El hotel de cristal. Emily St. John Mandel
Читать онлайн книгу.Kristin Hannah
«Un libro deslumbrante y absorbente cuyos puntos fuertes son su vitalidad desbordante y el propio alcance de la novela.»
The Economist
«Una novela ingeniosa y cautivadora.»
Publisher's Weekly
«Mandel despliega una prosa luminosa.»
Kirkus Reviews
Para Cassia y Kevin
1. Vincent en el océano
Diciembre de 2018
1
Empezar por el final: desplomarse por el lado del barco en la salvaje oscuridad de la tormenta, sin aliento por el golpe de la caída, mi cámara salta por los aires y a través de la lluvia…
2
«Bórrame». Palabras garabateadas en una ventana cuando tenía trece años. Di un paso atrás y dejé caer el rotulador de la mano, y aún recuerdo la exuberancia de aquel momento, la sensación en mi pecho como un relámpago que desciende sobre cristales rotos…
3
¿He llegado ya a la superficie? El frío es aniquilador, el frío es lo único que existe…
4
Un extraño recuerdo: de pie al lado de la orilla en Caiette cuando tenía trece años, con mi cámara de vídeo nueva, excitante y extraña en mis manos, grababa las olas en intervalos de cinco minutos y, mientras grababa, oí mi propia voz susurrar: «Quiero ir a casa, quiero ir a casa, quiero ir a casa», aunque ¿dónde está mi casa si no está allí?
5
¿Dónde estoy? Ni dentro ni fuera del océano, ya no siento el frío ni nada más, soy consciente de la frontera, pero no sé de qué lado estoy y parece que puedo moverme por entre los recuerdos como si pasara de una habitación a otra…
6
«Bienvenida a bordo», dijo el tercer oficial la primera vez que me subí al Neptune Cumberland. Cuando lo miré, algo me llamó la atención, y pensé: «Tú…».
7
Se me acaba el tiempo…
8
Quiero ver a mi hermano. Lo oigo hablarme, y mis recuerdos de él se agitan. Me concentro mucho y, de repente, estoy de pie en una calle estrecha, en la oscuridad y bajo la lluvia, en una ciudad extranjera. Un hombre está inclinado en el umbral de una puerta frente a mí, y llevo diez años sin ver a mi hermano, pero sé que es él. Paul levanta la mirada y tengo tiempo de fijarme en que su aspecto es horrible, raquítico y desmañado, y él me ve, pero entonces la calle parpadea y se apaga…
2. Siempre voy hacia ti
1994 y 1999
1
A finales de 1999, Paul estudiaba finanzas en la Universidad de Toronto, y eso debería haberle parecido un triunfo, pero todo estaba mal. Cuando era más joven había supuesto que se licenciaría en composición musical, pero durante un bache hacía un par de años habían vendido su teclado y su madre no quería ni pensar en unos estudios que no fueran prácticos, y tras varias rondas de rehabilitación bastante costosa tampoco podía echarle la culpa, así que se había apuntado a clases de finanzas con la teoría de que se trataba de una orientación práctica y de una adultez impresionante («¡Mírame, estudiando mercados y movimientos financieros!»), pero el único fallo de su brillante plan era que el tema le parecía terriblemente aburrido. El siglo se acababa y tenía algunas quejas.
Como mínimo, esperaba acceder a una escena social más o menos decente, pero el problema de desaparecer es que el mundo sigue adelante sin uno, y entre el tiempo que había dedicado a una sustancia que lo consume todo, el que había pasado trabajando en empleos que aplastan el alma mientras trataba de no pensar en la susodicha sustancia y el que había pasado en los hospitales y los centros de rehabilitación, Paul tenía veintitrés años y parecía mayor. Durante las primeras semanas de universidad salió de fiesta, pero jamás se le había dado bien conversar con extraños y todo el mundo le parecía muy joven. Los exámenes de mitad de semestre no le fueron bien, así que para finales de octubre se pasaba todo el tiempo en la biblioteca (donde leía, pugnaba por sentir interés por las finanzas e intentaba darle la vuelta) o en su habitación mientras la ciudad se volvía más fría a su alrededor. La habitación era individual porque una de las pocas cosas que él y su madre habían acordado era que sería desastroso que Paul tuviera un compañero de habitación y que el susodicho fuera adicto a los opioides, así que casi siempre estaba solo. La habitación era tan pequeña que sentía claustrofobia a menos que se sentara directamente frente a la ventana. Sus interacciones con los demás eran escasas y superficiales. Había una nube oscura de exámenes en el horizonte cercano, pero estudiar no tenía sentido. Intentaba concentrarse en la teoría de la probabilidad y en las martingalas a tiempo discreto, pero sus pensamientos se deslizaban hacia una composición de piano que sabía que jamás terminaría, una situación de do mayor bastante sencilla, excepto con pequeños tramos de claves menores desestabilizadoras.
A principios de diciembre salió de la biblioteca al mismo tiempo que Tim, que estaba en dos de sus asignaturas y también prefería la última fila de la clase.
—¿Haces algo esta noche?
Era la primera vez que alguien le preguntaba algo en bastante tiempo.
—Tenía la esperanza de encontrar música en vivo en alguna parte.
Paul no había pensado en eso antes de contestar, pero parecía la dirección correcta para la velada. Tim se animó un poco. Su única conversación previa había sido sobre música.
—Quería ver a un grupo que se llama Baltica —comentó Tim—, pero tengo que estudiar para los finales. ¿Los conoces?
—¿Los finales? Sí, voy a pringar seguro.
—No, Baltica. —Tim parpadeó, confuso.
Paul recordó algo en que se había fijado antes, y era que Tim carecía de sentido del humor. Era como si hablase con un antropólogo de otro planeta. Paul pensó que eso debería haber creado algún tipo de apertura para su amistad, pero no se imaginaba cómo empezaría esa conversación («No puedo evitar fijarme en que pareces tan alienado como yo, ¿quieres que charlemos de ello?»), y, de todos modos, Tim ya se alejaba en el oscuro anochecer de otoño. Paul tomó unas copias de los semanarios alternativos de las cajas de periódicos que había en la cafetería y volvió a su habitación, donde puso la Quinta de Beethoven para tener compañía y luego buscó en los listados hasta encontrar Baltica, que tenía previsto un concierto a última hora en una sala de la que jamás había oído hablar, en Queen con Spadina. ¿Cuándo había sido la última vez que había salido a ver un concierto? Paul se puso el pelo de punta, luego se lo aplanó, cambió de idea y volvió a ponérselo de punta, se probó tres camisas y dejó la habitación antes de hacer más cambios, disgustado por su propia indecisión. La temperatura estaba bajando, pero el aire frío tenía algo clarificador, y hacer ejercicio era una recomendación médica que había ignorado, así que