Las calles. Varios autores
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© LOM ediciones Primera edición, diciembre 2019 Impreso en 1.000 ejemplares ISBN impreso: 978-956-00-1234-0 ISBN digital: 978-956-00-1234-0 Todas las publicaciones del área de Ciencias Sociales y Humanas de LOM ediciones han sido sometidas a referato externo. Edición, diseño y diagramación LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 2860 68 00 [email protected] | www.lom.cl Registro: 412.019 Diseño de Colección Estudio Navaja Tipografía: Karmina Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Impreso en Santiago de Chile
Introducción
Kathya Araujo
El ámbito de las interacciones ordinarias y cotidianas es un surtidor de primer orden de las experiencias sociales a partir de las cuales adquiere forma nuestro saber sobre lo social y nuestro saber-hacer en él, saberes que van a influir decididamente en las maneras en que percibimos lo social, nos orientamos en él, nos presentamos ante los otros, enjuiciamos nuestra sociedad o nos vinculamos (o no) al colectivo (Araujo 2009a). La importancia del ámbito de las interacciones ordinarias en el caso de Chile no puede ser considerada como una novedad, pues la esfera de las sociabilidades ha resultado siempre extremadamente significativa para definir los contornos de la vida social en las sociedades latinoamericanas de las que hace parte el país. Sin embargo, no cabe duda que las transformaciones de las últimas décadas, muchas de carácter global pero todas con textura local, han aumentado esta relevancia. La pluralización normativa y valórica, el debilitamiento del poder de las instituciones que históricamente tutelaron la población (la iglesia católica o la escuela, para mencionar dos), el aumento de las pretensiones de individualización y singularización de los individuos, las transformaciones de las asimetrías de poder y de las modalidades sociales de su gestión, la desconfianza institucional, entre otros factores, han aportado al peso que han adquirido las experiencias ordinarias y cotidianas de interacción con los otros y con las instituciones para la manera en que se habita lo social. Ante la confusa multiplicidad de versiones en circulación sobre lo que acontece en la sociedad o de la distancia descreída de las personas con las versiones oficiales, las experiencias en las interacciones ordinarias se constituyen hoy más que nunca en la materia prima principal a partir de la cual las personas tienden a producir el saber sobre la sociedad en la que viven. Es desde este saber que van a definirse sus trayectos, prácticas o posiciones, los que a fin de cuentas son los hilos desde los cuales se produce la vida social. Las experiencias corrientes, cotidianas, comunes, no son, pues, inocuas. Al contrario. El ámbito de las interacciones es hoy, por lo tanto, una dimensión destacada, la que al mismo tiempo que es particularmente expresiva de los rasgos estructurales de la sociedad, se constituye en la fábrica misma del entramado que adquiere ésta y sus derroteros.
Desde una perspectiva como la descrita, entonces, es fácil colegir que las interacciones cotidianas se revelan como un campo no sólo de conocimiento sino también de acción privilegiado para las tareas de democratización social indispensables para la sociedad chilena. Es en este ámbito donde se juega prioritariamente el destino de la recomposición de los principios de convivencia en los que se encuentra embarcada esta sociedad desde hace algunas décadas, como lo han mostrado estudios anteriores1. Finalmente, es en este ámbito donde se juega de manera importante la cualidad y el vigor del lazo social, esto es, la textura del enlazamiento entre los miembros de una sociedad, la que da cuenta de la modalidad en que se produce el colectivo. Resulta pues evidente que una intervención tal como es requerida para democratizar las relaciones sociales en nuestra sociedad sólo será factible en la medida en que, para empezar y de la manera más detallada posible, se puedan reconstruir y comprender las lógicas y mecanismos que gobiernan estas interacciones en las diferentes esferas en que ellas se despliegan. Este libro surge de esta convicción y pretende hacer una contribución a esta tarea. Intenta aportar a este empeño enfocándose, a partir de resultados de investigación empírica, en el estudio de uno de los dominios sociales menos investigados pero paradójicamente más relevantes a este respecto: la calle.
La calle
En su apasionado y vigoroso libro Muerte y Vida de las grandes ciudades (Jacobs, 2011), Jane Jacobs sostenía que las calles eran los órganos más vitales de una ciudad. Jacobs entiende que las calles no son sitios como tampoco extensiones, sino que en ellas se despliega un orden completo que se compone de movimiento y cambio, un ballet tan afinado como milagroso dado su carácter improvisado. Las calles ejecutan funciones, pues en ellas se despliegan lógicas de apropiación, modalidades de empleo, reglas de interacción, principios morales. Pero además, y esto es esencial, las calles, señalaba la autora, cumplen su papel de savia porque ellas son espacios de intercambio; porque son el escenario de la mixtura que está en la base de la vitalidad de la existencia urbana; porque son espacios para los aprendizajes de la civilidad y responsabilidad colectiva así como para la construcción de las confianzas en la distancia; y porque, en definitiva, son fuente de los lazos que permiten mantener cuidados y seguros a sus habitantes. Por supuesto, aunque la capacidad de cumplir todas estas tareas está en ellas potencialmente, no cualquier calle es capaz de encarnar estas bondades. Existen calles que cuidan y calles que amenazan; calles habitadas y calles desertificadas; calles que repelen y calles que acogen. Pero, sea cual fuere el caso y más allá de las diferencias, lo esencial para nuestro argumento es que las calles son siempre extremadamente ricas fuentes experienciales formativas de la vida social. La calle es un escenario privilegiado de nuestra vida cotidiana y ordinaria, y nuestra vida cotidiana es un surtidor de experiencias sumamente importante para entender lo social, como diversos autores lo han subrayado desde posiciones teóricas muy diferentes (Goffman, 2001; Schutz y Luckmann, 2003).
La calle, más allá de las modalidades y razones por las cuales se las transite o habite temporalmente (para actividades necesarias, opcionales, individuales o colectivas), permite satisfacer una necesidad básica y fundadora de la vida social, que es la necesidad de contacto de los seres humanos (Gehl, 1987), la que está en la base de la disposición de las personas a responder a las exigencias que les pone la sociabilidad (Goffman, 2007). En ella se condensa esa dimensión de la sociabilidad que, como ha discutido tempranamente Simmel, tiene su motor en la experiencia de placer y satisfacción primaria que de ella se extrae (Simmel, 1949). Es decir, en primer lugar la calle contiene una –aunque muchas veces irracional y pocas veces aprehensible no por ello menos perceptible– significación libidinal. Es la experiencia del placer contenido en sentarse en una banca en el parque en un día luminoso y cálido para ver pasar a las personas, aquel de detenerse ante unos cómicos callejeros, o, más simplemente, el de caminar entre otros absorbiendo la energía de la ciudad… y, claro, también su reverso.
En la calle, de otro lado, la ciudad se manifiesta y la vida social se expresa en su complejidad y en su corporalidad. Desde esta vertiente expresiva, la calle cumple funciones diversas, no sólo de esparcimiento sino también informativas y simbólicas (Lefebvre, 2003). En ella se hacen visibles los límites, las prohibiciones, las constricciones, al mismo tiempo que se despliegan prácticas singulares y plurales, ilegítimas y prolíficas (Certeau, 2000). En la calle se expresan, por poner sólo algunos ejemplos, las concepciones de lo bello o de lo solemne que priman en sus habitantes; las maneras en que se consideran unos a otros, si tienden puentes que los unan o murallas que los separen, o si aman los interiores o gozan de los exteriores; la repartición de los privilegios en esa sociedad.
Pero esa capacidad expresiva no conduce, ni debe conducir, a una visión estática de la calle. Lejos de ser un ente cristalizado, la calle es, en tercer lugar, laboratorio y fábrica de lo social. Este carácter se explica no sólo por su condición de flujo o su cualidad emergente, sino además porque en tanto espacio social ella no puede ser entendida sino como el resultado de un trabajo constante de producción. En cuanto espacio social, en ella se conjugan, como lo ha indicado con precisión Lefebvre (2013), representaciones del espacio (un saber constituido mezcla de conocimiento e ideología a partir del cual se imagina e interviene