Franz Kafka: Obras completas. Franz Kafka

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Franz Kafka: Obras completas - Franz Kafka


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href="#ulink_8de9f7f0-c9c6-56fb-8eb7-dcfe3aa07f1e">De la construcción

       El Rechazo

       La Cuestión de Las Leyes

       El Reclutamiento

       Un fragmento

       Un golpe a la puerta del cortijo

       El vecino

       El híbrido

       Fragmentos para el informe para una academia

       Una confusión cotidiana

       La verdad sobre Sancho Panza

       El silencio de las sirenas

       Prometeo

       Aforismos

       De la muerte aparente

       Carta al padre

       De noche

       Poseidón

       Comunidad

       El escudo de la ciudad

       El timonel

       La prueba

       Buitres

       Una pequeña fábula

       El trompo

       La partida

       Investigaciones de un perro

       De las alegorías

       ¡Olvídalo!

       El matrimonio

       Regreso al hogar

       La construcción

       [El]

~LIBROS PUBLICADOS~

      Para M. B.

      7

      Muchas veces oía pasar los coches junto a la cerca del jardín, los veía a través de los intersticios apenas oscilantes del follaje. ¡Cómo crujía por el calor estival la madera de sus ruedas y varas! Del campo volvían los labradores, y se reían escandalosamente.

      Estaba sentado en nuestro pequeño columpio, descansando entre los árboles del jardín de mis padres.

      Al otro lado de la cerca el ruido no cesaba. Los pasos de niños correteando desaparecían en un instante; carros de cosechadores, con hombres y mujeres arriba y alrededor, oscurecían los canteros de flores; hacia el atardecer veía pasearse a un señor con un bastón, y a un par de muchachas que venían cogidas del brazo en dirección opuesta, y se hacían a un lado sobre el césped, saludándolo.

      Luego los pájaros salpicaban el espacio con su vuelo; yo los seguía con los ojos, los veía subir de un solo impulso, hasta que ya no me parecía que subieran, sino que yo caía; debía sostenerme de las sogas, y comenzaba a balancearme un poco, de debilidad; pronto me columpiaba con más fuerza, el aire refrescaba y en vez de pájaros en vuelo parecían temblorosas estrellas.

      Cenaba a la luz de una bujía. A menudo apoyaba los brazos en la madera, y ya cansado, comía mi pan con manteca. Las agujereadas cortinas se hinchaban bajo el viento caliente, y muchas veces alguien que pasaba por afuera las sujetaba con la mano, como si quisiera verme mejor y hablar conmigo. Generalmente la bujía se apagaba de golpe y seguían girando los insectos un rato en el humo oscuro de la vela. Si alguien me interrogaba desde la ventana, lo miraba como se mira una montaña o al vacío, y tampoco a él le importaba mucho que yo le respondiera. Pero si alguien saltaba sobre el alféizar de la ventana, y me anunciaba que los demás estaban ya frente a la casa, me levantaba lanzando un suspiro.

      —¿Y ahora por qué suspiras? ¿Qué ha ocurrido? ¿Alguna desgracia irremediable? ¿Nunca más podremos ser lo que éramos antes? Realmente, ¿está todo perdido ?

      Nada estaba perdido. Salíamos corriendo de la casa. —Gracias a Dios, por fin has llegado.

      —Siempre llegas tarde.

      —¿Sólo yo llego tarde?

      —Tú más que los otros; quédate en tu casa si no quieres venir con nosotros.

      —¡Sin cuartel!

      —¿Qué? ¿Sin cuartel? ¿Qué estás diciendo?

      Nos zambullíamos de cabeza en el atardecer. No existían ni el día ni la noche. Tan pronto se entrechocaban como dientes los botones de nuestros chalecos como corríamos regularmente espaciados, con fuego en la boca, como animales tropicales. Saltando hacia los aires y pisando fuerte, como los coraceros de las guerras antiguas, nos empujábamos mutuamente a lo largo de la corta callejuela, y con ese impulso todavía en las piernas seguíamos un trecho por el camino principal. Algunos se metían en las alcantarillas, y apenas habían desaparecido frente al oscuro terraplén, cuando ya se les veía como forasteros en el sendero superior, desde donde nos gritaban.

      —¡Bajad!

      —¡Primero subid vosotros!

      —Para que nos tiréis abajo; no, gracias, no somos tan tontos.

      —Tan cobardes, querréis decir. Venid en seguida, venid.

      —¿De veras? ¿Vosotros? ¿Nada menos que vosotros queréis tirarnos abajo? Me gustaría verlo.

      Hacíamos


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