La última vez que te vi. Liv Constantine

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La última vez que te vi - Liv Constantine


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de su madre y ambas estaban encantadas con que sus hijas fueran tan buenas amigas. Era un tipo de amistad diferente a la que Kate había mantenido con Blaire. A Selby y a ella las habían juntado sus madres; Kate y Blaire se habían elegido la una a la otra. Habían conectado desde el principio, como si hubiese un entendimiento especial entre ellas. A Blaire había podido abrirle su alma, algo que jamás había experimentado con Selby.

      Se dio la vuelta al sentir una mano en el codo y se encontró cara a cara con la mujer que había sido como una hermana para ella durante tantos años. Se lanzó a los brazos de Blaire y lloró.

      —Oh, Kate. Aún no me lo creo. —Notó el aliento caliente de Blaire en su oreja mientras se abrazaban—. La quería tanto…

      Pasados unos segundos, Kate se apartó y le estrechó las manos a Blaire.

      —Ella también te quería. Me alegra mucho que hayas venido. —Se le llenaron otra vez los ojos de lágrimas. Era surrealista ver a Blaire allí, en su casa, después de tantos años distanciadas. En otra época, habían significado mucho la una para la otra.

      Blaire apenas había cambiado; la larga melena oscura le caía ondulada por la espalda, sus ojos verdes conservaban aquel brillo, las leves arrugas de expresión en torno a ellos eran la única prueba de que había pasado el tiempo. Siempre había tenido estilo, pero ahora parecía elegante y sofisticada, como si perteneciera a otro mundo mucho más glamuroso. Claro, ahora era una escritora famosa. Kate se sintió muy agradecida. Necesitaba que Blaire supiese lo mucho que significaba para ella que hubiera acudido, que era la parte de su pasado de la que conservaba muy buenos recuerdos y que entendía mejor que ninguna de sus amigas la angustia de aquella pérdida. De pronto le hizo sentir un poco menos sola.

      —Que hayas venido significa mucho para mí. ¿Podemos ir a otra habitación para hablar en privado? —Su voz sonó vacilante. No sabía lo que le contestaría Blaire, o si estaría dispuesta a hablar del pasado, pero, al verla, Kate tuvo ganas de eso más que de ninguna otra cosa.

      —Por supuesto —respondió Blaire sin dudar.

      Kate la condujo hasta la biblioteca, donde se acomodaron en el sofá de cuero. Tras un breve silencio, empezó a hablar.

      —Sé que debe de haber sido duro para ti venir, pero tenía que llamarte. Muchas gracias por venir.

      —Claro. Tenía que venir. Por Lily. —Blaire hizo una breve pausa antes de añadir—: Y por ti.

      —¿Ha venido tu marido? —le preguntó Kate.

      —No, no ha podido. Está de viaje con el nuevo libro, pero comprende que yo tenía que venir.

      —Me alegra mucho que estés aquí —insistió Kate—. Mi madre también se alegraría. Le entristecía que no hiciéramos las paces. —Toqueteó el pañuelo que tenía en la mano—. Pienso mucho en esa pelea. En las cosas tan horribles que dijimos. —Los recuerdos afloraron y la llenaron de arrepentimiento.

      —Jamás debí haber puesto en duda tu decisión de casarte con Simon. Estuvo mal —le dijo Blaire.

      —Éramos muy jóvenes…, fuimos tontas al dejar que eso estropeara nuestra amistad.

      —No sabes la cantidad de veces que pensé en llamarte, en hablar las cosas, pero me daba miedo que me colgaras el teléfono —confesó Blaire.

      Kate miró el pañuelo que tenía en las manos, y que ahora estaba hecho pedazos.

      —Yo también pensé en llamarte, pero cuanto más esperaba más difícil se me hacía. No puedo creer que hayan tenido que matar a mi madre para que volviéramos a vernos. Pero se alegraría de vernos juntas. —Lily se había entristecido mucho por su pelea. Le había sacado el tema a Kate muchas veces a lo largo de los años, intentando siempre convencerla para que acudiera a Blaire con una ramita de olivo. Ahora Kate se arrepentía de su testarudez. Alzó la mirada—. No puedo creer que no vaya a volver a verla. Su muerte fue tan brutal. Me da náuseas solo pensarlo.

      —Es horrible —dijo Blaire inclinándose hacia ella, y Kate percibió cierto tono inquisitivo en su voz.

      —No sé hasta dónde sabes… No he querido leer los periódicos —le dijo Kate—. Pero mi padre llegó a casa el viernes por la noche y se la encontró. —Se le quebró la voz y tuvo que contener los sollozos antes de continuar.

      Blaire negaba con la cabeza mientras ella hablaba.

      —Estaba en el salón… tendida en el suelo, con la cabeza… Alguien le había golpeado la cabeza.

      —¿Creen que fue allanamiento? —preguntó Blaire.

      —Al parecer habían roto una ventana, pero no había ningún otro indicio.

      —¿La policía tiene idea de quién ha podido ser?

      —No. No encontraron el arma. Buscaron por todas partes. Hablaron con los vecinos, pero nadie oyó ni vio nada fuera de lo normal. Pero ya sabes lo aislada que está su casa; el vecino más cercano se encuentra casi a quinientos metros. El forense dijo que murió entre las cinco y las ocho. —Kate entrelazó las manos—. No puedo soportar pensar que mientras mi madre era asesinada yo estaba aquí haciendo mis cosas.

      —Era imposible que lo supieras, Kate.

      Asintió. Sabía que Blaire tenía razón, pero eso no cambiaba sus sentimientos. Mientras ella se preparaba una taza de té o le leía un cuento a su hija, alguien le había quitado la vida a su madre.

      Blaire frunció el ceño y le estrechó la mano.

      —Ella no querría que pensaras así. Lo sabes, ¿verdad?

      —Te he echado de menos —contestó Kate entre sollozos.

      —Ahora estoy aquí.

      —Gracias. —Volvieron a abrazarse; Kate se aferraba a Blaire como si fuera un chaleco salvavidas que le impedía hundirse en las profundidades de su dolor. Cuando abandonaban la biblioteca, Blaire se detuvo y le dirigió una mirada de incredulidad.

      —¿Eran los padres de Jake los de la iglesia?

      Kate asintió.

      —A mí también me ha sorprendido verlos. Pero no creo que vengan aquí. Imagino que querían presentar sus respetos a mi madre y marcharse. —Sintió un nudo en la garganta—. No les culpo por no querer hablar conmigo.

      Blaire se dispuso a hablar, pero entonces la miró con tristeza y volvió a abrazarla.

      —Creo que debería volver con mis invitados —le dijo Kate.

      Pasó el resto del día aturdida. Cuando todos se hubieron marchado, Simon se encerró en su despacho para gestionar una crisis de trabajo mientras ella vagaba inquieta de habitación en habitación. Había deseado que todos se fueran, que terminara de una vez el día del funeral de su madre, pero ahora la casa estaba demasiado tranquila. Allá donde mirase, parecía haber una tarjeta de condolencias o un ramo de flores.

      Por fin se sentó en el sillón del estudio, apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos, triste y cansada. Casi se había quedado dormida cuando una vibración le hizo abrir los ojos. Su móvil. Lo llevaba en el bolsillo del vestido. Lo sacó, deslizó el pulgar por la pantalla para desbloquearlo y vio Número oculto donde debería haber aparecido el número. Leyó el mensaje.

      Qué día tan bonito para un funeral. He disfrutado viéndote mientras enterraban a tu madre. Tu bonita cara estaba hinchada y roja por el llanto. Pero ha sido un placer ver cómo tu mundo se desmoronaba. Crees que ahora estás triste, pero espera y verás. Para cuando haya acabado contigo, desearás haber sido tú a la que han enterrado hoy.

      ¿Se trataba de una broma macabra?

      ¿Quién eres?, escribió y esperó una respuesta, pero no obtuvo ninguna. Se levantó del sillón con el corazón acelerado y salió corriendo de la habitación con la respiración entrecortada.

      —¡Simon! —gritó mientras corría por el pasillo—.


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