Heartsong. La canción del corazón. TJ Klune
Читать онлайн книгу.mantener al Omega a raya.
–Sí. Exacto. Nunca corrí peligro con eso. Me conocía lo suficientemente bien como para que no me sucediera. Luego fui convocado a Caswell, y he estado allí desde entonces.
–¿Convocado? ¿Dónde estabas antes?
–¿Antes? –le pregunté, frunciendo el ceño.
–Antes de ser convocado.
Negué con la cabeza. Me empezaba a doler.
–No es importante. Lo que importa es que Ezra me fue a buscar, y me dijo que era requerido.
–Por la Alfa Hugues.
No me gustaba el tono de reprobación en su voz, aunque no podía culparlo, la verdad.
–Sé que tiene… cierta reputación. Pero no sé si es merecida. No puedo imaginarme cómo es ser un Alfa, ¿sabes? Todo ese poder… Pero ¿ser la Alfa de todos? Tiene que hacer mella en un lobo. Lo maneja bien –añadí rápidamente–. Denle una oportunidad, ¿está bien? No sé qué es lo que ha escuchado Shannon. No sé lo que le ha sucedido. Sé que es una porquería que haya perdido a su madre de esa manera y convertirse en algo mucho antes de que lo pensara posible. Y me maravilla lo que ha logrado aquí. Pero no mentía cuando dije que la unión hace la fuerza.
–Provisoria.
–¿Qué cosa? –fruncí el ceño.
–La Alfa de todos. Michelle Hughes. Es provisoria. No debe ser…
Me tropecé. No sé cómo ocurrió. En un momento, estaba escuchando a Malik, oyendo sus palabras, y al siguiente, el dolor de mi cabeza estalló con un puf sordo. Me salieron los colmillos y se clavaron en mi labio. Me chorreó la sangre por la barbilla. Me sorprendí al ver mis garras cuando me las llevé a la cabeza para tomármela entre las manos.
Era
(lobito lobito)
como si hubiera perdido el control, como si no pudiera
(no lo ves)
respirar, no podía respirar y me iba a transformar en esta casa, mierda, y
(te veo te veo nunca)
tenía que salir, tenía que salir para no lastimar a nadie, para no lastimar a esos chicos
(te dejaré ir)
porque nunca sería capaz de lastimar a nadie, yo nunca…
–Robbie –dijo Malik.
Y así, sin más, terminó.
Alcé la vista mientras bajaba las manos con lentitud. Mis colmillos y mis garras se habían retraído.
Malik me observaba con recelo. Tenía las garras afuera y los ojos naranjas.
–Lo siento –dije, sofocado, limpiándome la sangre del labio–. No quise.... No quise… No sé qué demonios sucedió.
–Perdiste el control de tu transformación –no se movió.
–Lo sé. No sé qué lo provocó –sacudí la cabeza e intenté despejar la niebla–. Juro que no me había sucedido en años. Si hubiera sido así, no habría venido jamás. Michelle no me habría enviado. Yo no pondría jamás en riesgo a esos chicos.
Sus garras se retrajeron lentamente.
–Te creo –dudó. Miró hacia el pasillo. Los únicos sonidos eran los de la estructura de la casa y los de los chicos en el piso de arriba–. ¿Puedo confiar en ti?
Me tomó por sorpresa.
–Eh, ¿sí? Quiero decir, sí. Por supuesto que puedes.
Se movió más rápido de lo que esperaba. Me tomó de los bíceps con las manos, su mejilla se rozó con la mía. Mis ojos parpadearon de forma involuntaria al sentir el toque de otro lobo. No era sexual, era algo instintivo. Era un desconocido, pero era cálido. Tenía un aroma, algo que no llegaba a descubrir. Algo desvaído, como un sueño.
–Esta noche –susurró con intensidad–. Después de que tu brujo se duerma. Encuéntrate conmigo detrás de la casa. No le digas nada a nadie.
Y, sin más, me quedé solo en la cocina.
–No es gran cosa –dijo Shannon, abriendo la puerta del granero–, pero servirá para esta noche.
–No es el peor lugar donde he dormido –comenté, y me miró extrañada. Me encogí de hombros–. Pantano. Una larga historia. Muchos insectos. Me picó una garrapata en el… ¿sabe qué? No es necesario que le cuente eso. No tiene por qué oír acerca de insectos en mis partes privadas.
–Claro –asintió lentamente–. John y Jimmy trajeron mantas y almohadas. Les armaron una tarima. Todo es nuevo, así que el olor de la manada no debería ser muy abrumador.
–¿Suelen recibir muchos invitados? –pregunté, mirando el henil que estaba sobre nosotros. Dos lamparitas colgaban del techo; emitían una luz tenue. Olía a manada, pero había algo más. Algo diferente. Como si en algún otro momento hubiera habido otro lobo.
–Mejor prevenir que curar –dijo ella.
Malditos Alfas. Siempre crípticos.
–Está bien –dijo Ezra–. Es muy amable, Alfa Wells. Celebro haber hecho este viaje. Creo que a la Alfa Hughes le alegrará saber acerca de este lugar y de lo que ha logrado.
–Supongo que será así. Le ofrecería desayuno, pero los chicos tienen que ir a la escuela y yo tengo que trabajar. Las mañanas aquí son un manicomio. No tenemos tiempo de nada.
–No es necesario. Saldremos a primera hora. Es un largo camino de vuelta, y sé que queremos estar en casa lo más pronto posible.
–Apuesto que sí –asintió Shannon con frialdad–. Cumpliré con mi parte del trato, siempre y cuando ustedes cumplan con la suya.
Me miró una vez más antes de volverse para dejar el granero, cerrando la puerta detrás de ella. Esperamos a que sus pisadas llegaran a la casa. Abrí la boca para hablar, pero Ezra sacudió la cabeza. Se levantó apenas la manga de la camisa y presionó los dedos contra un tatuaje desvaído. Se encendió débilmente, y los sonidos del exterior del granero se apagaron. Su magia me envolvió en una oleada reconfortante.
–Ya está –suspiró–. No pueden oírnos, pero tampoco es tan notorio como para que lo noten, a menos que vuelvan. No quiero hacer enojar a una Alfa.
Parecía agotado. Lo tomé del brazo y lo conduje a la pila de mantas al fondo del granero.
–¿Qué ocurrió con ella?
–Es joven –Ezra sonrió, apenas–. Cabeza dura. No muy distinta de cierto lobo que conozco.
–Ya, ya.
Se rio, sonaba cansado.
–Está resentida, y no sé si puedo responsabilizarla por eso. La pérdida de su madre fue dolorosa. No tuvo tiempo para prepararse.
Lo ayudé a subir a la tarima y me aseguré de que tuviera la mayor parte de las mantas. Ahora que había oscurecido, no quería que se enfermara. Yo podía soportar un poco de frío.
–Debe haber sido traumático.
–Lo fue –confirmó Ezra. Palmeó la manta a su lado y me dejé caer junto a él. Me estiré y gemí cuando me crujió la espalda–. Y todo ese poder sin previo aviso sería mucho para cualquiera. Pero súmale eso a la pérdida de su Alfa y de su madre… Bueno, sintió la necesidad de cerrar filas.
Giré la cabeza hacia él y apoyé la frente contra su cadera. Me puso la mano