Dinero y felicidad. Alberto Tovar

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Dinero y felicidad - Alberto Tovar


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percatarte de todas tus alternativas a la mano y, en el extremo, si no las encuentras… ¡invéntalas!

      En ocasiones estamos tan absortos con una sola opción que no alcanzamos a percibir otras posibilidades. Hay que buscarlas y seguramente las encontrarás y será en ese momento cuando estarás tomando realmente decisiones, sobre todo porque se ha probado que siempre hay un factor emocional que te ciega a ver otras alternativas.

      Por ejemplo, ¿cuántas veces hemos llevado a cabo malas decisiones por querer complacer a un ser querido? Tal vez nos comprometimos a comprar una casa que no podemos mantener o la imposibilidad de sostener a un hijo en una universidad cara.

      Bajo un criterio económico se habla siempre de los consumidores «racionales» y ello tiene serias implicaciones en términos de toma de decisión, pues supondría que las personas conocen claramente sus requerimientos y saben cuánto están dispuestos a pagar. ¿Será cierta esta aseveración? ¿Cómo decides tus compras?

      En contrapartida, recientemente, neurólogos han encontrado que en el proceso de decisión se activa automáticamente el área del cerebro que maneja las emociones, lo cual significa que toda elección tiene dicho componente en mayor o menor medida. Estos temas son tratados particularmente en dos libros, muy recomendables por cierto, Tropezar con la felicidad, de Daniel Gilbert y El alma está en el cerebro, de Eduardo Punset.2

      Asímismo, cuando se habla de planificación, según algunos neurólogos, conduce a asomarse hacia el futuro, lo que provoca ansiedad en muchas personas. Esto explicaría el porqué la gente se rehúsa a entrar al terreno de la organización de sus finanzas. En pocas palabras, prefieren evitar enterarse de que las cosas andan mal.

      Estas dos ideas tienen una reflexión primordial en los dineros familiares, pues aunque simplemente se afirma que hay que dejar fuera las emociones de las compras, sabemos que ello es prácticamente imposible.

      Entonces, la sugerencia obvia sería tratar de ser consciente de dicha reacción y ponderarla con otras alternativas. Es decir, antes de adquirir un bien por el gusto de hacerlo, evaluarlo y saber cuánto nos costará esa decisión emocional. Es difícil, pero vale la pena intentarlo.

      De ello se aprovecha la publicidad, pues la mayoría de las veces está muy lejos de destacar las características intrínsecas del producto, sino más bien resalta el placer que causará adquirirlo. De esa manera el anuncio del perfume, el auto o la ropa, se enfocará en destacar necesidades emocionales, como son las aspiraciones o sentido de pertenencia a un grupo en particular.

      Quiere decir que hay manipulación cuando se promueve cualquier opción de compra o de inversión y aspectos tales como los combos, las gratuidades y los pagos sin intereses, son, entre muchas otras, formas en que se olvida la racionalidad, para caer en el aspecto emocional.

      El punto álgido es tomar responsabilidad sobre las consecuencias que tendrán en el mediano o largo plazo las decisiones de hoy. Percibir el deseo de comprar, sopesar, valorar, comparar y dejarlo enfriar cierto tiempo, sería la mejor manera de evitar caer en las garras del consumismo. Nunca comprar al primer impulso.

      Cuántas veces nos arrepentimos cuando elegimos algo que nos apasionó en su momento, pero meditado después, se trató de una mala opción financiera. Por eso es bueno utilizar un tiempo razonable en el proceso de elección y forzar, si es necesario, a tener varios cursos de acción.

      Si decides, después del análisis, hacer lo considerado primero, cuando menos estarás tranquilo por el esfuerzo de evaluación llevado a cabo. Es como cuando las mujeres compran zapatos y luego de visitar una infinidad de tiendas terminan adquiriendo los primeros que vieron.

      En una toma de decisión típica están presentes tres elementos:

      Deseos (emociones)

      Necesidades (reales y cuantificables)

      Posibilidades (económicas)

      En ocasiones estos tres elementos están totalmente disociados, como cuando queremos algo, pero tenemos necesidad de otra cosa y nuestras posibilidades económicas nos limitan. La intención sería formar un balance entre todas ellas.

      Pongamos por ejemplo la compra de una casa o departamento; regularmente tenemos una idea de «la casa de nuestros sueños» y, tal vez, la imaginamos con grandes jardines, jacuzzi o sala de juegos; sin embargo, la pregunta es: ¿realmente es lo que necesitamos en función de nuestra familia y hábitos?; obvio, dependerá de las circunstancias, como la edad o el número de hijos, tipo de trabajo, entre otras muchas cosas.

      Después debemos entrar al terreno financiero –el de las posibilidades– y la pregunta se transforma en: ¿qué podemos pagar?

      Una primera tarea sería encontrar un alineamiento de estos tres elementos para acercarnos a que los deseos, necesidades y posibilidades lleguen a un acuerdo. Es difícil, hay que reconocerlo.

      En este sentido, el planteamiento de este libro es considerar en las decisiones tres ángulos igual de relevantes: el cálido, que se relaciona con las aspiraciones, sueños y disfrute; el tibio, en el cual se habrán de ponderar los requerimientos reales, la congruencia, comparar y evaluar; y el frío, en el cual se habrán de tomar en cuenta los ingresos, compromisos de gasto, patrimonio y la visión de largo plazo, entre otros.

      Todos somos diferentes en el balance de estos tres puntos de referencia: tenemos diferentes deseos, diferentes necesidades y diferentes posibilidades. Por ello toda decisión debe de ser ponderada especialmente.

      También nuestras decisiones están normadas por lo que son nuestros conocimientos y habilidades. Ello nos plantea una óptica distinta con la cual actuamos; es obvio que una persona sin instrucción piensa diferente a un profesionista y, a su vez, este último será diferente si se trata de un contador, un abogado, un ingeniero o un economista.

      Sin embargo, es fundamental estar conscientes de cuáles son nuestros conocimientos para ser prudentes y cometer el menor número de errores.

      Con la herramienta de la ventana de Johari, llamada así por sus creadores, José Luft y Harry Ingham, se puede hacer un mapa muy interesante del tipo de actitudes que podemos tomar para las decisiones.

      En el Cuadro 1.1. identificamos en el primer cuadrante de la ventana a «los que saben que saben»; es decir «los sabios». Son personas con el conocimiento, saben aplicarlo y, sobre todo, están conscientes de ello. En ese entorno, es muy probable tomar decisiones acertadas y sería equivalente a alguien con estudios en una determinada área, como sería el mercado bursátil y que tiene, por ejemplo, veinte años de experiencia en ese terreno. Esperaríamos que pudiera ser un buen tomador de decisiones; incluso se convierte en un candidato para asesorar.

       Cuadro 1.1. Ventana de Johari: cuadrante I

      En el siguiente cuadrante, Cuadro 1.2. tenemos a «los que saben que no saben» y bien les podemos llamar «los prudentes» pues reconocen sus limitaciones.

       Cuadro 1.2. Ventana de Johari: cuadrante II

      La persona con este perfil seguramente se asesorará, pues reconoce sus limitaciones y la prudencia le indica que debe buscar a un experto en la materia para ser eficiente. En este cuadrante podemos inferir que se toman alternativas pensadas, porque se cabildean con otros.

      Pasamos al siguiente cuadrante en el Cuadro 1.3. en donde nos encontramos a quienes «no saben que saben», es decir los «intuitivos».

      


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