Reflexiones de otoño. Ramón Sierra Córcoles

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Reflexiones de otoño - Ramón Sierra Córcoles


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href="#uf7f52318-669b-5f8b-a6ec-b1034d0827e3">ESPÍRITU REINA SOFÍA

      PRÓLOGO

      No fue fácil dar el primer paso para sumergirme en el mundo de la comunicación, aunque sea un apasionado de la “tertulia” a la que siempre consideré insuficiente dado que su radio de acción solo llega a lugares no demasiado lejanos. Esta reflexión me llevó a rasgar la piel con la intención de observar en profundidad la causa que me impedía ser más arriesgado con la conclusión de que esa búsqueda me aproximaba a los indicadores del miedo, al qué dirán, a opiniones enfrentadas a otros que desencadenarían luchas internas con las mías, o a la desidia que se podría haber instalado en mí y no me dejaba ánimo para la lucha. Entre todas ellas, contemplé una que me permitió valorar con mayor serenidad el problema que me atenazaba. El torneo de elocuencia de la tertulia, ahora me parecía una lucha menor al estar impregnada por la adrenalina que baña la discusión; a su lado, la escritura aporta, como he dicho con anterioridad, la serenidad que confiere una especial dulzura, sosiego y tiempo suficiente para ordenar y trasmitir opiniones y pensamientos. Son muchas las diferencias que se contemplan en el análisis de las situaciones y que dependerán de si son habladas o escritas. Lo escrito adquiere el día “n” de la eternidad.

      Ambas son necesarias y constituyen un compromiso moral para los participantes en cualquier foro.

      En cierta ocasión con la relectura de la inolvidable obra de Mika Waltari, Sinuhé, el egipcio, valoré como muy positivo un renglón no escrito pero que se adivinaba entre líneas. Al principio de la obra, Mika, pone en boca de su personaje, mientras este escribe su vida, algo digno para recapacitar: “Yo, Sinuhé, hijo de Senmut y Kipa, no escribo... ni para los dioses, ni para los faraones, ni para nadie. Escribí solo para mí”.

      Sinuhé tenía deseos de rememorar su pasado, su vida e historia y dejar plasmada su decisión para ser disfrutada o llorada solo por él y no dejar en el olvido ni un solo pasaje de su dolor.

      ¡Ahí!, En ese momento pude darme cuenta, o intuí, lo injusto que era con aquel mundo donde vivió y del que había extraído todo el conocimiento acumulado y que constituía su bagaje cultural. No compartirlo podría significar un defectuoso comportamiento y una deuda no saldada con las generaciones que viniesen detrás de él, años, épocas o siglos posteriores y a quienes su experiencia no podría serles de utilidad.

      ¿Pero cuál era la causa de su, tal vez, egoísmo? ¿Miedo? ¿Decepción? ¿Abandono de sí mismo por la pérdida de la ilusión de vivir o de ser? ¿Se había convertido en lo que podríamos llamar un juguete roto?

      Desde ese mismo instante, comencé un nuevo diálogo con él y mientras le contaba mi opinión sobre su actitud, sobre el deber de transmitir, enseñar, mostrar el camino de la derrota y el triunfo, y mientras me dirigía a él como si hablara en soledad, en un intento de encontrar mi propio camino por el que discurrir. Él sonreía con cierto rictus misterioso que lo decía todo y no decía nada, la de un ser que lo ha vivido todo, lo ha experimentado todo y solo rezuma amargura después de su fracaso. Y después de muchas jornadas comenzó a contarme, en primera persona, su vida, su dolor, sus inquietudes; entonces comencé a comprender, agudicé la vista para ver mejor el camino, me adentré por él mientras algo o alguien me susurraba al oído y me indicaba algo nuevo que me pedía la vida como pago a los bienes recibidos.

      Durante bastante tiempo hice innumerables viajes a mi interior en la búsqueda de esas legendarias minas de Salomón que todos tenemos en nuestro interior con la intención de encontrar respuestas a mis dudas y, aceradas o no, creí encontrar la mía. Es necesario compartir con los demás aquellos dones que la naturaleza, no solicita con todos, le dio a cada uno. Es un deber que tienes con ella, una deuda de honor que es necesario pagar y la forma más honesta es compartir lo que te fue dado en demasía, por razones que incluso no alcanzas a comprender, con aquellos que j tuvieron tu suerte, en un intento desesperado de ayudar y fortalecer el eslabón evolutivo, tu propio eslabón que te unirá al que viene detrás tuyo. Ahí puede estar tu propia fuerza, la que eres capaz de transmitir y así tener cierta constancia de tu paso por estos parajes y de tu utilidad.

      Pero como nada es gratis, en el otro platillo de la balanza debes contrapesar el precio obligatorio que es necesario pagar por abrir tu alma que a partir de ese instante, de la confesión que significa hacer público tu pensamiento, te deja desnudo, sin defensa y expuesto a la ira de tus enemigos.

      ¿Vale la pena?

      A pesar de todo, considero que vale la pena intentarlo. Conseguirlo, excede los límites de la imaginación. No se debe mirar el fiel de la balanza para valorar si todo el esfuerzo terminó en pérdida o ganancia, porque hay cosas que se deben hacer solo porque se deben hacer y ahí podría estar la grandeza que haría insuperable al hombre.

      La lucha podrá ser o no ser un hecho tétrico pero no se te pide que valores el resultado, solo que luches sin mirar atrás, porque la victoria será solo el luchar al margen de las conclusiones finales.

      Con el paso del tiempo queda a tu lado un legajo de papeles que contienen opiniones que en su día hiciste públicas y ahora al releerlas, con la pérdida de actualidad, carecerán de valor, pero antes... fueron, enseñaron y abrieron caminos a otros que venían detrás. Ahora piensas que por lo menos merecen que se les dé un valor por si alguna vez, dado que la historia gira continuamente y se repite sin cesar, alguien podría desempolvar estos escritos. Por esta causa decidí dar forma de libro y tener reunidas las opiniones que determinados sucesos de mi tiempo podrían haber despertado en mi imaginación.

      Ser autodidacta no es el mejor sistema de aprendizaje, pero en mi caso, como en el de otros muchos, no hemos tenido la opción de asistir a escuelas profesionales donde aprender el oficio de escritor; así pues, hemos evolucionado lentamente y, tras cometer innumerables errores en nuestra manera de escribir, poco a poco, hemos aprendido algo, quizás muy poco, pero por encima de todo rogaría que se valoren nuestras intenciones antes que las formas.

      En un principio pensé revisar todos los artículos que forman este libro, pero después, no sin miedo, he decidido sacarlos a la luz de la misma forma en que fueron escritos, entre otras razones, para que me ayude a conocer mi propia progresión. Es la manera que tengo de valorar por mí mismo, mi evolución.

      Os expreso mis más sinceras gracias a la vez que ruego vuestra benevolencia.

      El autor.

      INTRODUCCIÓN

      Por dónde empezar cuando son tantos los posibles comienzos por los que se puede iniciar el acercamiento al presente libro. Son muchos los temas, muchas las cuestiones que plantea el autor, pero a la vez todo pertenece a un mismo discurso, a una misma cuestión, a un mismo tema. Sencilla y compleja se presenta esta obra que no deja de ser sino un perfecto reflejo del individuo mismo y de la sociedad en la que vive, que es precisamente así, sencilla y compleja.

      Quizás un posible comienzo sería hacer directa alusión a su título, que es una llamada directa a lo que se nos reserva en su interior.

      Reflexiones de Otoño, reflexiones de la que quizás es la estación más sabia, con más experiencia y con más facultades. Es la estación que nos aporta una mejor visión porque cuenta con un extenso recorrido. Es la estación que desde su diversidad de tonos ya maduros y tranquilos nos invita a observar y, precisamente, a eso, a reflexionar. Ese otoño es, además, reflejo de su autor, Ramón Sierra, un reconocido médico con una extensa y exitosa carrera a sus espaldas. Sobre este médico y también escritor, aunque él respetuosamente no quiera definirse como tal, no es necesario, así lo definimos quienes tenemos la suerte de conocerlo, volveremos más adelante.

      Este otoño inicia su discurso desde uno de los debates inherentes al propio individuo, compartir o no compartir las propias reflexiones. Y lo hace de la mano del famoso personaje de Mika Waltari, Sinuhé. Afortunadamente para nosotros, el autor ha optado por discrepar de Sinuhé y compartir su recorrido.

      A partir de aquí, la obra comienza a ser una sucesión de cuestiones que va adquiriendo


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