Sigmund Freud: Obras Completas. Sigmund Freud

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la oportunidad adecuada para justificar detalladamente toda la sintomatología de la histeria, pero podemos dar por establecido que en lo esencial es de índole real y objetiva y que no es falseada por la sugestión emanada del observador. Esto no implica negar en modo alguno que el mecanismo de las manifestaciones histéricas sea psíquico, pero dicho mecanismo no es el de la sugestión por parte del médico.

      Con la demostración de que en la histeria intervienen fenómenos fisiológicos objetivos, ya no es necesario renunciar a la posibilidad de que el «gran» hipnotismo histérico presente manifestaciones que no obedecen a la sugestión por parte del observador. La demostración de su ocurrencia real ha de quedar librada a una futura investigación especialmente destinada a este fin. Por consiguiente, la escuela de la Salpêtrière deberá probar que las tres fases de la hipnosis histérica pueden ser inequívocamente demostradas, aun en un sujeto recién ingresado y manteniendo el investigador la mayor escrupulosidad en su conducta frente al mismo. No cabe duda de que tal demostración será accesible a corto plazo, pues ya ahora la descripción del grande hypnotisme contiene síntomas decididamente reacios a una concepción psicológica. Me refiero al aumento de la excitabilidad neuromuscular durante la fase letárgica. Quien haya tenido oportunidad de observar cómo durante la letargia una suave presión sobre un músculo -aunque sólo se trate de un músculo facial o de uno de los tres músculos externos del pabellón auricular, que nunca son contraídos en vida- precipita en contracción tónica todo el fascículo afectado por la compresión, o cómo la presión sobre un nervio superficial revela su distribución terminal: todo el que haya visto esto se verá forzado a admitir que dicho efecto debe ser atribuido a razones fisiológicas o a un entrenamiento deliberado, y no vacilará en excluir como causa posible toda sugestión no intencionada. La sugestión, en efecto, no puede producir nada que no se halle ya entre los contenidos de la consciencia o que no haya sido introducido en ella. Nuestra consciencia, empero, sólo conoce el resultado final de un movimiento, y nada sabe de la acción o la disposición de cada músculo interviniente, ni de la distribución anatómica de los nervios relacionados son aquéllos. En un trabajo que ha de aparecer en breve demostraré que la caracterización de las parálisis histéricas depende de este hecho y que ése es el motivo por el cual la histeria no presenta parálisis de músculos aislados, ni parálisis periféricas, ni parálisis faciales centrales. El doctor Bernheim no debía haber dejado de producir el fenómeno de la hyperexcitabilité neuromusculaire, omisión que constituye una sensible brecha de su argumentación en contra de las tres fases.

      Existen, pues, fenómenos fisiológicos, por lo menos en el gran hipnotismo histérico; pero en el pequeño hipnotismo normal, que, como Bernheim insiste con razón, es más importante para nuestra comprensión del problema, todas las manifestaciones obedecerían a la sugestión, se producirían por medios psíquicos. Aun el mismo sueño hipnótico sería una consecuencia de la sugestión, apareciendo merced a la sugestibilidad normal del ser humano, cuando Bernheim suscita la expectación del dormir. En otras ocasiones, sin embargo, el mecanismo del sueño hipnótico parecería ser distinto. Todo el que haya hipnotizado asiduamente se habrá encontrado con sujetos que sólo difícilmente pueden ser dormidos por medio de la palabra, mientras que responden con facilidad si se les hace fijar la vista durante cierto tiempo. Más aún: ¿quién no ha tenido la experiencia del paciente que cae en sueño hipnótico sin que se lo quiera hipnotizar y sin que poseyera evidentemente, la menor concepción previa de la hipnosis? Así, una enferma toma asiento para someterse a un examen oftalmológico o a una laringoscopia, no teniendo el médico ni la paciente la menor expectación del sueño hipnótico; no obstante, apenas cae sobre sus ojos el reflejo de la lámpara, aquélla se duerme y, quizá por vez primera en su vida, se encuentra hipnotizada. Es evidente que en tal caso cabe excluir la intervención de todo nexo psíquico consciente. Nuestro sueño natural, que Bernheim ha comparado tan acertadamente con la hipnosis, muestra análogas reacciones. Por lo general, nos provocamos el sueño por medio de la sugestión, mediante una preparación y expectación psíquica del mismo pero en ocasiones nos domina sin el menor esfuerzo por nuestra parte, como consecuencia del estado fisiológico de la fatiga. Cuando se mece a un niño para dormirlo o se hipnotiza a un animal manteniéndolo inmovilizado, tampoco sería lícito invocar una causación mental. Llegamos así al punto de vista que Preyer y Binswanger han adoptado en la Realenzyklopädie de Eulenburg: hay en el hipnotismo fenómenos psíquicos tanto como fisiológicos, y la hipnosis misma puede ser provocada de una o de otra manera. Hasta en la propia descripción que Bernheim ha dado de su hipnosis es inconfundible la intervención de un factor objetivo independiente de la sugestión. Si no fuera así, la hipnosis sería distinta, de acuerdo con la individualidad de cada experimentador, como lógicamente lo ha señalado Jendrássik; sería imposible comprender por qué el aumento de la sugestibilidad sigue siempre una secuencia regular, por qué la musculatura únicamente puede ser influida en el sentido de la catalepsia, y así sucesivamente.

      Debemos dar la razón a Bernheim, empero, en cuanto a que la división de los fenómenos hipnóticos en fisiológicos y psíquicos despierta en nosotros una impresión harto insatisfactoria y exige urgentemente un lazo de conexión entre ambas series. La hipnosis, sea producida de una o de otra manera, es siempre una y la misma y presenta idénticas manifestaciones. La sintomatología de la histeria insinúa en múltiples sentidos un mecanismo psicológico, aunque no es preciso que éste sea el de la sugestión. Finalmente, el problema de la sugestión es mucho menos dificultoso que el de las correlaciones fisiológicas, ya que su modo de acción es indudable y relativamente claro, mientras que nada sabemos acerca de las influencias mutuas de la excitabilidad nerviosa a las cuales deben reducirse los fenómenos fisiológicos. En las siguientes consideraciones espero poder exponer someramente el tan buscado nexo entre los fenómenos psíquicos y los fisiológicos del hipnotismo .

      En mi opinión, el empleo inconstante y ambiguo del término «sugestión» confiere a dicha antítesis una agudeza que no posee en realidad. Merece la pena analizar qué puede considerarse, legítimamente, como «sugestión». Es evidente que dicho término entraña alguna especie de influjo psíquico, y me inclino a opinar que la sugestión se distingue de las demás formas de influencia psíquica, como la orden, la comunicación o la instrucción, entre otras, porque en su caso se despierta en un cerebro ajeno una representación que no es examinada en cuanto a su origen, sino que es aceptada como si hubiese surgido espontáneamente en dicho cerebro. Un ejemplo clásico de tal sugestión lo tendríamos cuando el médico dice a un sujeto hipnotizado: «Su brazo debe quedar en la posición en que yo lo coloco», apareciendo a continuación el fenómeno de la catalepsia; o bien cuando el médico vuelve a levantar el brazo del sujeto cada vez que éste lo deja caer, hasta que aquél adivina que quiere verle levantado. En otras ocasiones, empero, hablamos de sugestión cuando el mecanismo de origen es evidentemente distinto. Así, por ejemplo, en muchos sujetos hipnotizados aparece la catalepsia sin la menor orden previa: el brazo levantado permanece así espontáneamente, o el sujeto hipnotizado conserva la posición en la cual fue dormido, a menos que se intervenga en sentido contrario. Bernheim también llama «sugestión» a este fenómeno, declarando que la posición se sugeriría a sí misma su propio mantenimiento; pero en este caso la parte desempeñada por el estímulo exterior es evidentemente menor, y la del estado fisiológico del sujeto mismo, que coarta todo impulso al cambio de posición, indudablemente mayor que en los casos anteriores. La diferencia entre una sugestión directa (psíquica) y una indirecta (fisiológica) quizá se advierta más claramente en el siguiente ejemplo. Si le digo a un sujeto hipnotizado: «Su brazo derecho está paralizado; no puede moverlo», estoy impartiendo una sugestión psíquica directa. En lugar de ello, Charcot aplica un leve golpe sobre el brazo del hipnotizado [y el sujeto queda incapacitado para moverlo] o le dice: «¡Mire esa cara tan horrible; golpéela!», y el sujeto la golpea, dejando caer luego el brazo, paralizado. (Leçons du Mardi a la Salêtrière, tomo I, 188-1888.) En estos dos casos, el estímulo exterior ha comenzado por producir en el brazo una sensación de agotamiento doloroso, la cual sugiere a su vez la parálisis, espontánea e independientemente de toda intervención del médico, si es que en estas condiciones puede hablarse aún de «sugestión». En otras palabras, no se trata, en estos casos, de sugestión, sino más bien de una estimulación a autosugestiones, las cuales, como fácilmente se advierte, entrañan un factor objetivo, independiente de la voluntad del médico, y revelan una conexión entre diversos estados de inervación


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