Un cuento de magia. Chris Colfer

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Un cuento de magia - Chris Colfer


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—sugirió madame Weatherberry—. ¿Tangerina? ¿Cielene? ¿Me hacéis el favor de mostrarle al rey Campeón XIV por qué la magia no es una elección?

      Las aprendices intercambiaron una sonrisa de entusiasmo: llevaban rato esperando ese momento. Se levantaron de un salto, se quitaron las túnicas y se desataron los turbantes. Tange­rina lucía un vestido hecho con parches de panales de abeja y, en lugar de pelo, una colmena anaranjada, hogar de todo un enjambre. Cielene, por su parte, dejó al descubierto un traje de baño de color zafiro y de su cabeza empezó a fluir una cortina de agua que le bañaba todo el cuerpo y se evaporaba al llegar a sus pies.

      El monarca se quedó boquiabierto ante lo que las niñas habían ocultado. En todos los años que llevaba en el trono, jamás había visto la magia tan materializada en la apariencia física de alguien. El misterio del zumbido extraño y los ruidos sibilantes acababa de resolverse.

      —Dios mío... —dijo el rey, casi sin aliento—. ¿Todas las hadas son así?

      —La magia nos afecta de maneras diferentes —dijo mada­me Weatherberry—. Hay personas que llevan vidas completamen­te normales hasta que la magia se aparece por sí sola, mientras que otras presentan rasgos físicos desde el día en que nacen.

      —No puede ser verdad —cuestionó el rey—. Si la gente naciera con rasgos mágicos, ¡las prisiones estarían llenas de niños! Y nuestros tribunales jamás han encarcelado a un bebé.

      Madame Weatherberry bajó la cabeza y miró al suelo con tristeza.

      —Eso es porque la mayoría de las hadas son asesinadas o abandonadas cuando nacen. Sus padres temen las consecuencias de traer un niño mágico a este mundo, y hacen lo necesario para evitar el castigo. Fue un milagro que yo encontrara a Tangerina y a Cielene antes de que les hicieran daño, pero hay muchos que no tienen tanta suerte. Su Majestad, entiendo su cautela, pero lo que les hacen a estos niños es cruel y primitivo. Si despenalizara la magia lograríamos algo más que justicia: ¡salvaríamos vidas inocentes! Seguro que puede encontrar algo de empatía y comprensión en su corazón.

      Campeón XIV sabía que vivía en un mundo cruel, pero nunca había sido consciente de actos tan horribles. Se meció en la silla mientras su falta de voluntad le declaraba la guerra a su empatía. Como madame Weatherberry había notado que estaba progresando con el rey, decidió sacar un sentimiento que estaba guardando para el momento justo.

      —Piense en lo distinto que sería el mundo si la gente sintiera más compasión por la comunidad mágica. Piense en lo distinta que sería su vida, Su Majestad.

      De pronto, la mente de Campeón XIV se inundó de recuerdos de su madre: su rostro, su sonrisa, su forma de reír, pero, sobre todo, el fortísimo abrazo en el que se fundieron justo antes de que fuera arrastrada hacia una muerte prematura. A pesar de lo mucho que se había oxidado su memoria con el paso de los años, esas imágenes se habían quedado grabadas para siempre en su mente.

      —Me gustaría ayudarlas, pero despenalizar la magia podría ser más problemático que productivo. ¡Obligar al pueblo a que acepte lo que odia y teme podría provocar una rebelión! ¡Las cacerías de brujas como las conocemos podrían convertirse en un completo genocidio!

      —Créame, conozco la naturaleza del ser humano —dijo madame Weatherberry—. La legalización de la magia no debe forzarse, sino manejarse con sutileza, paciencia y perseverancia. Solo es posible que el mundo entero cambie de parecer si se lo anima a ello, no a la fuerza. Y nada anima más a la gente que un buen espectáculo.

      El rostro del rey se tensó, nervioso.

      —¿Un espectáculo? —preguntó con temor—. ¿Qué clase de espectáculo tiene en mente?

      Madame Weatherberry sonrió y abrió aún más sus brillantes ojos: esa era la parte que había estado esperando ella.

      —Cuando conocí a Tangerina y a Cielene, eran prisioneras de su propia magia. Nadie podía acercarse a Tangerina sin que las abejas lo atacaran, y la pobre Cielene tenía que vivir en un lago porque mojaba todo lo que pisaba. Por eso decidí hacerme cargo de ellas y les enseñé a controlar su magia. Ahora son dos jóvenes perfectamente adaptadas. Me rompe el corazón pensar en todos los niños que están ahí fuera luchando contra quienes son. De ahí que haya tomado la decisión de abrirles mis puertas y darles una formación adecuada.

      —¿Va a abrir una escuela? —preguntó el rey.

      —Exacto. Y la voy a llamar Academia para Jóvenes Practicantes de Magia de Madame Weatherberry, aunque el nombre es provisional.

      —¿Y dónde estará? —preguntó.

      —Hace poco reservé unas tierras en el lado sudeste del Entrebosque.

      —¿El Entrebosque? —protestó el rey—. ¿Está usted loca? ¡El Entrebosque es demasiado peligroso para los niños! ¡No puede abrir una escuela allí!

      —En eso estoy de acuerdo con usted —dijo madame Weatherberry—. El Entrebosque es extremadamente peligroso, pero solo para quienes no están familiarizados con él. Sin embargo, muchos miembros de la comunidad mágica, yo entre ellos, hace décadas que vivimos allí, y con bastantes comodidades. Las tierras que he adquirido son muy remotas y quedan escondidas. He mandado instalar todo tipo de sistemas de protección para garantizar la seguridad de mis estudiantes.

      —Pero ¿cómo va a ayudar una academia a conseguir la legalización de la magia?

      —Una vez que haya entrenado a mis pupilos para que dominen sus habilidades, nos introduciremos lentamente en el mundo. Usaremos nuestra magia para sanar a los enfermos y ayudar a quienes lo necesiten. Con el tiempo, entre los reinos se habrá corrido la voz acerca de lo compasivos que somos. Las hadas nos convertiremos en un ejemplo de generosidad y nos ganaremos el afecto de la gente. El mundo verá todo el bien que la magia puede hacer, cambiará de opinión y la comunidad mágica finalmente será aceptada.

      Campeón XIV se rascó la barbilla mientras cavilaba acerca del magnífico plan de madame Weatherberry. Esta le había dado muchos detalles, pero se había olvidado del más importante: la implicación del rey en él.

      —Parece bastante capaz de llevar a cabo el plan por su cuenta. ¿Qué quiere de mí entonces?

      —Su consentimiento, por supuesto. Las hadas queremos que confíen en nosotras, y la única manera que tenemos de ganarnos esa confianza es haciendo las cosas de la manera correcta. Por eso me gustaría tener su permiso oficial para viajar libremente por el Reino del Sur para reclutar estudiantes. También me gustaría que nos prometiera que los niños y las familias que quieran unirse a nosotras no serán perseguidos. Mi misión es ofrecerles a estos jóvenes una vida mejor, no quiero que se arriesguen y que la jus­ticia los castigue. Será muy difícil convencer a los padres de que permitan que sus hijos asistan a una escuela de magia, pero si contamos con la bendición del soberano, será mucho más sencillo. Sobre todo si tenemos la bendición por escrito.

      Madame Weatherberry tendió una mano hacia el escritorio del rey y un trozo de papel dorado apareció frente a él. Todo lo que le había solicitado estaba escrito: solo faltaba la firma del monarca. Campeón XIV se frotó las piernas con ansiedad mientras leía y releía el documento.

      —Esto podría salir fatal —dijo el rey—. Si mis súbditos descubren que le he dado permiso a una bruja, perdón, a un hada para que se lleve a sus hijos a una escuela a practicar magia, ¡habrá revueltas en las calles! ¡Mi gente pedirá mi cabeza!

      —En ese caso, dígale a su gente que me ha ordenado limpiar de niños mágicos el reino —sugirió—. Dígales que, para lograr un futuro sin magia, ha ordenado que reunieran a los más jóvenes y los llevaran lejos. Hace tiempo descubrí que, cuanto más vulgar es la petición, más la acepta el ser humano.

      —Aun así, ¡no deja de ser arriesgado para ambos! ¡Mi permiso no le garantiza protección! ¿No le preocupa su seguridad?

      —Su Majestad, le recuerdo que he hecho desaparecer a todo el personal de este castillo,


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