Los años que dejamos atrás. Manuel Délano

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Los años que dejamos atrás - Manuel Délano


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autores vuelven a mirar atrás y se sitúan en el 5 de octubre de 1988, rebautizado como “El día que los chilenos vivimos en peligro”, para pasar más adelante a “La negociación de las reformas a la Constitución”, y luego a “El rompecabezas tras 16 años”, donde reconstruyen el escenario y los sucesos de las elecciones presidencial y parlamentarias del 14 de diciembre de 1989.

      Profundizan así con pormenores y rigor en hechos y situaciones que muchos de los lectores de hoy vivimos, pero que en su momento no conocimos en profundidad o en detalle. Y que ahora, con la nueva mirada que da el paso de los años y de los acontecimientos, lleva a evocaciones y reflexiones que quizá dormían en nuestra imaginación o eran motivo de conjeturas y especulaciones.

      Así pueden surgir desde estas páginas otras líneas para el análisis del pasado que saltan y se refuerzan apoyadas en el reporteo minucioso que refleja este proceso, con luces, pero también con nubes y sombras, como lo describen los autores.

      Para las generaciones más jóvenes este debiera ser un libro que ayude a conocer y comprender qué sucedió en este país en esos días inciertos, fascinantes e inquietantes del 88, cuando se impuso el No en el plebiscito. Cuando eran niños o no habían nacido. Y podrán saber que no se llegó al 5 de octubre de ese año solo por efecto de una creativa y muy bien lograda campaña publicitaria –como quedó plasmado en el cine–, o que fue solo el resultado del tan mentado papel y lápiz del que muchas veces se ha hablado como causa y motivo.

      Con este libro en sus manos, quien lo lea podrá observar y escudriñar a fondo en los entretelones de cientos de conversaciones, ocultas unas, abiertas otras, entre los “señores políticos” de entonces –como los llamaba Pinochet–, de diferentes lados del abanico. Y percibirá cómo el proceso que había tenido origen en la movilización social impulsada desde principios de los ochenta por trabajadores, estudiantes, mujeres, profesionales, artistas y pobladores a través de las regiones del país, se fue transformando después en episodios de negociaciones y transacciones que culminaron con la llegada de Patricio Aylwin a La Moneda, en marzo de 1990. Mientras, el dictador lograba su objetivo de no cambiar demasiado la Constitución de 1980, y se mantenía como jefe del Ejército, con el poder de las armas.

      El relato se construye a partir de lo investigado y de testimonios y apreciaciones de personajes que vivieron en forma directa el principio de la transición y mantuvieron su presencia en buena parte de este período con fecha de término aún incierta. Entre la cincuentena de entrevistas realizadas cobra vida la palabra de Ricardo Lagos, la de Enrique Correa, la de Luis Maira, Enrique Krauss, Andrés Zaldívar, Carlos Ominami, Tomás Hirsch, José Antonio Viera-Gallo, por el lado de los opositores a Pinochet, y la de Andrés Allamand, Juan Antonio Coloma, Patricio Melero y Carlos Cáceres, en el ámbito de la derecha. Entrevistados especialmente para este libro entregan vivencias e interpretaciones que ayudan a comprender mejor el sentido de lo que ocurrió y aportan su mirada actual.

      Al leer estas páginas no he podido dejar de relacionar lo de entonces con lo de ahora. Pensé en las fuertes desigualdades generadas por el modelo económico que en lugar de ser superadas fueron acrecentándose en las últimas décadas y que finalmente “estallaron” en octubre de 2019; en las privatizaciones de las grandes empresas del Estado que nunca se revisaron, como lo había anunciado Aylwin cuando era el candidato en 1989; en el cuestionado sistema de AFP y sus promesas incumplidas; en la educación pública desmantelada que no garantiza el derecho a la educación de calidad; en los serios problemas de la salud que han quedado en cruda evidencia desde que se declaró la pandemia; en los agudos conflictos ambientales, en los campamentos que crecen, mientras los pobladores reclaman vivienda digna. En tanto abuso que se ha manifestado…

      Las preguntas y cuestionamientos surgen casi en forma natural mientras trascurre la bien contada historia.

      La Constitución y el modelo económico implícito, sus “leyes de amarre”, que limitaron la actividad en los diferentes sectores de la vida nacional; las reformas negociadas y las que no llegaron a ser traen el recuerdo aplastante ya desde el primer capítulo. Ese escenario lo complementan los senadores designados que duraron quince años –hasta 2005–, el sistema binominal, que recién se logró modificar en 2015, y las tantas otras trabas aún pendientes que ponen límites a un desarrollo sustentable y a una convivencia más justa y solidaria.

      Y ahí estuvo por quince años ese binominal que provocó en la primera elección parlamentaria –la de 1989– la derrota de dos hombres que habían sido bastiones de la oposición: Ricardo Lagos en Santiago y Luis Maira en la región del Bío-Bío, y que hasta hoy con su voz aportan a la comprensión de este tiempo.

      Entre las muchas anécdotas y entretelones relatados destaca el conocimiento previo que tenían el último ministro del Interior de Pinochet, Carlos Cáceres con Alejandro Foxley, el ministro de Hacienda de Aylwin y exdirector de Cieplan. Ambos eran de la región de Valparaíso: uno provenía de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibáñez, de la que era profesor, y el otro de la Universidad Católica de Valparaíso. A la larga, se puede concluir que ambos fueron factores decisivos en que el modelo económico fuera perdurable en los términos en que lo ha sido. Cáceres en estas páginas se declara conforme con su misión. Y resulta comprensible: fue un eximio negociador y –habría que reconocerlo– un ganador. Foxley, quien asumió la batuta de Hacienda en el gobierno de Patricio Aylwin e hizo equipo desde el primer instante de 1990 con el exministro de la Presidencia Edgardo Boeninger –quien falleció en 2009– fue determinante en el diseño del nuevo gobierno y en el curso de los acontecimientos.

      Democratacristiano desde su juventud, más cercano en los años setenta y ochenta al ala progresista que encabezó el excanciller y exsenador Gabriel Valdés, Foxley destaca al final de estas páginas los resultados de las cuentas macroeconómicas obtenidas en esa temprana transición. Expresa la legítima satisfacción de quien le correspondió asumir en ese momento crucial de marzo de 1990 y muestra con orgullo los logros obtenidos desde su cartera que –indica– se transformaron en significativos resultados en el desarrollo económico del país y en la consecuente estabilidad y reconocimiento internacional.

      En el libro, recuerda Foxley haber conversado con Boeninger desde el primer día sobre la disposición “a pagar los costos personales y como grupo para hacer las cosas bien y para que el país tenga una democracia estable, una economía que se desarrolla y sobre todo que se reduzca la desigualdad y la pobreza”.

      Confiesa que el concepto del “modelo económico” nunca le gustó, aunque reconoce que, en dictadura, “le dimos contra el modelo muy fuerte, porque era la manera de darle muy fuerte a Pinochet. Y después, cuando entramos en el proceso de transición, nos tuvimos que plantear de una manera distinta: ¿Qué de lo que se ha hecho en estos años en materia económica, debería –con los ajustes necesarios– mantenerse? Y lo primero que nos pareció era que esta apertura de la economía con el resto del mundo –con todas las dificultades que esto había tenido– era un paso adelante para una economía tan chica como la chilena y tan distante de los mercados. Y aunque era arriesgado, era un camino que había que hacerlo gradualmente, no drásticamente y eso había que rescatarlo de lo que había hecho el gobierno anterior”.

      Por eso –explica– “Patricio Aylwin transmitió una idea de continuidad y cambio”. Admite el exministro que esa declaración “nos cuesta a nosotros, personalmente en ‘reputación’ ante los sectores más de izquierda. Que en ese momento eran los autoflagelantes, que hasta el día de hoy nos dicen los neoliberales”.

      No se observa en sus palabras, sin embargo, algún dejo de autocrítica, ni matices que cuestionen en retrospectiva lo actuado por el equipo que dirigía en aquella época, pese a que son varios los asuntos que han estado al centro de significativas polémicas en las últimas décadas.

      En un cierto contrapunto aparece Carlos Ominami, quien fuera el ministro de Economía del primer gabinete, haciendo equipo con Foxley, quien afirma: “La negociación constitucional fue muy mala y marcó muy fuerte el futuro de la transición”.

      Entre los muchos comentarios ilustrativos efectuados a los autores figura el diputado Tomás Hirsch, quien –como líder del Partido Humanista– era en ese tiempo uno de los dirigentes máximos del Comando


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