Sigmund Freud: Obras Completas. Sigmund Freud

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Sigmund Freud: Obras Completas - Sigmund Freud


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ha sido utilizado muchas veces para tales fines. La general susceptibilidad ante estos juegos con nuestro nombre, al que nos sentimos tan unidos como a nuestra piel, fue ya observada por Goethe cuando Herder hizo sobre el suyo los versos:

      Tú que desciendes de los dioses (Götter), de los godos (Goten) o del fango (Kot),

      También sois polvo, imágenes de los dioses.

      Advierto ahora que la disgresión sobre el uso vicioso de los nombres propios no ha sido sino una preparación de esta queja. Pero dejemos ya esto.

      Las compras efectuadas en Spalato me recuerdan otras realizadas en Cattaro, en las que me mostré demasiado económico y perdí la ocasión de adquirir algunos bellos objetos. (Véase la anécdota del ama.) Una de las ideas latentes que el hambre inspira al sueño es la siguiente: No debemos dejar escapar nada, sino tomar aquello que a nuestro alcance hallemos, aunque al obrar así cometamos una pequeña falta. No debemos desperdiciar ocasión alguna, pues la vida es corta y la muerte inevitable. Mas por entrañar un sentido sexual y no querer detenerse ante las barreras éticas, tropieza este carpe diem con la censura y tiene que ocultarse detrás de un sueño. A este resultado coadyuvan todas las ideas a él contrarias, el recuerdo de la épocas en que el alimento espiritual me era suficiente y, por último, todas las conveniencias opuestas y hasta la amenaza de los más variables castigos sexuales.

      V. La comunicación de otro sueño precisa de una amplia información preliminar. El día inmediatamente anterior fui en coche a la estación del Oeste con objeto de tomar el tren que había de conducirme a Ausse, donde pensaba pasar las vacaciones, y penetré en el andén con los viajeros del tren de Ischl, que salía antes que el mío. Momentos después llegó el conde de Thun, que iba a reunirse en Ischl con el emperador. A pesar de la lluvia, venía en coche abierto. El portero del andén no le reconoció y quiso detenerle para pedirle el billete, pero el conde rechazó con un ademán y pasó sin darle explicación alguna. Después de la partida del tren de Ischl hubiera debido retornar a la sala de espera, pues no está permitida la permanencia en los andenes entre tren y tren, pero queriendo evitarme el calor que en dicha sala reinaba, decidí infringir tal disposición, y conseguí, no sin algún trabajo, que me dejaran donde estaba. Como pasatiempo, me dediqué a espiar si llegaba alguien hasta el tren para hacerse reservar el sitio, proponiéndome, si así sucedía, exigir que se me concediese igual derecho. Mientras tanto, estuve tarareando una musiquilla que reconocí -a otro le hubiese quizá sido imposible- como el aria de Las bodas de Fígaro:

      «Si el señor conde quiere bailar…, quiere bailar…, dígnese indicámelo y yo tocaré.»

      Durante toda la tarde me había sentido de excelente humor, emprendedor y provocativo, y había hecho blanco de mis bromas al camarero y al cochero, supongo que sin llegar a ofenderlos. En armonía con las palabras de Fígaro y con mi recuerdo de la comedia de Beaumarchais, que había visto representar en la Comédie Française, barajaba los más atrevidos y revolucionarios pensamientos: la frase sobre los grandes señores que no se han tomado sino el trabajo de nacer, el derecho feudal que Almaviva quiere ejercitar sobre Susana, y los chistes que nuestros malignos periodistas de oposición se permitan hacer con el nombre del conde Thun (Thun-hacer), llamándole el conde de Nichts-thun (de «no hacer nada»). Verdaderamente, no envidio ahora a este político. Junto al emperador le esperan arduos trabajos y preocupaciones, mientras que a mí podría dárseme con toda razón el nombre de conde de «no hacer nada», pues voy a gozar de mis vacaciones y saboreo por anticipado todos los placeres que han de proporcionarme.

      En estos pensamientos me sorprendió la llegada de un individuo al que conozco como representante del Gobierno en los exámenes de Medicina y que por la cómoda manera que tiene de desempeñar este cargo -durmiéndose en un sillón de tribunal examinador- ha merecido el halagüeño sobrenombre de Regierungsbeischläfer, Regierungsvertreter (representante del Gobierno); («Beischläfer», el que duerme con alguien, el amante). «Regierung» (Gobierno) es, en alemán, femenino; el sobrenombre «Regierungsbeischläfer» alude, pues, a la especial actividad desplegada por el citado funcionario en el ejercicio de su cargo, y al mismo tiempo significa, literalmente, «el que duerme en el Gobierno». Por su carácter oficial no paga este individuo sino medio billete, y oí que un empleado decía a otro: «¿Dónde colocamos a este señor, que tiene un medio billete de primera?» Yo no gozo de tal prerrogativa, y tengo que pagar billete entero. Al señalarme luego mi sitio en el tren, lo hicieron en un vagón que, no teniendo pasillo, carecía de retrete. Todas mis protestas fueron vanas, y hube de consolarme proponiendo al empleado que, por lo menos, hiciera un agujero en el suelo del coche para prevenir posibles necesidades de los viajeros. A las dos y cuarto de la mañana desperté, en efecto, sintiendo necesidad de orinar y habiendo tenido el siguiente sueño:

      «Una multitud -reunión de estudiantes-. Un conde (el de Thun o el de Taaffe) pronuncia un discurso. Invitado a decir algo sobre los alemanes, declara con gesto de burla que la flor preferida de los mismos es el diente de león (Huflattich) y se pone luego en el ojal algo como una hoja toda arrugada, o más bien como los nervios de una hoja enrollados unos con otros. Me levanto indignado; así, pues, me levanto indignado, pero al mismo tiempo me asombra sentir tal indignación.» Luego, más vagamente, continúa el sueño: «Como si fuera un aula cuyas entradas estuviesen tomadas y hubiese que huir. Atravieso una serie de habitaciones muy bien alhajadas -seguramente habitaciones del Gobierno-, con muebles de color castaño y violeta, y llego por fin a un pasillo en el que veo sentada a una mujer ya entrada en años y muy gruesa, un ama de llaves. Intento pasar sin hablarle, pero ella debe de reconocer que tengo derecho a salir por allí, pues me pregunta si quiero que me acompañe con una luz. Le indico o le digo que permanezca en la escalera y me felicito de la habilidad con que he logrado escapar a toda vigilancia. Una vez abajo de la habilidad con que he logrado escapar a toda vigilancia. Una vez abajo encuentro ante mí un angosto sendero de empinada cuesta, por el que echo a andar.»

      De nuevo vagamente: «…Como si ahora se tratase de escapar de la ciudad, de igual manera que antes de la casa. Tomo un coche de caballo y digo al cochero que me lleve a una estación. Luego, contestando a no sé qué objeción que el cochero me opone, como si hubiese ya retenido sus servicios mucho tiempo y se hallase fatigado, añado: ‘Por la vía no puedo ir con usted’. Al decir esto me parece como si hubiera recorrido ya con el coche una distancia que se acostumbra recorrer en ferrocarril. Las estaciones están tomadas. Reflexiono si debo dirigirme a Krems o a Znaim, pero pienso que estará allí la Corte y me decido por Graz u otra ciudad de nombre semejante. Luego estoy ya en el vagón, muy parecido a un tranvía, y llevo en el ojal una cosa larga, singularmente tejida con violetas de un color entre violeta y castaño, hecha de una materia rígida. El singular adorno llama la atención de la gente.» Aquí se interrumpe esta escena.

      «De nuevo en la estación, pero acompañado esta vez por un individuo de avanzada edad. Discurro un plan para no ser reconocido y lo veo en el acto realizado. Pensamiento y acción son aquí simultáneos. Mi acompañante finge que no ve por lo menos de un ojo, y yo mantengo ante él un orinal de cristal (que hemos comprado o tenemos que comprar en la ciudad). Este orinal es de forma análoga a la de aquellos que se usan en los hospitales para los enfermos masculinos. Soy, pues, el enfermero de mi acompañante y tengo que darle el orinal, porque está ciego. Si el revisor nos ve así habrá de dejarnos escapar sin la menor sospecha. Veo plásticamente la actitud de mi acompañante y su miembro orinado. En este momento despierto con ganas de orinar.»

      Todo este sueño da, en conjunto, la impresión de una fantasía, que traslada al durmiente al año revolucionario de 1848, evocado en mi pensamiento por la reciente celebración de su cincuentenario (1898) y por una excursión a Wachau durante la cual estuve en Emmersdorf, localidad que creí erróneamente había constituido el retiro de Fischhof, el leader de los estudiantes al que aluden algunos detalles del contenido manifiesto. La asociación de pensamientos me conduce luego a Inglaterra, a casa de mi hermano, el cual solía embromar a su mujer llamándola Fifty years ago, título de una poesía de lord Tennyson, acostumbrando a sus hijos a rectificarle diciendo: Fiftteen years ago. Pero esta fantasía, enlazada a los pensamientos que mi encuentro con el conde de Thun me había sugerido, es como una de aquellas fachadas de ciertas iglesias italianas, que carecen de toda conexión orgánica con el edificio a que han sido antepuestas. En cambio,


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