergue que hoy David lleva con humildad, orgullo y tesón en el pueblo de Bodenaya. Con él aprendió a compartir y vivió en sus propias carnes que una manera diferente de vivir era posible. David me explica cómo le conoció: «En realidad no tenía intención de ir a Bodenaya –me cuenta–. Iba a pasar la noche en Salas, a ocho kilómetros de Bodenaya, cuando fortuitamente conocí a un peregrino, Ángel, que me dijo que iba a continuar unos kilómetros más. Por aquel entonces estaba muy abierto a cambiar de planes, a dejarme llevar y a escuchar a la vida, así que por alguna razón intuitiva decidí también seguir a Ángel hasta Bodenaya. Esta decisión ha sido muy importante en mi vida: es la responsable de que hoy esté disfrutando de la vida de hospitalero en el Camino de Santiago».

      Muchas cosas podemos aprender de esta experiencia. Por un lado, ¡qué importantes son las personas en nuestra vida! Y qué importante es recordarlas y guardarles el respeto y la gratitud que merecen; tanto Ángel como Álex son personas que guarda en su corazón. Por otro lado, observamos esa actitud para estar abierto a nuevas experiencias, nuevos retos. Qué duda cabe de que lo más sencillo para David hubiese sido quedarse en el pueblo de Salas y ahorrarse los ocho kilómetros de subida, pero decidió abrirse a lo desconocido, a la incertidumbre. Y acertó… ¡Vaya si acertó! No solo conoció a una de las personas más influyentes de su vida –Álex–, sino que acabó tomando las riendas de su albergue de peregrinos donde hoy ayuda a miles de personas al año a que encuentren su camino al tiempo que se ayuda a sí mismo. Y lo más importante: disfruta de cada instante de su vida; es decir, no lo considera un trabajo. Siente que es ahí donde tiene que estar; así consigue vivir cada día y cada instante al máximo.

      Einstein dijo una vez que si no cambias nada, nada cambia; también dijo aquello de que eres un loco si pretendes tener mejores resultados en la vida haciendo y repitiendo lo mismo que te ha llevado a la vida que tienes hoy –y que quieres mejorar–. Así, tomar la decisión de caminar ocho kilómetros más cambió la vida de David para siempre. Abrirse a nuevas y diferentes experiencias es algo que hace de manera habitual porque sabe que tal vez en la siguiente esquina esté la siguiente lección, la siguiente persona, la próxima vivencia que le abra las puertas a un lugar inimaginable y maravilloso hasta ahora desconocido. Sin ir más lejos, la noche que estuve con él entrevistándole le pedí que me regalase unos minutos más de su tiempo a la mañana siguiente ya que quería tener la posibilidad de ordenar mis notas, y tal vez hacerle más preguntas. Tras pensárselo unos instantes me contestó: «¿Sabes qué, Iván? Como vas a volver a Cornellana, puedo acompañarte hasta Salas y compartir Camino contigo, ¿qué te parece?». Postergó sus quehaceres de la mañana siguiente para hacer el Camino durante un par de horas conmigo. ¿Por qué? Porque David se ha abierto a la vida, está siempre con el objetivo de cuidar a las personas en su albergue y al mismo tiempo con el corazón en el presente, tomando las decisiones oportunas a cada momento; la vida le habla y él contesta. En ese momento sintió que tenía más sentido seguir charlando conmigo, aunque luego tuviese que apurar las tareas del día para dejar el albergue listo para los nuevos peregrinos.

      Siguiendo con su historia, en el año 2012 la empresa en la que trabajaba decidió echar el cierre; entonces vio esa situación como una oportunidad: «Cuando nos comunicaron la noticia, los trabajadores nos movilizamos para protestar por el despido. Recuerdo estar acampado en una protesta con mis compañeros cuando de pronto tuve un momento de lucidez


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