Discurso y control. Sonia Inés López Franco
Читать онлайн книгу.libro finaliza con las conclusiones, que presentan unas consideraciones generales sobre el proceso de emergencia del EADCO, así como unas palabras finales acerca del sentido y propósito humanizador del análisis discursivo posible a través de este esquema en el mundo organizacional.
El texto está dirigido principalmente a los administradores y estudiantes de administración, para que tengan una consciencia del discurso en las organizaciones y apunten a humanizarlas no solo en su nivel discursivo, y también aporta elementos para el desarrollo de la disciplina del análisis del discurso, en tanto este esquema puede ser estudiado, cuestionado o mejorado por otros investigadores del saber.
1. Las organizaciones: del orden al control
Para empezar, una afirmación gramatical simple: en su forma sustantiva, “organización” es empresa. En su forma adjetiva, es un principio de orden. Evitar el desorden es una de las razones de la existencia de estrategias y medidas de control organizacional.
Una estrategia para evitar la entropía es la comunicación, ya que es una de las acciones más efectivas para organizar; en especial, me refiero a la comunicación regulativa. Como lo dice Norbert Wiener, “en las comunicaciones y en la regulación luchamos siempre contra la tendencia de la naturaleza a degradar lo organizado y a destruir lo que tiene sentido” (1997, p. 25).
Si la comunicación y sus realizaciones son una de las defensas contra el desorden, es allí donde se enfocó el análisis acerca de la organización, en la producción y en la comprensión de los procesos comunicativos. En Heinz von Foerster encontramos que son los lenguajes elegidos los que pueden lograr el orden o el desorden (1996). Y tal elección lo lleva a preguntarse si ese orden y desorden son invención nuestra o estados observados, para responder que se trata de una invención sobre la cual los sujetos deben asumir responsabilidades.
Las diferentes manifestaciones de la comunicación (oral, escrita) tienen forma y son organizadas, sistemáticas y esquemáticas; ese es su principio. Sin embargo, cuando se usan de cierto modo, los esquemas pueden tornarse complejos, ambiguos, desemantizados, ilegítimos, tensos. Es más, pueden generar mayor entropía. Pueden ser complejos cuando se expresan órdenes deliberadamente ilegibles; ambiguos, cuando no se expone explícitamente el emisor, cuando se oculta o se lanza una orden como si fuera una sugerencia; desemantizados, al tratar de seguir un prototipo de escritura de las órdenes y aplicarlo a diferentes contextos, como si en todos significaran lo mismo, o al obviar las condiciones temporales, las jerarquías, los roles; ilegítimos, al ser expresados por sujetos sin autoridad otorgada por los receptores, y tensos, cuando la cooperación entre los participantes es nula.
Las organizaciones, por su parte, buscan todo el tiempo ser eficientes, dinámicas y funcionales, y para lograrlo usan la comunicación o la información como circuito de autocuidado, conocimiento y orden. Con la información total, todo parece más ordenado, más organizado. Y con el desorden se generan, desde lo comunicativo, muchas sospechas y malentendidos. Por eso es necesario acabar con el desorden, desde la perspectiva de las organizaciones, para que se dé una operación sistemática.
Sin orden en la comunicación dentro de las organizaciones no hay producción, no hay ganancias y menos la posibilidad de una estructura. Dicho orden tiene un origen, unos procesos que llevan a una estructura y, por supuesto, un fin expresado en unos productos.
Origen del orden organizacional
Las organizaciones están llamadas a tener un papel central en la sociedad del conocimiento, como productoras y a la vez receptoras del mismo. Sin embargo, aparece una tensión cuando dicha sociedad, definida como un grupo humano –comunidad, familia, escuela–, busca la estabilidad, con lo cual evitan, en lo posible, los cambios; pero las organizaciones no, en la medida en que su permanencia depende de que vayan al ritmo del conocimiento y su cambio permanente. Así lo sentencia Peter Drucker:
[…] la organización debe crear para el abandono sistemático de todo lo establecido, acostumbrado, familiar, confortable, tanto si es un producto, un servicio, un proceso; un conjunto de destrezas; relaciones humanas y sociales; o la organización misma (1992, p. 130).
El llamado a recoger el conocimiento y a estar en constante cambio obliga a las organizaciones al orden, a la organización, porque deben poner a producir el conocimiento, para el cual el cambio es natural. Como dice Drucker sobre la sociedad de las organizaciones, en ellas “es adecuado suponer que cualquiera que tenga algún conocimiento tendrá que adquirir nuevos conocimientos cada cuatro o cinco años o se volverá obsoleto” (1992, p. 130).
El cambio parece caótico, pero es necesario y renovador, asegura Drucker (1992, p. 130). Esto quiere decir que la organización y la comunidad entran en una relación de cambio y caos; de ahí que sea tensa. Por eso, la organización debe tener autonomía, una autonomía que le concede responsabilidades, porque también le confiere mucho poder.
Para cumplir con sus responsabilidades, la organización debe tener una dirección, que en la actualidad no tiene tanto la función de mandar, sino de “inspirar” (Drucker, 1992, p. 136). Pero más importante aún es el orden de la organización, que, según Anahí Gallardo Velásquez (2012), es el resultado de acuerdos interactivos logrados a través del discurso organizacional. Evidentemente, el orden es un proceso que involucra las partes de la organización; por lo tanto, es una constante negociación, “donde el discurso es el dispositivo de poder o mediador entre los actores, que sustenta la reproducción y/o transformación de tales realidades. Por lo mismo, el discurso organizacional implica relaciones de poder y negociación” (Gallardo, 2012, p. 25).
Ahora bien, la idea del orden de la organización se remonta a la Edad Media, en donde surgen dos connotaciones de organización: la de organismo y la de orden. Según Otto von Gierke (1995), durante la época medieval, “bajo la influencia de las alegorías bíblicas y de los modelos griegos y romanos, se establece universalmente la comparación de toda la humanidad y de cada grupo menor con un cuerpo animado” (p. 117). Siguiendo las palabras de Agustín de Hipona (1942): la humanidad es un cuerpo místico y Cristo es la cabeza. La organización nace de esta idea de cuerpo conformado por miembros, que dependen de un centro, pero que al tiempo son la parte de un todo, de tal suerte que si no cumplen con su función, lo dañan.
Por otro lado, de la definición de organismo se infiere la necesidad de que existan diferencias entre los miembros. Como afirma Von Gierke (1995), “del concepto de organismo, cuya esencia implica la asociación de lo igual y lo dispar, se deduce la necesidad de diferencias sociales, profesionales y de estado” (p. 128). Pero es Agustín de Hipona quien da la primera y más importante pista para la definición de orden, a partir del concepto de la paz del cuerpo, ubicada en la ordenada disposición y templanza de las partes. Para Agustín, la paz del alma racional e irracional, la paz del cuerpo y del alma, la paz del hombre mortal, la paz de los hombres, la paz de la casa, la paz de la ciudad, la paz de la ciudad celestial, en general, la “paz de todas las cosas, la tranquilidad del orden, y el orden no son otra cosa que una disposición de cosas iguales y desiguales, que da a cada uno su propio lugar” (Agustín, 1942, p. 470).
En esta concepción, buscar el orden es una necesidad para lograr la tranquilidad, y en pos de ello debe tenerse en cuenta la disposición de las cosas, tanto iguales como distintas, y sus posiciones y disposiciones en su propia función. Organismo y orden se interrelacionan en un mismo cruce: la función del cuerpo entero. Dicha metáfora se aplica a toda actividad social, y la de órgano, a los miembros que realizan la función.
Así como todo cuerpo necesita una cabeza o el alma que regula y conduce las demás funciones de cada miembro, el cuerpo social precisa de una parte superior que puede ser el gobernante como cabeza. Una de las primeras