Sigmund Freud: Obras Completas. Sigmund Freud

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Sigmund Freud: Obras Completas - Sigmund Freud


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de como sucedió en la historia real recordada, a «levantar a la mujer caída»). Queda aún por explicar el detalle de arrojar la cesta dentro del coche, y precisamente a través de la ventanilla. Este hecho le recuerda la facturación de los equipajes en las estaciones, el galanteo por la ventana en su residencia campestre y triviales impresiones de su estancia en dicha residencia, tales como la de haber visto a un caballero que desde el jardín iba arrojando ciruelas al interior de la casa, haciéndolas penetrar por una ventana a la que se hallaba asomada una señora, y la del miedo de su hermanita al ver asomarse a la ventana de su cuarto a un aldeano bobo. Por último, emerge detrás de estos recuerdos la oscura reminiscencia de una doncella que tenían en la finca y que solía «perderse» por el campo con un criado. La sujeto tenía por entonces diez años, y es muy posible que advirtiese alguna vez los manejos de aquellos enamorados, los cuales fueron despedidos («facturados», «echados fuera», circunstancia que el sueño representa antinómicamente por la cesta «echada dentro del coche»). A esta historia nos aproximan asimismo, en el análisis, otros caminos. Para designar el equipaje de un criado se usa en Viena la expresión despectiva «las siete ciruelas» (sieben Zwetschken): «¡Coja usted sus siete ciruelas y márchese!»

      En mi colección de sueños existe un gran número de éstos, cuyo análisis nos conduce a impresiones infantiles oscuramente recordables u olvidadas por completo, pertenecientes, con gran frecuencia, a los tres primeros años de la vida del sujeto. Sin embargo, sería aventurado deducir de ellos conclusiones sobre la vida onírica en general, pues se trata de sueños de sujetos neuróticos -histéricos especialmente-, y el papel que en ellos desempeñan las escenas infantiles pudiera muy bien depender de la naturaleza de la neurosis y no de la escena del fenómeno onírico. De todos modos, resulta que también en el análisis de mis propios sueños, independiente de todo motivo terapéutico, tropiezo con igual frecuencia, en el contenido latente, con una escena de mi niñez, o descubro que toda una serie de sueños desemboca en los caminos que parten de un suceso infantil. Ya he detallado varios ejemplos de este género y aún habrán de presentárseme diversas ocasiones de comunicar algunos más. Por lo pronto, creo que la mejor manera de terminar el examen de la cuestión que venimos estudiando será exponer algunos sueños propios en los que aparecen conjuntamente, como fuentes oníricas, motivos recientes y sucesos infantiles olvidados hace ya mucho tiempo.

      En una ocasión en que al regresar de un viaje hube de acostarme, fatigado y hambriento, actuaron durante mi reposo las grandes necesidades de la vida, y tuve el siguiente sueño: «Entro en una cocina en demanda de un plato de Mehlspeise, plato hecho con harina, leche y huevos; literalmente, ‘manjar de harina’. En la cocina encuentro tres mujeres. Una de ellas, que es la dueña de la casa, da vueltas a algo entre sus manos, como si estuviese haciendo albóndigas, y me responde que tengo que esperar hasta que acabe. Me impaciento y me marcho, ofendido. Me pongo un gabán, pero el primero que cojo me está demasiado largo. Al quitármelo, observo con sorpresa que está forrado de piel. Otro que cojo después tiene un largo bordado de dibujo turco. En esto viene un desconocido, de alargado rostro y perilla corta, y me impide ponerme el gabán, alegando que es el suyo. Le muestro entonces que está bordado a la turca. Pero él me pregunta: ‘¿Qué le importan a usted los (bordados, dibujos) turcos…?’ No obstante, permanecemos juntos en buena armonía.»

      En el análisis de este sueño recuerdo inesperadamente la primera novela que leí -tendría yo unos trece años-, empezándola por el final del primer tomo. Nunca he sabido cómo se titulaba ni quién era su autor, pero, en cambio, conservo un vivo recuerdo de su desenlace. El protagonista pierde la razón y repite incansablemente los nombres de las tres mujeres que han significado la mayor felicidad y la más amarga desgracia de su vida. Pelagia es uno de estos nombres. No sé aún para qué podrá serme útil en el análisis este recuerdo. A las tres mujeres de mi sueño se asocian ahora las tres Parcas que tejen los destinos de los hombres, y sé que una de las tres mujeres -en el sueño, la dueña de la casa-es la madre, que da la vida al hombre, y con ella, como a mi en este ejemplo, el primer alimento. En el seno femenino coinciden el hambre y el amor. Una anécdota cuenta que un joven, gran admirador de la belleza femenina, exclamó al oír ponderar la arrogancia de la nodriza que le había amamantado: «¡Lástima no haber podido aprovechar mejor la ocasión!» De esta anécdota me suelo servir para explicar el factor «posterioridad» en el mecanismo de las neurosis. Una de las Parcas mueve las manos una contra otra, como si estuviese haciendo albóndigas, ocupación singular para una Parca y que precisa de urgente esclarecimiento. Afortunadamente, nos lo proporciona en seguida otro recuerdo infantil aún más temprano. Teniendo yo seis años, mi madre, que procuraba ir dándome las primeras lecciones de cosas, me dijo que estábamos hechos de tierra y que por ello, a la tierra habíamos de volver; cosa que me resistí a aceptar, manifestando mi incredulidad. Entonces, para convencerme, frotó mi madre las palmas de sus manos una contra otra, con movimiento idéntico al de quien hace albóndigas, y me mostró las negras escamas que de este modo quedan arrancadas de la epidermis como prueba de la tierra de que estamos hechos. Asombrado ante esta demostración ad oculos, me rendí a la enseñanza contenida en las palabras de mi madre, enseñanza que después había de hallar expresada en la frase de que «todos somos deudores de una muerte a la Naturaleza». Así, pues, son verdaderamente las Parcas aquellas mujeres que encuentro al penetrar en la cocina en busca de alimento, como acostumbraba hacerlo de niño, cuando sentía apetito y me aconsejaba mi madre que esperase hasta que acabara ella de preparar la comida.

      Albóndigas. De por lo menos uno de los profesores a cuya clase asistí en la Universidad, precisamente aquel al que debo mis conocimientos histológicos (epidermis), tenía que recordar ante la palabra «albóndigas» (Knödl) a una persona poco grata para él, como autora de un plagio de sus obras. Cometer un plagio, apropiarnos algo que hallamos a nuestro alcance, aunque no nos pertenezca, son temas que conducen a la segunda parte del sueño, en la que se me tomó por el ladrón de gabanes que durante una temporada realizó numerosísimos hurtos de este género en los sitios de reunión pública. En el curso del análisis se me ha venido a la pluma espontáneamente la palabra plagio, y observo ahora que debe pertenecer también al contenido latente, pues puede servir de puente (Brücke) entre los diversos fragmentos del contenido manifiesto.

      La cadena de asociaciones. Pelagia (plagio) plagiostomas (tiburones) -vejiga de pescado- enlaza la vieja novela con el asunto Knödl y con los gabanes, que aluden indudablemente a un determinado utensilio de la técnica sexual. (Cf. el sueño de Maury «Kilotería».) Ciertamente, es este enlace harto forzado e insensato, pero no me hubiese sido posible establecerlo ahora, en la vigilia, si la elaboración onírica no lo hubiese establecido ya con anterioridad. Y aún más: la palabra Brücke (puente), surgida antes en el análisis y correspondiente, además, a un apellido que evoca en mí cariñosos sentimientos , sirve, como si para la tendencia a constituir relaciones no hubiese nada sagrado, para recordarme el Instituto del mismo nombre en el que pasé horas felicísimas, consagrado al estudio y libre de todo otro deseo («Cada día hallaréis un mayor placer en los pechos de la Sabiduría»), al paso que ahora, mientras sueño, me hallo plagado por las más urgentes necesidades.

      Por último emerge el recuerdo de otro querido profesor, cuyo nombre (Fleischl) evoca de nuevo algo comestible (Fleisch-carne), como antes Knödl (Knödl-albóndigas), y además el de una triste escena en la que desempeñan un papel las escamas epidérmicas (la madre, dueña de la casa), la demencia (la novela) y un producto que quita el apetito: la cocaína.

      De este modo podía proseguir por las laberínticas rutas mentales y esclarecer el fragmento de mi sueño, al que aún no hemos llegado en el análisis; pero los sacrificios personales que ello exigiría son tan grandes que me veo obligado a silenciar el resto de mi labor de interpretación. Recogeré, pues, tan sólo uno de los hilos susceptibles de conducirnos directamente a una de las ideas latentes sobre las que reposa toda la embrollada madeja de este sueño. El desconocido que me impide ponerme el gabán muestra rasgos fisonómicos muy semejantes a los de un comerciante de Spalato en cuya tienda compró mi mujer gran cantidad de telas turcas. Este comerciante se llamaba Popovic, nombre sospechoso (Popo-trasero), que ya inspiró al humorista Stettenheim una divertida observación. «Después de decirme su nombre, me estrechó la mano, ruborizándose.» Este aprovechamiento de nombre propio para un chiste es idéntico a los que mi sueño se permite con los de Palagia, Knödl, Brücke y Fleischl.


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