La última vez que te vi. Liv Constantine

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La última vez que te vi - Liv Constantine


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presentar sus condolencias.

      El detective tomaba notas mientras hablaban.

      —En circunstancias normales, daríamos por hecho que se trata de un chiflado, pero, dado que estamos ante un crimen sin resolver, nos lo tomaremos más en serio. Con su permiso, vamos a pedir que le pinchen el teléfono. También me gustaría hacerlo con su teléfono de casa y con sus ordenadores. Así podremos ver en tiempo real si recibe más amenazas, y podremos rastrear la dirección IP.

      —Por supuesto —respondió Kate.

      —Llevo encima un equipo que me permite hacer una réplica de su teléfono. Lo haré cuando hayamos terminado y veremos si puedo rastrear este mensaje y descubrir quién lo envió. Haga lo que haga, no responda si vuelve a saber algo de él. Si se trata de un acosador, querrá que haga justo eso. —Le dedicó a Kate una mirada compasiva—. Siento mucho que tenga que enfrentarse a esto aparte de a todo lo demás.

      Kate sintió solo un ligero alivio cuando su marido acompañó a Anderson hasta la puerta. Pensó en la última vez que había recibido una noticia aterradora por teléfono, la noche en que Harrison había encontrado a Lily. Había visto el número de su padre en la pantalla y, al responder, había oído su voz frenética.

      —Kate. Nos ha dejado. Nos ha dejado, Kate —sollozaba al otro lado de la línea.

      —Papá, ¿de qué estás hablando? —preguntó ella sintiendo cómo el pánico se extendía por su cuerpo.

      —Alguien ha entrado en la casa. La han matado. Dios mío, esto no puede ser verdad. No puede ser cierto.

      Kate apenas había logrado entender sus palabras de tanto como lloraba.

      —¿Quién ha entrado? ¿Mamá? ¿Mamá está muerta?

      —Sangre. Sangre por todas partes.

      —¿Qué ha ocurrido? ¿Has pedido una ambulancia? —le preguntó con tono agudo, a punto de dejarse sobrepasar por los nervios.

      —¿Qué voy a hacer, Katie? ¿Qué voy a hacer?

      —Papá, escúchame. ¿Has llamado al nueve uno uno? —Pero a través del teléfono solo había oído sus sollozos entrecortados.

      Se había montado en el coche y había recorrido aturdida los veinticinco kilómetros hasta casa de sus padres tras escribir un mensaje a Simon para que se reuniese con ella allí lo antes posible. Vio las luces rojas y azules a dos manzanas de distancia. Al acercarse a la casa, una barrera policial le cortó el paso. Al bajarse del coche, vio el Porsche de Simon detenerse detrás de ella. Los del servicio de emergencia, la policía y los CSI entraban y salían de la casa. Con pánico creciente, se alejó corriendo del coche y se abrió paso entre la multitud, pero un agente se le puso delante con los brazos cruzados, las piernas separadas y el ceño fruncido.

      —Lo siento, señora. Se trata de la escena de un crimen.

      —Soy su hija —le dijo ella, tratando de pasar mientras Simon corría hacia ella—. Por favor.

      El agente de policía negó con la cabeza y le puso una mano delante.

      —Saldrá alguien para hablar con usted. Lo siento, pero voy a tener que pedirle que se aparte.

      Y entonces observaron y esperaron juntos, aterrorizados, mientras los investigadores entraban y salían, con cámaras, bolsas y cajas, y colocaban cinta policial amarilla sin ni siquiera mirarlos. Los equipos de televisión no habían tardado en llegar, con sus cámaras apuntando a los reporteros sin aliento, micrófono en mano, mientras relataban hasta el último detalle macabro que pudieran obtener. Kate quiso taparse las orejas con las manos al oírles decir que a la víctima le habían reventado el cráneo.

      Al fin, vio que sacaban a su padre de la casa. Sin pensarlo, corrió hacia él. Antes de haber podido dar unos pocos pasos, unas manos poderosas la agarraron para que no siguiera avanzando.

      —Suélteme —gritó, retorciéndose contra el agente que la sujetaba. Las lágrimas resbalaban por su cara y, cuando el coche de policía se alejaba, gritó—: ¿Dónde se lo llevan? Suélteme, maldita sea. ¿Dónde está mi madre? Necesito ver a mi madre.

      Entonces el hombre aligeró la fuerza, pero no suavizó su expresión.

      —Lo siento, señora. No puedo dejarla entrar.

      —Mi padre debería estar con ella —dijo Kate. Al ver a Simon junto a ella, tomó aliento y trató de calmarse. Aunque seguía enfadada con él, su presencia era tranquilizadora.

      —¿Dónde se lo han llevado? Al doctor Michaels, el padre de mi esposa. ¿Dónde se lo han llevado? —preguntó Simon rodeándola con un brazo.

      —A la comisaría para interrogarlo.

      —¿Interrogarlo? —preguntó Kate.

      Una mujer uniformada se le acercó.

      —¿Es usted la hija de Lily Michaels?

      —Sí. La doctora Kate English.

      —Me temo que su madre ha fallecido. Siento mucho su pérdida. —La agente se quedó callada unos instantes—. Vamos a necesitar que venga a la comisaría para que responda a unas preguntas.

      «¿Siento mucho su pérdida?» Qué superficial. Simplista, incluso. ¿Así era como la veían los familiares de los pacientes cuando les daba una mala noticia? Había seguido a la agente, pero solo podía pensar en su madre, muerta, siendo fotografiada y estudiada por los investigadores antes de ser trasladada al depósito para que le realizaran la autopsia. Ella había visto unas cuantas autopsias cuando estudiaba. No eran agradables.

      —¿Has comido algo? —le preguntó Simon, devolviéndola al presente al entrar en la habitación.

      —No tengo hambre.

      —¿Y un poco de sopa? Tu padre dijo que Fleur había preparado arroz con pollo.

      Kate lo ignoró, él suspiró y se sentó en una silla junto a un ramo de flores que le habían enviado sus compañeros del hospital; acarició la punta de una hoja mientras leía la tarjeta.

      —Qué amables —comentó—. Deberías comer algo, aunque fuera poco.

      —Simon, por favor, para, ¿quieres? —No quería que se comportase como un marido devoto y cariñoso después de la tensión de los últimos meses. Cuando las peleas y los reproches alcanzaron un punto en el que Kate ya no podía concentrarse en su trabajo ni en ninguna otra cosa, había acudido a Lily. Hacía solo pocas semanas que se habían sentado junto a la chimenea en el acogedor estudio de sus padres, reconfortadas por las llamas, Kate con el uniforme del hospital y Lily muy elegante con unos pantalones blancos de lana y un jersey de cachemir. Lily la había mirado con intensidad y gesto serio.

      —¿Qué sucede, cielo? Parecías muy disgustada por teléfono.

      —Es Simon. Ha… —Se detuvo, sin saber por dónde empezar—. Mamá, ¿te acuerdas de Sabrina?

      Lily frunció el ceño y la miró confusa.

      —Sí que te acuerdas. Su padre fue quien se ocupó de todo cuando murió el padre de Simon, se convirtió en un mentor para Simon. Sabrina fue dama de honor en nuestra boda.

      —Ah, sí. Me acuerdo. No era más que una cría.

      —Sí, tenía doce años en aquel momento. —Kate se inclinó hacia delante sobre su silla—. ¿Recuerdas que, la mañana de la boda, mientras estábamos todas aquí preparándonos, Sabrina desapareció? Fui a buscarla. Estaba en una de las habitaciones de invitados, sentada al borde de la cama, llorando. Me dispuse a entrar, pero entonces vi que su padre estaba con ella, de modo que me quedé fuera, oculta. Estaba muy disgustada porque Simon fuese a casarse. Le dijo a su padre que siempre había creído que Simon esperaría a que creciera para casarse con ella. Sonaba muy lastimera.

      Lily se quedó con los ojos muy abiertos, pero mantuvo la misma expresión de calma.

      —Se


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