GB84. David Peace

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GB84 - David  Peace


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Mecánico abre la puerta.

      —Por aquí —contesta.

      Atraviesan el terreno agreste hacia la pista de aviación. La vieja torre de control.

      Joyce forma una bocina con las manos y se la lleva a la boca.

      —¡Vince! —grita—. ¡Soy yo, Joyce!

      Siguen andando.

      —¡Vince! —grita otra vez—. Solo queremos hablar. Nada más. Vamos…

      Los perros ladran. El Mecánico y Joyce dejan de andar…

      Vince Taylor baja por la escalera de la torre de control. Les apunta con una escopeta de dos cañones…

      —Vince —dice el Mecánico—. Eso no es necesario.

      Vince se dirige a ellos.

      —Cállate —ordena—. De rodillas. Los dos.

      Se arrodillan en el suelo…

      Está húmedo. Está frío.

      Vince les apunta al pecho con la escopeta.

      —Las manos encima de la cabeza —dice.

      Colocan las manos encima de sus cabezas…

      Llueve y los perros ladran.

      Vince se pone el cañón de la escopeta debajo de la barbilla. Aprieta el gatillo.

      Hay barricadas en los accesos de Sheffield. Hay controles en las calles del centro de la ciudad de Sheffield. Hay guardias de seguridad privados en las puertas del hotel. Hay mineros corpulentos para proteger y servir a sus grandes líderes en el comedor del hotel Royal Victoria. Ponen las manos al Judío en el pecho y le preguntan a qué se dedica. El Judío ríe y les dice que se dedica a los negocios. Está allí porque quiere hacer negocios…

      El Judío lleva su cazadora de aviador de cuero.

      Neil Fontaine les pide que quiten las manos de encima al Judío y se hagan a un lado. Los mineros corpulentos quitan las manos de encima al Judío y se hacen a un lado. El Judío les da las gracias. El Judío va de mesa en mesa presentándose a los grandes líderes de Durham, Northumberland y Cumberland, de las Midlands, Lancashire y Derbyshire. Insta a esos hombres moderados, esos hombres débiles y cobardes, a convertirse en hombres extremos, a ser hoy hombres fuertes y valientes…

      Jueves 12 de abril de 1984…

      Hoy más que nunca.

      Los grandes líderes de las Midlands, Lancashire y Derbyshire fuman un cigarrillo detrás de otro; los grandes líderes de Durham, Northumberland y Cumberland beben una taza de té detrás de otra. A continuación esos hombres moderados, esos hombres débiles y cobardes, se excusan y dejan al Judío sentado solo entre las mesas de desayuno con los ceniceros llenos y las tazas vacías…

      El Judío lleva su cazadora de aviador de cuero. El Judío tiene ahora ganas de guerra.

      El Judío se retira a la sala de guerra temporal de su suite…

      Se pasea por la alfombra. Posa. Da órdenes a gritos…

      Que se abran las ventanas. Que entre el sol. Que se hinchen las cortinas.

      Neil Fontaine abre las ventanas al sol, el viento y el mundo exterior:

      Tres mil mineros en huelga que rodean su oficina nacional. Dos mil policías que ven cómo llueven fruta y latas sobre los líderes de Nottinghamshire.

      Neil Fontaine llama al servicio de habitaciones. El Judío quiere vino con la comida…

      El presidente anula la petición de una votación a escala nacional de la derecha.

      Neil Fontaine vuelve a llamar al servicio de habitaciones. El Judío quiere otra botella de vino…

      Su ejecutivo nacional propone reducir el cincuenta y cinco por ciento de la mayoría exigida para que haya huelga a una mayoría simple y convocar un congreso de delegados especiales.

      El Judío bebe una botella detrás de otra. El Judío se tumba en la cama de matrimonio…

      Su presidente se asoma a una ventana con un megáfono para decirle a la multitud de abajo:

      —Podemos ganar mientras mostremos la determinación que mostramos en 1972 y 1974.

      Las cortinas caen. El sol entra. Las ventanas del hotel se cierran…

      —Calma. Calma. Calma —corea la multitud en las oscuras calles de Sheffield.

      El Judío se tapa la cabeza con unas almohadas. El Judío tiembla. El Judío solloza.

      Neil Fontaine recoge otra botella vacía. Endereza otra mesa volcada.

      El Judío se levanta. El Judío se tambalea de un lado a otro entre los restos de su suite de hotel. Jadea. Está borracho. Está mórbido…

      —Estas son las horas más terribles, Neil. Las horas más terribles de su vergonzosa guerra…

      »Él tiene un ejército, Neil. Su Guardia Roja. Las Tropas de Asalto del Socialismo…

      »Pero ¿dónde están nuestros soldados, Neil? Los soldados que combatirán con nosotros en esta guerra, que ganarán esta guerra para ella…

      »Ella ha confiado mucho en mí, Neil. Muchísimo…

      »Y yo le he fallado, Neil. Le he fallado terriblemente…

      »Ella espera mucho, Neil. Muchísimo…

      »Y yo debo estar a la altura, Neil. Debo estar a la altura dándole la victoria…

      »La victoria, Neil. La victoria…

      »Le prometí la victoria, Neil. Nada menos que la victoria…

      El Judío cae hacia atrás sobre su cama. Solloza. Está borracho. Está moribundo.

      Neil Fontaine recoge la ropa de cama del Judío de la alfombra. Corre las cortinas. Tapa al Judío con una manta. Lo arropa…

      —Calma. Calma. Calma…

      Le desea dulces sueños. Le da un beso de buenas noches.

      Ella sigue gritando. Sigue temblando. Sigue intentando quitarse la sangre de la ropa. Del pelo. La cara. Los perros se están volviendo locos en la parte trasera…

      Están en la A49 a las afueras de Ludlow. Más adelante hay un restaurante de carretera Little Chef…

      El Mecánico entra en el aparcamiento. Apaga el motor. La agarra…

      Joyce lo mira fijamente.

      El Mecánico la sujeta por los hombros.

      —¿Tienes familia? —pregunta.

      Ella se muerde los labios.

      El Mecánico le aprieta la mano.

      —¿Tienes familia, Joyce?

      Ella lo mira.

      —¿Quién? —dice el Mecánico.

      —Mi hijo —contesta ella.

      —¿Cuántos años tiene?

      —Nueve.

      —¿Dónde está ahora? —pregunta el Mecánico.

      —En el colegio.

      —¿Dónde está el colegio?

      —En Worcester —responde ella.

      El Mecánico mira el reloj del salpicadero.

      —¿A qué hora terminan las clases? —inquiere.

      —A las cuatro menos cuarto —dice ella.

      —¿Quién lo recoge?

      —Su padre o yo.

      —¿Su padre? —pregunta el Mecánico—.


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