Los niños escondidos. Diana Wang

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Los niños escondidos - Diana Wang


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los mismos derechos nominales, no los defendía de la judeofobia que los excluía de diferentes lugares de la sociedad. Por ello, varios “niños” dan cuenta de haber sido bautizados y de que sus familias habían cambiado el apellido para hacerlo menos judío. Los judíos del Este miraban con secreta admiración a los occidentales y se sabían despreciados por ellos. Eran llamados despectivamente los Ost Juden, los judíos orientales. Estos, a su vez, no ahorraban epítetos y designaban a los occidentales como Iekes, con el mismo gesto de desprecio. Como en todo lo demás, los judíos reflejaban las posiciones de las sociedades en las que vivían, el Occidente europeo menospreciaba al Oriente, lo consideraba inferior, atrasado, retrógrado. De este modo eran mirados los polacos por los alemanes.

      Tomás Kertesz / Tommy (1927, BUDAPEST, HUNGRÍA)

      Mi papá estaba asociado con un hermano en la venta de madera para leña. Cuando yo todavía era chico, se fueron a la quiebra y perdieron todo. Luego de ese desastre económico, quedaron caballos y carros, entonces papá empezó a trabajar de transportista. Mi madre era profesora de dactilografía. Ambos habían hecho la escuela secundaria. Éramos pobres.

      En el verano del 34, a mis seis años, alquilaron una casita en un pueblo en las afueras de Budapest y crearon una pequeña colonia de vacaciones al costo, es decir, con hijos de amigos, cada uno pagando su parte proporcional. Como la primera experiencia salió bien, surgió la idea de hacerlo comercialmente y las cosas empezaron a mejorar.

      En esa época, un tío mío construyó en Budapest un hotel pequeño de catorce habitaciones con todas las comodidades y viajó a Alemania para equiparlo con las últimas novedades. Llegó justo cuando se habían promulgado las leyes raciales [ver recuadro en p. 33]. Volvió muy alarmado e insistió en que nos fuéramos. Pero estábamos bien económicamente y mi familia no quería irse. Se pensaba que lo que pasaba en Alemania era absurdo, que sería pasajero, que la gente no permitiría al bufón de Hitler seguir con sus delirios. Mi tío, verdaderamente asustado por lo que había visto, fue menos optimista y decidió emigrar a la Argentina donde había estado unos años antes. En el 38, a mis once años, quisieron mandarme también a mí, pero no quise, preferí quedarme con los míos. Desde Budapest, veía a la Argentina, a Buenos Aires, como una tierra irreal por lo lejana.

      Iba a la escuela común porque no éramos judíos religiosos. Los profesores no nos discriminaban, ni siquiera cuando llegaron los alemanes. Con mis compañeros tampoco tuve problemas, aunque había tres chicos nazis que me decían que a mí no me odiaban porque no era el tipo de judío que ellos odiaban. Entonces tomábamos como naturales estas diferencias, eran habituales.

      Me gustaba natación, patinaje sobre hielo, el esquí, hacía todo tipo de deportes. En la escuela había gimnasia militar, pero para los judíos estaba prohibida. Nos separaban y también con el fútbol. Mientras los cristianos hacían actividades físicas, a nosotros nos mandaban a limpiar, entonces hacíamos la pantomima de hacerlo. Es curioso que en aquel momento no viviéramos este tipo de diferencias o humillaciones como tales. Nos resultaba divertido, incluso ese simulacro de estar limpiando, era como una burla que hacíamos nosotros, nos sentíamos más vivos que ellos.

      Judith Winograd (1927, LODZ, POLONIA)

      Mis padres eran primos segundos, emigrados de Rusia. Papá era perito mercantil, socialista del Bund y mamá, farmacéutica y comunista. A pesar de las posiciones políticas, se llevaban muy bien, era gente muy preparada, igual que mis abuelos. Éramos una familia de clase media, vivíamos en un departamento, no me faltaba nada, hasta teníamos radio. Mi infancia fue bastante triste debido a la muerte de un hermano que me llevaba tres años. Me acuerdo de mi mamá siempre de luto y de su preferencia por Lolek, mi otro hermano, seis años mayor que yo. Mi papá puso todo su amor en mí, con lo cual nos equilibrábamos. Lolek era un excelente alumno, lo mandaron a estudiar a Francia y fue preciso alquilar su habitación para pagar sus estudios. En casa siempre hubo tristeza. Cuando mi hermano se fue, mi mamá lo extrañaba tanto que yo no existía. En junio del 39, mi mamá insistió para que Lolek volviera a casa para las vacaciones. Son esas cosas que se hacen porque uno no puede adivinar el futuro. Vino y ya nunca pudo volver. Mientras vivió, mamá no se lo perdonó porque si se hubiera quedado en Francia podría haberse salvado. Cuando volvió tenía 18 años y yo doce. Recién en ese momento hubo una relación entre nosotros porque antes yo era muy chiquita.

      Yo iba a un colegio judío donde nos enseñaban historia judía en hebreo pero también todas las materias normales en polaco. No nos daban nada de religión. Era en general igual que los otros colegios, solo que yo iba los domingos y los sábados los tenía libres. Los sábados tomábamos clases particulares de francés con mi prima, que tenía mi edad, y después nos íbamos al cine. Veíamos todas las películas románticas de la época, también muchas de Shirley Temple. Había una muñeca como ella y todas la teníamos para jugar. Jugábamos en el patio de abajo, con chicas y varones, jugábamos a policías y ladrones, a pararnos en una línea sin movernos, cosas así. Mi mamá siempre me llamaba desde el balcón de la casa para que fuera a tomar el té.

      Otra cosa que hacía y me encantaba era irme a la colonia de veraneo con el colegio, íbamos con nuestras profesoras al sur de Polonia. Eran vacaciones inolvidables. A veces iba con mis padres a la montaña.

      No vivíamos en el barrio judío y no viví episodios de antisemitismo. Curiosamente casi todos los chicos del edificio eran judíos, pero asimilados como nosotros. El idioma que se hablaba en casa era polaco y mis padres hablaban en ruso para que yo no entendiera. No se hablaba idish, pero ellos sabían.

      Mi papá trabajaba mucho para mi colegio. Mamá dejó la farmacia cuando tuvo los chicos, aunque siempre lo lamentó. Teníamos una empleada, así que mi mamá no tenía que hacer mucho en casa; leía bastante, se encontraba con amigas. Yo salía con ella, me acuerdo que íbamos a comprar comida al mercado, le gustaba probar los quesos; ir a la pescadería, llevaba el pez vivo a casa y lo ponía en la bañadera. El baño y el pez en la bañadera eran todo un ritual. Resulta que nos bañábamos los viernes como se acostumbraba en Polonia. Pero hasta el viernes nadaba el pez en la bañera, después mi mamá lo mataba. Cuando sacaba el pez, limpiaban la bañera, se calentaba agua y se la volvía a llenar. En casa había una chimenea de ladrillos calentada a carbón. Mi papá ponía el acolchado sobre la chimenea para que se calentara mientras me bañaba y cuando salía del agua, mi mamá le avisaba y él me sacaba, me envolvía con el acolchado y me llevaba hasta la cama. Se me entibia el corazón cuando recuerdo esos momentos de amor. Me acuerdo ahora, no sé por qué, que en el baño había un bidet que era como un caballito que se doblaba. Nunca más vi un bidet de ese tipo.

      Judíos en Polonia

      En otoño de 1939 la población total de Polonia ascendía a unos 33 millones. El 10 por ciento, 3.300.000, era judío. La situación de los judíos polacos fue especialmente dura en el transcurso de la ocupación alemana. De acuerdo con la ideología racial nazi, los polacos –pertenecientes a lo que catalogaban como “raza eslava”– eran seres inferiores y estaban destinados en su plan a ser esclavos de los arios, la “raza superior”. Por lo tanto, debían hacerse cargo de muchos de los trabajos sucios, que originalmente estaban destinados a los infrahumanos, los judíos, que debían ser extirpados.

      En mayo de 1945, después de 68 meses de guerra, solo había logrado sobrevivir uno de cada diez judíos en Polonia.

      Cuando tenía doce años, todas las chicas sabían cómo nacían los bebés y sobre la menstruación. Me acuerdo que una vez, mientras mi mamá me estaba lavando la cabeza, le dije que ya sabía cómo nacían los bebés y sobre la menstruación, y ella me dijo que era una suerte que lo supiera. En su mesita de luz había un libro sobre relaciones sexuales y cuando ella no estaba en casa yo lo hojeaba, pero me sentía culpable.

      Otra cosa que hacíamos era irnos desde el cine a lo de mi abuela, ella siempre tenía juguetes, jugábamos con mis tíos. Mi tía era profesora en mi colegio. Todas mis tías eran maestras.

      Helena Schlatiner / Ania (1928, LWOW, POLONIA)

      Iba a un colegio del Estado pero para chicas judías, no había otro colegio en el que un judío pudiera seguir con sus estudios.

      Mi papá había sido oficial del Imperio


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