GB84. David Peace

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GB84 - David  Peace


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bien? —pregunta Roger.

      —Está controlado —responde Neil Fontaine.

      Roger deja de sonreír.

      —Se ha armado un buen jaleo entre los de arriba. ¿Lo sabes?

      —Son tiempos difíciles para todos —dice Neil—. Malos tiempos.

      Roger mueve la cabeza.

      —No es un buen momento para cagarla —dice Roger—. Para ninguno de nosotros.

      —No han encontrado nada —afirma Neil—. Johnson lo habría dicho.

      Roger bebe un sorbo de su copa.

      —Entonces todo depende del silencio de ellos, ¿no? —dice Roger.

      Neil saca el sobre. Lo deja entre las dos bebidas.

      —Él me ha pedido que te dé esto.

      Roger lo recoge. Lo abre. Mira dentro. Lo deja. Roger ríe.

      —Qué confiado. Cree que puede desentenderse de todo como si nada, ¿verdad?

      —Cogidos de la mano —dice Neil—. Hacia la puesta de sol.

      Roger termina su bebida.

      —El amor siempre te acaba decepcionando —dice Roger.

      Neil aparta su bebida. Neil espera.

      Roger se levanta.

      —¿Qué tal está mi querida Jennifer? —pregunta Roger.

      —Hambrienta —contesta Neil.

      Roger pone la mano en el hombro de Neil.

      —Siempre te acaba decepcionando —dice Roger.

      El presidente se levantó de su mesa. Se levantó delante de un enorme retrato de sí mismo. Rodeó la mesa y se dirigió a donde Terry estaba sentado. Le dio un pañuelo de papel y le posó la mano en el hombro.

      —La gente comete errores, camarada —dijo el presidente—. Es lo que los hace humanos.

      Terry se sorbió la nariz. Terry se secó los ojos.

      —Estoy seguro de que querías lo mejor para el movimiento, camarada.

      Terry se sorbió la nariz. Terry asintió con la cabeza.

      —Esta vez estás perdonado, camarada.

      Terry se levantó.

      —Gracias, presidente —dijo Terry—. Gracias. Gracias…

      El presidente volvió detrás de su mesa. Delante del retrato.

      Len abrió la puerta a Terry…

      —Gracias —repitió Terry. Terry bajó a por su chaqueta…

      Terry Winters sabía que lo tenían atado corto.

      Terry cogió su chaqueta. Terry bajó al vestíbulo en el ascensor…

      Estaban esperándolo.

      Terry se sentó en la parte trasera del coche entre el presidente y Paul…

      Joan en la parte delantera con Len.

      Fueron a Mansfield. Aparcaron cerca de la oficina regional. Separaron a la muchedumbre…

      Ninguno dijo una palabra.

      Entraron. Atravesaron la sala. Se sentaron a la mesa principal…

      Ray habló.

      —Levantaos… —dijo Ray.

      Henry habló.

      —Sois ratas, no hombres… —dijo Henry.

      Paul habló.

      —Estáis oficialmente en huelga… —dijo Paul.

      Entonces el presidente les habló. El presidente los regañó.

      —¡NO SE SALTAN LOS PIQUETES BAJO NINGÚN CONCEPTO! —gritó el presidente.

      Se levantaron de la mesa. Atravesaron la sala…

      No hubo ovaciones. No hubo aplausos. No hubo canciones. No hubo autógrafos. Allí, no.

      Un hombre se levantó de su asiento. Un hombre se adelantó corriendo…

      Pasó por el lado de Terry dándole un empujón. Pasó por el lado de Len dándole un empujón. Hincó el dedo al presidente en el pecho.

      —Como impongas la huelga a los miembros, te llevaré a juicio —dijo.

      —Siéntate, Fred —dijo Henry—. Te estás poniendo en ridículo.

      El presidente miró el dedo que tenía en el pecho. Alzó la vista a la cara del hombre. El presidente sonrió.

      —Entonces nos veremos en los tribunales, camarada —dijo.

      El helicóptero está en el taller. El Judío necesita que Neil lo lleve en coche a su casa de Suffolk; Colditz, como es conocida por todos los que la han visitado. Todos menos el Judío…

      Neil Fontaine llama una vez a la puerta de la suite del Judío en la cuarta planta de Claridge’s. Neil entra. El Judío está al teléfono en medio de un mar oscuro de mapas y planos.

      —Ella teme un derrumbe por parte de Nottingham —está diciendo—. Teme que él tenga la iniciativa…

      Neil Fontaine recoge los mapas y los planos. Los mete en el maletín.

      El Judío cuelga. Mira a Neil. Sacude la cabeza.

      Neil Fontaine le da al Judío una carpeta.

      —Un poco de lectura para el viaje, señor.

      El Judío abre la carpeta. Examina los recortes. Arquea la ceja. Sonríe.

      —Vaya, gracias, Neil —dice.

      Neil Fontaine lleva el maletín y un pequeño bolso de viaje al Mercedes.

      Parten a Colditz.

      El Judío lee los recortes en voz alta. El Judío se acaricia el bigote. El Judío sonríe. Baja la mampara a unos quince kilómetros de Londres. Está entusiasmado. Puede ver las posibilidades…

      —Interesante, Neil —comenta—. Tal vez deberías hacer una visita personal a esa gente. A esos sitios. Evaluar el potencial. Las posibilidades…

      Neil Fontaine asiente con la cabeza.

      —Desde luego, señor —dice.

      El hijo de puta se sienta. El hijo de puta le da un ejemplar doblado del Times de hoy.

      El Mecánico lo abre. Dentro hay un sobre. Lo abre…

      Hay una Polaroid dentro; Jen aparece sentada en una silla sosteniendo el mismo periódico.

      El Mecánico se queda mirando la foto.

      El hijo de puta enciende un cigarrillo. El hijo de puta aspira.

      El Mecánico se mete la foto en el bolsillo.

      —¿Dónde está? —pregunta.

      El hijo de puta espira. El hijo de puta niega con la cabeza.

      —¿Les has dicho lo que te dije?

      El hijo de puta asiente con la cabeza.

      —¿Qué han dicho?

      El hijo de puta levanta dos dedos.

      —Uno menos —dice el hijo de puta—. Falta el segundo.

      —Ya te lo he dicho, joder. No tengo el diario. No estaba allí.

      El hijo de puta apaga el cigarrillo.

      —Les diré lo que me has dicho —dice el hijo de puta.

      El Mecánico saca la llave.

      —He encontrado a


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