GB84. David Peace

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GB84 - David  Peace


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cómo huyen de la lluvia y corren a cobijarse en su coche.

      Joyce se aprieta las manos entre las piernas.

      —¿Qué voy a hacer? —dice.

      —Ve a recoger tu coche —responde el Mecánico—. La policía te estará esperando.

      —¿Ya lo habrán encontrado?

      —No —repone él—. Pero prendí fuego a la oficina cuando nos fuimos.

      Ella rompe a llorar. Empieza a temblar otra vez.

      —Piensa en tu hijo —le dice él—. Piensa en él y lo superarás.

      Ella se enjuga las lágrimas con la mano. Asiente con la cabeza.

      —¿Qué les diré? —pregunta.

      —Que no has visto a Vince desde la semana pasada. Ha estado deprimido por su matrimonio. Esta mañana has ido a la oficina, y Vince no estaba. Lo has buscado, pero no había rastro de él. Has vuelto a la oficina. Fuego.

      Ella rompe a llorar otra vez.

      —Estoy manchada de sangre —protesta—. No me creerán. Pensarán que yo prendí fuego a la oficina. Pensarán que yo lo maté.

      —No tienes sangre, cielo —dice el Mecánico—. No tienes sangre.

      Un día ganaron. Al día siguiente perdieron…

      El juez dijo que el presidente no había obrado en interés de los trescientos cincuenta mil beneficiarios del fondo de pensiones. El juez dictaminó que el presidente había incumplido su deber legal. El juez ordenó al presidente que levantara el embargo sobre las inversiones en el extranjero. El juez amenazó con despedir al presidente del comité directivo del fondo si no obedecía sus órdenes.

      Terry Winters paró un taxi delante del Tribunal Supremo. Subieron cinco apretujándose. El presidente iba en medio del asiento trasero. Encendido. Furioso. Terry consultó su reloj. No llegarían al tren de las cuatro. El presidente se secó la cara con su pañuelo. No soportaba Londres. El sur. Terry se volvió para echar un vistazo a la carretera por encima del hombro del conductor. No se movía nada. El presidente se tocó el pelo con cuidado.

      —Esta es la justicia británica —dijo.

      Todo el mundo asintió con la cabeza.

      Terry Winters volvió a consultar su reloj. Terry Winters tenía que pensar una excusa. El presidente se puso derecha la corbata. Tenía el cuello húmedo. Terry bajó la ventanilla. En la radio del coche de al lado sonaba música pop a todo volumen. El presidente alargó la mano por delante de Terry y volvió a subir la ventanilla. Se reclinó en su asiento y se tocó el pelo.

      —Estoy decepcionado, pero no sorprendido —dijo.

      Todo el mundo asintió con la cabeza.

      Terry Winters apoyó la cartera sobre su rodilla. La abrió y rebuscó en ella. El presidente lo miraba. Terry consultó su reloj. Rebuscó otra vez en su cartera. El presidente se inclinó hacia delante.

      —¿Qué pasa, camarada?

      Todo el mundo asintió con la cabeza.

      Terry Winters volvió a consultar su reloj. Terry volvió a mirar en su cartera.

      —Creo que me he dejado una carpeta en el juzgado. Tendréis que dejarme salir.

      Todo el mundo asintió con la cabeza.

      Terry detuvo el taxi. Bajó. Le dio a Joan el dinero de la carrera y los billetes.

      —No os preocupéis por mí —dijo—. No me esperéis.

      Todo el mundo asintió con la cabeza…

      Todos menos Paul. Paul sacudió la cabeza. Paul observó cómo se iba…

      Cómo volvía a desaparecer.

      Compra comida para perros. Un abrelatas. Pan. Agua. Para en un área de descanso. Da de comer a los perros. Deja que corran por los campos. Se sienta en el coche con la puerta abierta. Come el pan. Bebe el agua. Saca los tres archivos. Los lee. Los quema al lado de la carretera. Silba. Los perros vienen. Suben de un salto a la parte trasera del coche. Guarda el abrelatas en la guantera. Cierra la puerta. Gira la llave…

      El Mecánico sabe dónde estará Julius Schaub.

      Martin

      de Arthur. El brazo armado del movimiento laboral y sindical… Esos somos nosotros. Han traído a tres mil policías de todo el país. Crr, crr. Los han metido en campos militares. Pero no pueden detenernos. Hoy, no… No votaremos. No nos venderemos… Es el momento de ver quién es quién. Pancartas. Carteles. Chaquetas. Chapas… Victoria para los mineros. Pete y yo nos subimos encima de un par de cubos de basura gigantes para poder verlos llegar. Para saber cuándo es Ottey o uno de ellos. Empiezan a volar por los aires latas y fruta. Agarran a Ray por el cuello. Agitan los puños delante de su cara. Herry lo aparta… Esquirol. Esquirol. Esquirol. Esquirol. Esquirol. Esquirol. Esquiroles… Consignas y sirenas. Helicópteros. Entonces llega la noticia de arriba: la propuesta de votación de Leicestershire es improcedente. Un congreso de delegados especiales el próximo jueves… El Rey Arturo sale a los escalones. Saluda a todos. Los chicos se vuelven locos. Le pasan un megáfono. No oigo nada de lo que dice… Calma. Calma. Calma. Calma… Consignas. No más sirenas. Hoy, no… No votaremos. No nos venderemos… La Guardia Roja de Arthur. Esa soy yo. Siempre te apoyaré. Día 41. Es la primera vez que nos sentamos a comer juntos en una semana. ¿Lo sabes? Lo siento, tesoro, digo. Ojalá las cosas no fueran así. Pero ya sabes… No, no sé, dice Cath. Dejo el cuchillo y el tenedor, he perdido el apetito. Lo que sé es que vives en las nubes, dice ella. Eso sí que lo sé. Por favor, Cath… En las nubes, todos vosotros. Todos vosotros, joder. Mira… ¿Crees que ella se va a rendir? Han estado planeándolo durante años, tú mismo lo dijiste. Durante años, Martin. Podemos ganar, digo. Como Arthur dice, si mostramos la misma determinación, podemos… Deberías oírte, Martin. ¿Arthur? Pero si no conoces a ese tío. Pareces una chica tonta que se enamora de una puñetera estrella del pop o algo por el estilo. Dejo el plato. Me levanto. Voy al sofá. Pongo la televisión… Joder, otra vez Torvill y Dean. Cath se pone delante del sofá. Apaga la televisión. Te lo advierto, dice. No pienso quedarme a ver cómo lo tiras todo por la borda. Con una vez tuve suficiente, muchas gracias. Me levanto. Entro en la cocina. Abro la puerta trasera. Salgo al jardín. Me quedo debajo de la lluvia donde iba a estar la terraza. Me fumo un cigarrillo. Nosotros avivamos vuestros miedos con nuestras alas de cuervo… Abro los ojos. Oigo que suena el teléfono. Vuelvo dentro. Lo cojo. Clic, clic. Es Pete. La puerta principal se cierra de golpe. Día 44. Sheffield… todo el día. Aun así merece la pena, joder. Conseguimos resultados. Parece que por fin llegamos a alguna parte. Parece una victoria… Mayoría simple. Sin votación… Sesenta y nueve contra cincuenta y uno. Nottinghamshire ha dicho que están oficialmente en huelga… que los que no lo estén son oficialmente esquiroles. El Rey Arturo se hace cargo personalmente de la situación. Coge el toro por los cuernos. Lucha hasta el final. Hasta la victoria. Como antes. Es el momento de celebrarlo. Tampoco vamos a dejar que ella nos agüe la fiesta. Paramos en Sheffield para beber. Pierdo el autocar de vuelta. En el pub de al lado de la estación hay una trifulca enorme. Cabrones esquiroles. Las sillas vuelan por los aires. Vasos. La policía irrumpe en el local. Crr, crr. Se esconden debajo de la mesa de billar como en una puta peli. Vuelvo en taxi a Thurcroft con Pete y Tom el Grande. Seguimos bebiendo… todo a cuenta de Pete. El centro de servicios sociales. El Hotel. El club. El Hotel. El centro de servicios sociales. El club. Vuelvo a casa andando otra vez. Así me despejo la cabeza. Ella ha puesto algo contra la puerta del dormitorio. Mis cosas están en el cuarto de invitados. El folleto de la agencia de viajes roto en un millón de pedazos en el suelo. Debe de haber anulado las vacaciones. Me siento en la alfombra con la espalda contra la pared. La cabeza sobre las rodillas. Mañana es Viernes Santo. Día 46. Los chicos tienen un cabreo de la hostia. La llamada Triple Alianza no ha servido de nada. Nadie quiere ver que a otros les quitan el trabajo. Pero por lo que a nosotros respecta, nos están tomando el pelo. La istc ha suplicado… Ha suplicado, coño. Se había acordado enviar


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