Heartsong. La canción del corazón. TJ Klune

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Heartsong. La canción del corazón - TJ Klune


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yo le tenía miedo.

      Pero existe una línea muy delgada entre el temor de la admiración.

      –¿Lo dice en serio? –intenté contener mi entusiasmo.

      –Él cree que estás listo –asintió, inclinando la cabeza hacia Ezra.

      –Lo estoy –quizás no tendría que gritarle, después de todo.

      –Entonces, considéralo como una prueba. Veremos si tiene razón.

      –Creo que suelo tenerla –dijo Ezra, suavemente.

      La piel alrededor de los ojos de la Alfa se tensó brevemente. Me pregunté de qué estarían hablando antes de que yo llegara.

      –Ya lo veremos, ¿verdad? Hay una manada en Virginia. Es pequeña: una Alfa y tres Betas. No hemos sabido nada de ellos en unos meses.

      Fruncí el ceño.

      –¿Cazadores?

      Sacudió la cabeza con lentitud.

      –No que yo sepa. Más bien… un desacuerdo acerca de cómo deberían hacerse las cosas. Necesito que les dejes claro que líneas de comunicación abiertas son indispensables para la supervivencia de nuestra especie. Es imprescindible, en particular en estos tiempos difíciles, que nos apoyemos los unos a los otros, todo lo posible. Te he enviado el archivo.

      Extraje el celular del bolsillo y pulsé la aplicación Dropbox para descargar el adjunto. La primera página era una fotografía. La Alfa estaba en el medio. Sonreía. Era más joven de lo que esperaba. Podía ser estudiante de secundaria. Sostenía un letrero que ponía “¡VENDIDA!” en letras brillantes. Detrás de ella, había una casa venida a menos que lucía casi inhabitable.

      Junto a ella había tres hombres. Dos eran jóvenes. El otro tenía la edad suficiente para ser el padre de la Alfa, pero no se parecían en nada. Él era negro. Ella era blanca. Todos sonreían.

      El resto del archivo contenía información acerca de la manada. Tenía razón. La Alfa era joven, acababa de cumplir veinte años. No me podía imaginar tener un poder semejante a esa edad. Leí que su madre se lo había legado al morir el año anterior.

      –¿No tiene brujo? –pregunté, leyendo las notas.

      –No –respondió Michelle–. Nunca tuvieron el tamaño necesario para necesitar uno. Su madre era amiga mía. Amable. Paciente. Dispuesta a trabajar por el bien de la manada. Su hija es testaruda. Sé que bajará cabeza con la motivación adecuada.

      –¿Cómo murió la madre? –quise saber, alzando la vista.

      –Un accidente de coche. La hija estaba en el auto con ella, pero no sufrió heridas graves. El poder de Alfa pasó a ella. Ha sido… difícil desde ese momento. Pero cuando se es tan joven, es normal que se le ocurran ideas acerca de cómo deben funcionar las cosas. No ha estado en contacto y, al parecer, ha cortado las comunicaciones con nosotros.

      –Quiere ser independiente –dije, volviendo a la fotografía. Lucían felices–. No puede culparla por eso.

      –No lo hago –replicó cortante Michelle, y sentí la tensión de su voz, el trasfondo de Alfa–. Pero existe una diferencia entre la independencia y la completa rebeldía. Así se hacen las cosas, Robbie. Lo sabes. Tiene su propia manada, sí, pero todos los lobos están bajo mi mando.

      Lo sabía. Había casos atípicos, por supuesto, lobos que intentaban esconderse del alcance de la Alfa de todos. Y si no tenían un Alfa propio, corrían el riesgo de convertirse en Omegas, de perder la mente en el lobo y olvidar que alguna vez habían sido humanos.

      Y si las cosas llegaban a eso, solo se podía hacer una cosa.

      Siempre era rápido. O eso me habían dicho. Nunca había visto matar un Omega.

      No quería verlo jamás.

      –Quizás olvidaron reportarse –dije–. Ya sabe cómo son las cosas. Están distraídos viviendo sus vidas. Sucede.

      No sabía por qué estaba insistiendo con eso. Quizás porque entendía el deseo de ser libre, de no tener nada que te atara.

      –Veremos –apuntó Ezra.

      –¿Veremos?

      –Por supuesto, querido –aclaró, mirándome–. No piensas que te dejaría ir solo, ¿verdad?

      Pensé que sí. Y aunque una parte de mí se sentía aliviada ante la idea de tenerlo conmigo, otra parte deseaba un poco de independencia también.

      –¿No te necesita aquí la Alfa Hughes? –pregunté con inocencia.

      –Ah –sonrió de oreja a oreja–. Estoy seguro de que puede prescindir de mí por un par de días. ¿No es cierto, Michelle?

      –Sí –afirmó ella–. Supongo que sí.

      –Y no nos iremos mucho rato –continuó Ezra–. Fredericksburg está a un día de auto, si no nos detenemos. Estaremos de vuelta antes de que hayan tenido tiempo para extrañarnos.

      Gruñí. Lo adoraba, pero la idea de estar metido en un auto con él durante horas me iba a volver loco. Tenía un gusto musical pésimo.

      Se rio como si supiera lo que estaba pensando.

      –No será tan malo. Nos dará la oportunidad de tomarnos un descanso. Conocer otros lobos –le brillaban los ojos–. Quizás hasta encuentres a alguien especial.

      Maldita sea. Y maldito él.

      –No me entregarás a otra loba. No de nuevo.

      –Por favor. No te entregué. No es culpa mía que la última haya sido, bueno… exuberante.

      –¿Exuberante? –exclamé, incrédulo–. ¡Mató a un jodido lobo y lo dejó frente a la casa!

      –Era un lobo pequeño –le explicó Ezra a Michelle–. Probablemente tenía un par de años. De todos modos, impresionante, si lo piensas. Probó su valía, sin lugar a dudas. Cualquiera estaría feliz de tener a Sonari como compañera.

      –¡Se metió en la casa y me lamió mientras yo dormía!

      –Quería que olieras a ella. No tiene nada de malo.

      Me crucé de brazos y me hundí en mi silla.

      –Tienes una visión totalmente distorsionada de lo malo y lo bueno. No se lame a la gente que no te lo ha pedido. Y es maestra. ¿Quién sabe qué le estará diciendo a todos esos niños acerca del cortejo?

      –Lo tendré en cuenta para la próxima. Permite que un viejo se divierta, Robbie. ¿Es mucho pedir querer verte feliz?

      Suspiré; sabía que había perdido. No podía lidiar con él cuando se ponía sentimental, y lo sabía.

      –Si pasa, pasa, ¿entendido? Lo sabré cuando sea lo correcto. No quiero forzarlo.

      –Sé que no quieres eso. Ahora bien, si eso es todo, me voy. Tengo cosas que hacer antes de que nos vayamos.

      –Está bien –asintió Michelle–. Quiero que sigas en contacto mientras estén allí, en caso de que necesiten quedarse más de un par de días. Manténganme informada.

      –Por supuesto, Alfa. Robbie, ¿podrías…?

      –Robbie se queda.

      Eso lo tomó desprevenido. Nos miró.

      –¿Perdón?

      Michelle tenía una expresión severa.

      –Necesito discutir algo con mi segundo.

      Parpadeé, sorprendido. Nunca me había llamado así antes. No sabía que era una posibilidad, siquiera. Era cierto que no había ningún otro lobo que pudiera ser su segundo –ninguno que yo conociera–, pero escucharlo en


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